miércoles, 30 de septiembre de 2015

Hombres muertos que caminan (27)


la violencia_

Estoy tan triste porque soy un hombre,
porque el hombre hace daño,
hace daño, hace daño.



        Se cruzan contigo por la calle, pasan por delante y miran a otro lado. No eres nadie, ya no te conocen, hueles mal, estás podrida. Y son personas que durmieron en ti, con las que compartiste un sofá, la confesión, el tenedor, las horas, el ruido... gente que con sus actitudes te deja con la boca abierta y que no comprende el daño que provoca con su indiferencia absurda y hostil.
Son esos los momentos en los que te invade la ira, en los que desearías no existir así, abrazada a la norma, a los malditos códigos de conducta, renegar de todo, de los principios que te inculcaron y ya no sirven para nada. Ya no.
Y escupirles a la puta cara.

martes, 29 de septiembre de 2015

Hombres muertos que caminan (26)


_los observadores
¿Quién no se ha suicidado?

Lo extraño es no matarse, aunque si lo comentas, ponen el grito en el cielo. Los moralistas de siempre, los que se conforman con la vida, los espíritus de rebaño. Pobres. Si los que piensan en suicidarse estuvieran locos, el planeta sería un manicomio sin plazas.
Cuando has recorrido trecho y mundo, no sospechas. Has calado de qué va esto, sabes que lo que triunfa es lo falso. Y entiendes al pasajero que se tira por la borda, aunque parezca que va de crucero. Porque cuando vienen olas de veinte metros, hasta en un yate se siente uno como en un cayuco.
Yo ya fui miembro de una tribu zulú, caminé descalzo por la selva hasta que los pies se me pusieron como la suela de un zapato, habité en un iglú y me declaré a mi esquimal con un beso, de nariz a nariz. Pude ser el castor golpeando las aguas con la cola para alertar a los míos del peligro, el kamikaze, el hacha, el pelo en la sopa, un halcón que planea o el hipopótamo que se baña en las sucias aguas de un remanso.
Los pensamientos están ahí por algo y no podemos cerrarlos entre cuatro paredes, blindarlos y tirar la llave al mar, porque es gracias a ellos que conservamos un mínimo de bienestar y de locura sana... No hay que temerlos, no tiene sentido negarlos. Hay que aceptar lo que somos y lo que son, desahogos internos, cerillas vírgenes que abarrotan las agendas de los psicólogos y con las que podemos encender una vela o quemar un bosque, sin movernos del sitio y sin mayores consecuencias.

lunes, 28 de septiembre de 2015

Hombres muertos que caminan (25)


la locura_
Sólo para locos.

Por favor, dádme algo que me ayude a dormir, algo que borre todos los malos momentos que componen este todo que me destruye, que me preste su calor una mano amiga, que por favor me acaricie sin forzarme a rogar. Concededme el silencio de los cementerios cuando me encuentro ya invadida por los gusanos y dejadme un espacio donde llorar, un hueco sobre el que volcar mis lamentos a gritos, sin hacerme sentir como una desequilibrada.

Yo soñaba que era libre y diferente y deseaba una entrevista con Quintero, quería hablar con alguien que fuese como yo, con un perro verde, con un loco en lo alto de una colina. Quería enamorarme de Panero antes de que muriese, segarme una oreja y salpicar las paredes con el amarillo que palpita por las venas de los esquizofrénicos. Dormir en la casa azul y mostrarle al mundo mis entrañas hechas migajas, acunarme en los inquietantes bigotes rocococos y vaciarle a Bellver el contenido de su cabeza. Yo quería ser como el asqueroso aliento de Bukowski, para verme frente a él y sostenerle la mirada y poder llamarlo loco, loco, loco, alabarlo hasta morir...

Pero lo que empieza mal termina peor, así que ignoradme, olvidad que pertenecí a este mundo y llenad vuestra memoria con fantasías que engrandezcan vuestras mentiras.

Para mí los sueños se acabaron. Me desperté a base de golpes.

domingo, 27 de septiembre de 2015

Hombres muertos que caminan (24)


_la experiencia
Nada o casi nada, es para siempre.
Ni tiene por qué serlo.

Cuando todo va bien, es decir, durante aquellos lapsos por los que la vida transcurre de un modo anormal, evitamos pensar que la felicidad es un sentimiento perecedero. Y como nadie escarmienta en cabeza ajena, de nada sirve lo que nos digan. Nos creemos más inteligentes que el resto, que ya se metieron una hostia de cada clase. Pero llega el día en que nos toca y, en un momento, todo se acaba: una pierna seccionada, una embolia, un atropello, una ruptura, una muerte.
Hay que estar preparados para asumirlo, para rendirse.

Llegó a costarme horrores el tener que agachar las orejas, admitir que equivocarse es inevitable, pero en algún lugar escuché que la experiencia es aquello que obtienes cuando no consigues lo que deseas y mi forma de pensar cambió para siempre. Por eso, cada día, antes de comenzar a impartir aula, le encargaba a alguno de mis alumnos izar una bandera blanca. Era un ritual, un acto simbólico, una estupidez si quieres, pero con él pretendía facilitarles el camino, que cuanto antes aprendiesen que una pérdida no es un agravio, ni una ofensa del destino, sino un hecho al que nos tendremos que enfrentar y que deberemos encajar con la mejor de las actitudes para poder sobrevivir.
Siempre se ofrecía voluntaria...

sábado, 26 de septiembre de 2015

Hombres muertos que caminan (23)

la educación_
...soy fuerte a la fuerza.

Unos despiertan con el canto del gallo. Otros, con las sirenas de las ambulancias. En mi barrio abríamos los ojos con los bramidos de uno de nuestros vecinos.
Era divertido verlo rebuznar amarrado a las barandillas de hierro del balcón, como si le hubieran soldado las manos. Niños y adultos disfrutábamos por igual de aquella feria matutina.
Mamá no.
Yo no entendía aquel contraste de sentimientos y le pregunté a papá por qué si los demás nos reíamos, ella lloriqueaba.
Él me dijo que aquel chico había nacido con un problema, con algo que no funcionaba correctamente en su cabeza, de ahí su comportamiento. Me dijo que éramos unos privilegiados, que teníamos brazos y piernas, ojos y oídos, veinte dedos, corazón, riñones, todo funcionando con normalidad. Que éramos afortunados por poder desenvolvernos con autonomía, por haber esquivado la fatalidad que en ocasiones se ceba con algunas familias. Me dijo que lo fácil era eso, reírse –y también lo más miserable– y que lo triste era que se burlaran de uno y tener que resignarse. Me dijo, que para aquellos padres, ese hijo era tanto como para él lo éramos nosotros y que estaba en mano de todos ayudarlos a caminar con la cabeza erguida y el pecho inflado de orgullo.
Me crié en un segundo piso en el que se lloraba por todos, en el que estaba bien visto compartir y ayudar a los demás, en el que burlarse de quien compitiese en desventaja era convertirse en minúsculo y cobarde. Mis padres me enseñaron a comportarme, a dolerme del dolor ajeno, a no ofender, ni siquiera con una sonrisa, a quien no se pudiera defender. A respetar. Y a callar.

Yo me fié y desenvolví una conducta basada en aquellos consejos. Nadie me habló de lo demás. Me educaron para ser una buena persona y me lo creí, pero el mundo aguardaba paciente. Y me desgarró con sus zarpazos.

viernes, 25 de septiembre de 2015

Hombres muertos que caminan (22)


_el sueño
Cuando quiero algo, sé lo que quiero.
En eso consiste mi rebelión.


Hace noches que no duerme.


QUIERE.                                                                                              lo tiene.

NO
a
l
e
Se desv

            L
            l
            o                                                               
            r                                                              
            a                                              n   r
                                                   o               í
        +                                     s                        e

                   que 
                 
                                -                                                                                                                                                                                                                                                                       antes.

jueves, 24 de septiembre de 2015

Hombres muertos que caminan (21)

desvelos_
Los ladrillos saben esperar.

           Me gustaba pensar que contigo se me secaría el lagrimal. Que darías vida a mi vida, franqueza a mis sonrisas y carne de gallina a una piel que se deshace. Que sólo estaría sola cuando sintiese que así lo deseaba y que a pesar de eso no echaría en falta más que el dulce silencio de tu compañía. Que los recuerdos de los comienzos no acompañarían siempre y que el quererse no implicaría imponer más que lo que cada uno se exigiese a sí mismo. Que el color y las palabras darían rumbo a una existencia casi feliz. Que cada minúsculo gesto de amor nos ayudaría a derrotar a cada una de las letras del miedo y que por una vez la paciencia, tendría su propia recompensa. Me gustaba pensar que un ideal podía convertirse en real y que en algún momento, los vientos favorables soplarían en mi dirección.
Quería creer que te quería y que me querías. Que no había nacido para vivir en otro tiempo y que no me sentiría cansada, ni desgastada, ni rota por las emociones ajenas. Que simplemente existiesen las muestras de afecto y que los corazones no se hubieran congelado para siempre.
        No hacían falta cortes de orejas ni saltos al vacío, sólo el abrazo fuerte que sabía que podías darme...


miércoles, 23 de septiembre de 2015

Hombres muertos que caminan (20)

_ladridos
Prefiero desaparecer.

Los que la conocíamos bien, lo sabíamos. Que iba a suceder, que se mataría. Que decidiría cómo y cuándo, sin intervenciones ni consultas. Libremente, según su criterio, guiándose por su interior. Como hizo en vida.
Era así. Alguien muy normal que quizá pretendía ser absolutamente diferente. Pero el día a día y su tristeza, sobre todo su tristeza, la castigaban. Podían con ella. Era una atormentada y lo sabía, me lo decía. Que no podía con esto, con la vida, que no la soportaba, que no iba a resistir.
Yo me callaba, porque eran sentencias, era excesivamente independiente. Tal vez fue eso lo que nos echó para atrás. Porque ahora que pasó, veo que hubiéramos podido evitarlo, haberla hecho callar, quererla a su manera. Pero resultaba más cómodo dejarlo pasar, porque es difícil vivir, salir adelante, afrontar cada día. Todos nos quejamos, ladramos mucho, intentamos hacer más ruido que el de al lado, llamar la atención, importarle a alguien. De eso se trata.
Nos compras con tu cariño le decíamos sonriendo, pero creo que eso la ponía aún más triste y ahora lo entiendo. No quería comprar a nadie. Pretendía que la quisiéramos como nos quería. Así, como de regalo. Que se lo dijésemos, porque ella lo hacía. Si con nuestras acciones y nuestras palabras hubiésemos tumbado su desesperación, hoy estaría aquí, estoy segura, y esto es lo que me mina, el cargo de conciencia. Haber dejado transcurrir el tiempo confiando en la suerte. Saber que no podrá ver esto, cómo se la quiere y se la recuerda, cómo afectó la noticia a tanta gente. Comprobar que no iba de farol, que no eran sólo ladridos. Sentir el dolor de su pérdida, como se siente la dentellada de un lobo.

martes, 22 de septiembre de 2015

Hombres muertos que caminan (19)

los amigos_

La primera gran pérdida de la vida adulta son los amigos.


Esto de la amistad es como el resuello. Con la edad, se va agotando. Todo cambia y deja de ser intenso, como antes. Me refiero a antes de tener pareja, una casa, una nueva familia, un gato.
A cualquier otro elemento le dedicamos más tiempo. Es como si ya no los necesitásemos, porque dejamos de contarles nuestras cosas y de preguntarle por las suyas. Al menos por aquello que de verdad importa. En el mejor de los casos, se continúa con la rutina de quedar para el café o para cenar, pero mientras uno ve la tele, otro lee el periódico y el que queda se tira tres cuartos de hora hablando solo, sin pensar en las razones por las que nadie le ha prestado atención desde que apareció por la puerta.
Y todo el mundo pendiente de su móvil, claro, esperando ese mensaje del que parece depender su vida...

Lo cierto es que cada vez estamos menos dispuestos a sacrificarnos por alguien de cuyos latidos o cartera no dependamos en exceso. Involucionamos hacia la comodidad y el ahorro de energías, nos hacemos más egoístas, más desconfiados, estamos cansados y perdemos la paciencia.
Aunque no cambies tú, cambian ellos.
Estás jodida.
Te has quedado completamente sola.

lunes, 21 de septiembre de 2015

Hombres muertos que caminan (18)

_el ego
En fin, que ni siquiera puedo morirme en paz.

Vale, está muerta, pero no por eso voy a decir que era mejor de lo que era. Es más, yo no la tragaba. Era una gorda terca, intransigente, borde y frustrada que lo disimulaba todo con una sonrisa. Y a mí no me daba la gana. Creía que sus ideas eran sentencias firmes por la simplona razón de atreverse a exponerlas.
Y la vida no funciona así.
Hay que tener más cintura, aceptar el punto de vista de los demás, no ir de salvapatrias, ni de a su servicio 24 horas para caer bien.
Cuando me hinchó las narices se lo dije, que no la tragaba, que no me parecía una presencia necesaria, que carecía de sustancia y que nunca seríamos amigas.
Ni se inmutó.
Creo que fingía, que era una queda-bien sin más, porque ni siquiera quiso hablarlo o arreglarlo. Era orgullosa y muy rencorosa, su grupo lo sabía y la temían. Decirle algo que le molestase, a la lideresa. No, no. Imposible ofenderla. Pero muchos lo pensaban, creo que casi todos. Aunque sabían que si lo hacían, les pasaría lo que a mí. Los sacaría de su vida. Ya ves tú qué cosa. Si la que estaba fuera de la vida era ella, no hay más que ver cómo acabó. La que iba de dura, al final, la más cobarde. Incapaz de afrontar el mínimo ataque, ni un contratiempo, de las típicas que son felices sólo si el viento les sopla a favor. Penoso.
Era una más, así que no nos volvamos locos ni falseemos la realidad.
Esto no es fácil para nadie. Y nos aguantamos.


domingo, 20 de septiembre de 2015

Hombres muertos que caminan (17)

la cobardía_

Si uno no espera nada de alguien
nunca se siente desilusionado.

No pretendía que la gente me aceptase tal y como soy. Pero aparentemente, eso era así.
No pedía risas, ni halagos, entre otras cosas porque no podemos ser fabulosos a todas horas, porque cometemos muchos errores y porque necesitamos que de vez en cuando alguien nos guíe, nos aconseje y nos encamine por nuestro mundo.
Ni rocé ese privilegio.
Contar con gente que de verdad se hubiese molestado en conocerme, que cuestionase mi manera de pensar o que me criticase abiertamente por mis modos de proceder. Encontrar a quien se detuviese a mi lado confiándome que hubo momentos en los que me deseó, me envidió, me temió, me aborreció o sintió vergüenza de haberme conocido sin que ello supusiese una ruptura entre nosotros, sino un paso adelante en una relación entre humanos.
Nunca llegué a pedir la ofensa, sino la transmisión de aquello que los demás pensaban y comentaban a mis espaldas, pero con buenas palabras.
Sin gritos.
Que mediante un impulso inesperado me abrazasen, o me vaciasen un azucarillo en la cabeza, por cretina. Que me escuchasen. Que de verdad me quisiesen. Que me lo dijesen. Que me lo demostrasen. Que derrochasen su tiempo conmigo. Quisiera que alguien me esperase en algún lugar, como Anna Gavalda.
Sólo eso. Lo juro. Sólo un jodido acto de valentía.

sábado, 19 de septiembre de 2015

Hombres muertos que caminan (16)

_el abuelo
No quiero que la gente muera.

Me miro al espejo y a duras penas me reconozco. Demasiada arruga. Demasiada vida.
Mil cosas y ninguna en mi cabeza. Mi mirada, siempre perdida.
Eso la desconcertaba.
Lo notaba cada fin de semana, cuando llegaba y me aseaba, aquel duende a quien ya no reconocía, pero por el que sentía cierta simpatía.
A veces, también ella miraba al espejo, que detallaba mis ausencias. Y se preocupaba, porque las lágrimas se agolpaban en sus ojos llenos de estrellas.
Yo disimulaba, hacía como que no me daba cuenta, y esperaba a que terminase de lavarme, de peinarme o de afeitarme.
Me gustaba el tacto de aquellas manos jóvenes acariciando con suavidad mi cara, propinándome un último golpecito en la nariz, dándome a entender que ya estaba, que era el momento final de ese pequeño placer, de los pocos que me quedaban ya por vivir.
Y como ahora, me levantaba, me sentaba o me acostaba sobre la cama, esperando el paso de las horas cada vez más lento, sin tener verdadera noción de ellas, ni de mí, ni de todo cuanto sucede a mi alrededor...


viernes, 18 de septiembre de 2015

Hombres muertos que caminan (15)

la guerra_

La vida no es noble, ni buena, ni sagrada.

          
         Cuando ya no era él, sino sólo la carne que recubre el hueso, quise preguntarle por la guerra. Saber qué se siente al saber que has matado a un hombre, al verlo pudrirse en un barranco junto a otros, flotando en un charco de sangre coagulada.
Quise el detalle del sabor de las meadas de los burros, sus particulares fábricas de agua embotellada. Quise profundizar en la alegría de ese recuerdo.

Saber si contó las veces que quiso estar en casa.
Si lloró allí, alguna vez.
Si lo hacían los que iban con él.
Si eran capaces de dormir, de bromear.
Si pensaba en la muerte.
Quise que me explicase qué se siente al defender lo que va en contra de uno mismo, al compartir el aire y la palabra con los que salen voluntarios a fusilar. Cómo lo soportó, cómo siguió adelante después de los tiros en el brazo y la pierna, de los meses de hospital, después de tanto miedo y tanta miseria. Qué fue lo que tiró de él mientras ocurría todo aquello.

Un día, afeitándolo, se lo pregunté. 
Abuelo, ¿cómo se consigue sobrevivir?
Sonrió. 
Y yo lloré, porque era tarde.

Sólo quedaba su cuerpo.

jueves, 17 de septiembre de 2015

Hombres muertos que caminan (14)

_la crueldad
El perro tampoco podía contar con nadie.

Cuando estaba triste, hablaba de ellos.
Los quería. La querían. Sabían cómo tratarse. Quizá ese sea el secreto.

          A veces, contaba una historia triste. Hablaba de la muerte a palos de una perra, que presenció cuando era niña. Recordaba los aullidos, sus lloros pidiéndole a aquel señor mayor que la dejase, que la soltase, mientras sus hijos, un par de idiotas, se reían a carcajada limpia y aplaudían la faena desde la ventana de la cocina.
Lo contaba y se hundía.
Se imaginaba volviendo a la casa, golpeándolo con todas sus fuerzas. En la espalda, en los riñones, en la cabeza, hasta hacerle estallar los sesos, hasta matarlo. Lo deseaba. Pero el hijoputa ya estaba muerto.

Nunca la había visto tan triste, hasta aquel día. Escuchamos que alguien había entrado en la perrera y le había serrado las patas a varios perros.
Nunca.
Nunca, nunca, nunca, la volví a ver tan afectada por nada durante tantos días. Nunca la volví a ver llorar de aquella manera.

Sencillamente, la desequilibraba. La crueldad.
Ese, creedme, era su punto débil.

Eso, la superaba.

miércoles, 16 de septiembre de 2015

Hombres muertos que caminan (13)

las ausencias_
Me gustan los perros.

La lloré mucho antes de predecir su muerte. Y la eché en falta desde aquel mismo instante, consciente de que nada puede llenar el hueco de una ausencia.
Pero me hice a la idea.
No más ojitos tiernos, ni besos en el hocico, ni lametazos, ni patas llenas de barro sobre mis pantalones blancos.
Nunca más le haría cosquillas en aquella interminable lengua rosa, ni acariciaría su lomo, que se cubrió de llagas a la misma velocidad con la que su mirada se llenaba de pena.

Ver cómo se degradaba día a día, cómo dejó de comer, cómo el dolor la fue venciendo... Presentir su muerte y sostenerme ante ella, tiesa y fría mientras mi padre la enterraba, fue algo que me golpeó en seco y me marcó por dentro.

A pesar de eso, lo más duro, lo peor de todo, fue pensar que nadie se acordaría nunca de verla abrazándome con sus patas cuando le rascaba la panza, apretando cada vez con más fuerza mi brazo y mi mano contra su corazón, como si se le fuese la vida en aquel acto, con aquella desesperación animal, con aquella inhumana y extraordinaria manera de defenderme, como nadie hizo nunca... para aprender de ella.


martes, 15 de septiembre de 2015

Hombres muertos que caminan (12)

_el padre
Una hija no es una invitada.
PROVERBIO SOMALÍ

Soy su padre, qué voy a decir...
Que tenía los ojos llenos de luz, que aún la escucho reír a carcajadas, que sueño con ella y me despierto sonriendo... Que contagiaba su alegría.
En eso, era especial. Desde niña lo fue.
Mi niña. Mi niña pequeña que te cogía de la mano, papá, papá ven a bau-bau. Y todos los días tenías que dejarte arrastrar hasta su San Bernardo de peluche, acariciarlo, jugar con el barrilete de su cuello...
Y ahora está muerta.
Mi niña. Mi niña pequeña está muerta.

Los padres no tenemos ni idea de lo que pasa por la cabeza de nuestros hijos, esa es la verdad. Criarlos cansa y no puedes pararte a pensar cada minuto en el porqué de su comportamiento. Ellos también, a partir de una edad, dejan de explicarse. Todos lo hicimos y no pasaba nada, crees que van a poder, que van a tirar, los enseñas para eso, para ser humildes, para trabajar, no para hacer tonterías.
Les dimos los mejores consejos, porque la experiencia es la que enseña que la vida no es de broma, que los panes no caen del cielo y te sacrificas para que estudien y puedan llegar a algo. Pero ellos... no sé, no sé en qué piensan...
Yo no era así, no tenía eso que tiene la gente ahora en la cabeza, que no sabe lo que quiere, que no sé qué creen que es la vida...
Pudo estudiar y eligió lo que quiso, aunque no tenía mucha salida. Después aprendió un oficio y siempre trabajó, pero por cuatro duros y tampoco sabías para qué. No se casaba, no quería tener hijos, no le veías ansia por preparar oposiciones, ni por comprar un coche, ni una casa. No tenía donde caerse muerta, pero compraba libros y música, cosas superfluas que no necesitaba. Le decíamos que los padres no viven siempre, que los pobres no podemos entretenernos con cosas raras, que hay que ahorrar para tener algo, que la vida pasa. Pero se disgustaba, se enfadaba. Había que dejarla.
Le pedías que te acompañase a comprar y nada, no le gustaba lo que veíamos en la tele y se iba a dormir o salía hasta las tantas. Cada vez peor cara, cada vez más seria, más callada. Nos decía que hablábamos siempre de lo mismo, de los mismos problemas, de la familia, que estaba harta de darle vueltas, que había otras cosas.
Y de qué vas a hablar.

Era una idealista, nos dijo una amiga suya. Nos lo dijo llorando. Una soñadora. No se echen la culpa. No podemos echarnos la culpa...

Pero es que nosotros no la educamos para ser así... No lo entiendo, no lo entiendo... El que no tiene suerte no la tiene, no hay más vueltas que darle... Pero cómo voy a dejar de pensar en esto, cómo voy a soportar este pesar, el ansia de volver a verla aparecer por la puerta sonriendo, tan tranquila, hola papá y darme dos besos, encabronarse cuando se le acababa la bombona, dormir encogida en la butaca, descolgar las cortinas, discutir con la madre, vestirse como un desastre... Yo no puedo. Nadie. Porque no se puede, no creo que nadie sepa ni pueda enseñarte cómo hacerlo, cómo superar la muerte de un hijo... Una muerte así... Qué mala suerte tenemos... Que todo nos venga a nosotros... Qué mala suerte...


lunes, 14 de septiembre de 2015

Hombres muertos que caminan (11)

la familia_

Familia, te odio.

A menudo pienso que nada de lo que me dijeron era cierto. Nada de lo que me enseñaron fue útil para la vida que quería vivir.
Qué ironía. Son lo que más quieres y de pronto un día, te rebelas. Sólo percibes sus errores, su pensamiento en círculo, ese modo de verlo todo de otra manera, tan suya, que ya no es la tuya ni por asomo.
Te asfixian con su atención, con sus demandas, con el poder que algún día tuvieron sobre ti y se resisten a perder. Te dan los mejores consejos para ellos y dejas de pedirles que se pongan en tu lugar, en tus circunstancias, para evitar que te desplacen hacia las suyas.
De pronto, lo ves claro. Son individuos, como todos los demás. Como tú. Y no te ayudarán, si al hacerlo no les ayudas.

Algo cambia, todo empeora cuando lo ves. Esa casa repleta de enemigos ocupando un espacio que, en realidad, está lleno de mentiras. Uno a uno, todos fallando y al final, la mesa sin patas y la vajilla, partida en el suelo.
Son lo que más has querido. Probablemente, lo que más querrás.
Pero ya no hay dudas. Vacías el recogedor en la basura. 
Y te llevas la comida a la boca, con tus propias manos.


domingo, 13 de septiembre de 2015

Hombres muertos que caminan (10)

_los ajenos
No les dejes mirar en tu maleta
porque después de revolverlo todo no comprenderán nada.

Es una osadía, un acto violento, una vergüenza, pura soberbia. No se puede disponer de la vida con ese desprecio, cuando es un don al que únicamente Dios debe ponerle fin.
La gente de ahora no sabe lo que son los problemas. Muy estudiados, sí, pero tontos de remate. Ven fantasmas donde no los hay y eso es producto de la ociosidad y los anuncios. No como nosotros, que tuvimos que trabajar a destajo, sin tiempo para estas estupideces, que venga traumas y depresiones de niñatos que no probaron el pan del diablo.
Yo no sé qué le pasaba a esa chica, pero que no era nada del otro mundo, seguro. Grave es no tener casa, ni qué comer, caminar kilómetros para conseguir una garrafa de agua que no se puede beber, que millones de personas enfermen y mueran por falta de jeringuillas, que les arranquen un trozo de entrepierna, que les disparen. Las verdaderas tragedias son las que abren los telediarios y no las niñerías por las que se matan aquí los que no saben sacrificarse para salir adelante, para tener algo. Que pierden la vida con esa facilidad porque nunca tuvieron que luchar por conservarla, que no vivieron una enfermedad, ni una guerra, ni el hambre. Pero ellos no piensan en eso, no piensan en nada, van a lo suyo. Son puro egoísmo y el resto que se apañe. Y ahí lo tienes, el ejemplo. Una familia destrozada en un abrir y cerrar de ojos, qué te parece.

Es que no hay cabeza... no hay cabeza... Es una pena.

sábado, 12 de septiembre de 2015

Hombres muertos que caminan (9)

las críticas_
...atravesar la vida sin interesar a nadie;
hablar sin ser escuchada, sufrir sin inspirar compasión...

No entiendo que no se comprenda que el involuntario acto de vivir tampoco es para tanto. Ni que a una le apetezca apagar la radio cuando todas las emisoras distorsionan.
Bastaría con analizar la muerte, durante un minuto, en positivo.

No más despertador a las 7:35 de la mañana, ni frenazos de bus, ni resbalones. El adiós definitivo a las que ignoran tu puesto en la fila del supermercado. No más indigestiones, ni ayunos, ni piernas pesadas, ni sales de frutas. Acabar con los insultos, las mentiras, los robos y la sangre cada 28 días. También con la melancolía, la sandía y las visitas a la carnicería para saborear la muerte de otros. Fuera la plancha, las horas tontas y las fotos miseria retocadas con Photoshop. No a la desesperanza, al llanto, a la migraña, a la pereza y a los arqueos de ceja de hombres casados. Tampoco cortes de dedos, ni dictaduras, ni enredos, ni debates, ni presos, ni rescates, no más tú contra mí, ni humos, ni grumos en las papas de los hijos que no queríamos tener. No a lo fingido que llena el vacío y a las toneladas de comida que se pudren en los contenedores.

Pero sobre todo. Lo más importante.
La clave.

No volver a esperar mucho, muchísimo más de la vida, de lo que nunca recibirás.

viernes, 11 de septiembre de 2015

Hombres muertos que caminan (8)

_los vecinos
Visto de cerca, nadie es normal.

Era enérgica, sociable... tendía al buen humor.
Lo que más nos gustaba era que te saludaba, se paraba con los mayores, quiero decir que era bastante educada, porque los jóvenes... pues ya se sabe. Van a lo suyo, a la tontería. Pero esta no.
Son trabajadores, toda la familia, vecinos de siempre y nunca dieron un problema. Ahora están destrozados, pero por la tragedia. Si uno supiera cómo va a morir y cuándo, pues no aparecía, porque salir de casa, tan campante y que te la devuelvan metida en un saco de plástico... pues no hay derecho.
Menos mal que les queda otro, porque un golpe así, no se supera.

Se rumorea que se mató, pero no nos lo creemos. La gente habla por hablar, pero yo digo que no, mi marido igual, es imposible, no era de esas, aunque tampoco sospechamos de nadie. Tuvo que ser algún desconocido, un animal. Estos años se llenó el barrio de extranjeros y bueno, no se puede señalar abiertamente, pero está claro que vienen criados con malas mañas. Ellos no tienen la culpa, pero son de esos países sin ley, siempre en guerra y bueno, yo no soy racista, pero ya se sabe que el que nada tiene, nada teme. Y estos, qué pueden perder...

jueves, 10 de septiembre de 2015

Hombres muertos que caminan (7)

la verdad_
La realidad es lo que llevas dentro.

Nunca llegaron a sospecharlo y jamás lo sabrán.
Lo que siento, de lo que hablo.
Piensan que una es feliz sólo porque ríe, porque hace bromas, porque se para a jugar con un cachorro en el parque. Miran para la silueta pero son incapaces de imaginarte desnuda, como ven al niño en el carrito, sin pensarte galopando sobre el padre y el placer.
Siempre resultó muy fácil. Casi no tengo que esforzarme en fingir, porque estoy segura de que no me conocen y por eso me son ajenos, como lo son para ellos mis pensamientos. Porque no saben de las lágrimas, ni de los traumas, ni de los complejos, ni de las humillaciones.
No imaginan la verdad.
No comprenden que hay momentos en los que no soporto la vida, en los que no queda nada que me llame, ni a ir tirando. Que me da igual la familia, el amor, los amigos, el trabajo, el futuro o el dinero. Que lo detesto todo, a un entorno que no elegí y que, a medida que avanzo, más indiferente me resulta. Que no quiero que me miren, ni que me rocen, porque jamás tendrán nada que ver con aquello que soy. Y que, si en ese momento se detuviesen mis pensamientos, elegiría estar muerta.
Luego pienso en quienes de verdad me quieren, en sus reacciones, en el cristo del funeral con sus correspondientes días de duelo, en la mezcla de olores, en el cura salpicándome con el babeante hisopo y es entonces cuando reculo, porque siento que esa onda expansiva afectaría a la actividad cotidiana de demasiada gente, que se vería en la obligación de venir a despedirme, sólo por un capricho.
Ese es mi freno, sobre el que ya me he puesto a trabajar. Porque todas estas contemplaciones no son más que una consecuencia de mi débil carácter, también desconocido para la mayoría. Por eso sé que tengo que dejar pasar los días, algún mes, tal vez un año, hasta alcanzar la cumbre del egoísmo.

Llegado ese momento, el resto vendrá dado por mi propia ideación suicida y, sin que cualquier otro hecho importe, moriré sin más.

miércoles, 9 de septiembre de 2015

Hombres muertos que caminan (6)

_sala de espera
...el problema entre un psiquiatra y su paciente es que el psiquiatra actúa de acuerdo al libro,
mientras que el paciente llega por lo que la vida le ha hecho.

Desde luego, la hipocresía humana no tiene límites. Que asco me dan los psicólogos y sus teorías acerca de las vidas ajenas sobre las que no tienen ni zorra idea. Es que me parto cuando hablan de mi sufrimiento con un saber estar que ni un torero en la plaza. Hay que joderse. Ya es que ni paso por consulta. Lo que me faltaba era contarle lo mío a un extraño para que me suelte el rollo y no resuelva.
La solución está en mí, está en todos, no en ellos.
Aquí o te aplicas el método entiendo lo que me pasa y lo acepto o te jodes con el ni cristo me comprende (yo tampoco), así que los puentes también se construyeron para que puedas lanzarte al vacío.
Agg, la jodida muerte y ese falso temor a que la desees, cuando es lo que haces, cuando eso eres tú. Te analizas. Sabes que son momentos puntuales, pero también que toda esa desesperación, ese cansancio, esa oscuridad, se apelotonará y te llevará al hoyo. Puedes predecirlo, y ni dios peregrino impedirá que expongas un hecho que vas a consumar te tomes las tisanas que te tomes. Es imposible. Cuando lo has deseado tanto, es difícil brujulearte sin farmacopea.
Ese es el reto. Conseguir recuperarte, encontrar el sentido. Vivir sin receta médica.
Pero nadie quiere asumirlo, nadie quiere hablarlo gratis. Tampoco del aborto, la eutanasia ni de los asesinatos en masa. Como si el tipo que agarra un cuchillo y se lo hunde en las costillas a su madre no hubiese sido un crío encantador como todos. Aquí nadie se imaginó el entierro de los demás, ni le pegó una paliza en sueños al hijoputa del de al lado. No, sacrilegio, caca. Todos unos angelitos que nunca piensan en lo que está mal.
¿Y qué es lo que está mal?
Pues poned la tele, hombre, está mal lo que dicen los presentadores y los psicólogos.
Por eso vine hoy a consulta, porque no resistía la curiosidad. Quería ver la fauna que se mueve por la sala de espera. Qué pinta tendríais para creer en esto. Para pagar por esto.

Y ahora me piro, que no quiero estropearme el día. 

martes, 8 de septiembre de 2015

Hombres muertos que caminan (5)

el suicidio_
El suicidio es una conducta, no una enfermedad.

Lo sentía.
En demasiadas ocasiones.
Lo más intenso, lo perpetuo, dentro. El deseo de morir.

No lograba definirlo del todo. Hoy, propósito firme. Mañana, propósito y punto. Siempre, esa idea en mi cabeza.
Ni me lo planteaba como algo obsesivo, era una etapa remediable, unas ganas, un algo común a todos, una intranscendencia. Un nubarrón.
Error.
En cuanto me tiraba el rollo autodestructivo, se hacía el silencio, se tensaban como arcos, bromeaban con mi tara y cambiaban de tema y de local.

Conclusión:
Sólo es concebible que uno que esté loco de remate, se mate.

Así que me adentré en una nueva fase, barrenando sobre mi psicosis. Hasta pasé consulta, pero nada. Resultó que no era, ni mucho menos, la patata podrida de la pila.

Normal y corriente, como vosotros.

lunes, 7 de septiembre de 2015

Hombres muertos que caminan (4)

_el cadáver
...supongo que los malos ratos te hacen más duro,
o más listo o algo.

Salí temprano.
Lo hago siempre, en cuanto empieza la temporada, porque me gusta caminar por la hierba, tumbarme en las rocas, tirar la caña y sacar un pez. Es la excusa que le pongo a mi mujer, a la que ya no aguanto, para pasar un día fuera de casa.
Imagino que se cayó, que resbaló en el lodo o que alguien la arrojó, pero fue penoso. Maldita casualidad.
Dicen que en un momento así, te paralizas o actúas. Yo la vi blanquísima, balanceándose. Ni lo pensé. Me lancé al agua y la saqué sin apenas mojarme, porque llevaba las botas y el traje, pero luego llegaron la policía y los problemas, porque ya estaba muerta. Y claro, a quién se le ocurre.
Sólo por intentarlo, sólo por tocarla, me crujieron a preguntas hasta levantar el cuerpo. Después me dijeron que venga, que vale, que dejase de tiritar y que me fuese a casa, que ya me llamarían. Me ofrecieron psicólogo, traslado en ambulancia, todo, pero les dije que no, que soy un hombre de mundo, que estoy curtido.
Pero me subí a la moto. Y nos desplomamos.

domingo, 6 de septiembre de 2015

Hombres muertos que caminan (3)

secretos_
Cuando lo cuento, nadie me cree.

Todo comenzó como un pueril acto de egoísmo.

Alejarme de quienes se habían alejado.
Abandonarlos y evitar que los picos de ánimo llegasen a destrozarme.

Luego escribir.
Capturar el mundo. Situarme en el centro y protagonizarlo. Contar qué me pasaba, para ver si así se me pasaba.

Un llamar la atención, sí. Un intentar mantenerme con vida.


sábado, 5 de septiembre de 2015

Hombres muertos que caminan (2)


No habla de esas cosas con la gente, allí no hay nadie con quien hablar de ellas, nadie que las sepa. Si le preguntaban, decía bien en general, en general estoy bien, va bien. Pero hay veces en que siente demasiado, en que si pudiera contárselo a alguien, diría no puedo soportarlo más quiero arrancar el papel de las paredes e hincarme de rodillas y machacar el suelo con mis puños inútiles y destrozados.

Si nadie habla de las cosas que importan


viernes, 4 de septiembre de 2015

Hombres muertos que caminan (1)


La gente no dejaba de mirarme. Estaba terriblemente pálida y debilitada. Sin fuerzas para el desprecio. Parpadeé, afronté el último sorbo, salí a la calle y me precipité al vacío, dejando que el miedo acelerase el fin de la agonía, a                                                                                                 
n
t
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s
d
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r

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a g u a.

jueves, 3 de septiembre de 2015

Hombres muertos que caminan (0 y a la izquierda)

A los suicidas.
 ...seguro que hay un camino
 que aún no hemos imaginado.
                   CHARLES BUKOWSKI
A los restos del adoquín.
Hope there's someone
who'll take care of me
when i die, will i go...

                              A la individualidad. A la libertad.

SOBREVIVAMOS