jueves, 31 de diciembre de 2015

Hasta aquí 2015

Gracias a todas las personas que desinteresadamente habéis colaborado 
con este blog.
14.500 visitas. Eso es lo que hemos conseguido este año.

Gracias por leer.

Lourdes, va por ti :).


jueves, 17 de diciembre de 2015

Hombres muertos que caminan (105). Qué dice Sanidad y qué dice la Ley en España sobre el suicidio.


LIBRO II
Delitos y sus penas

TITULO I
Del homicidio y sus formas

Artículo 143.
1. El que induzca al suicidio de otro será castigado con la pena de prisión de cuatro a ocho años.


2. Se impondrá la pena de prisión de dos a cinco años al que coopere con actos necesarios al suicidio de una persona.


3. Será castigado con la pena de prisión de seis a diez años si la cooperación llegara hasta el punto de ejecutar la muerte.


4. El que causare o cooperare activamente con actos necesarios y directos a la muerte de otro, por la petición expresa, seria e inequívoca de éste, en el caso de que la víctima sufriera una enfermedad grave que conduciría necesariamente a su muerte, o que produjera graves padecimientos permanentes y difíciles de soportar, será castigado con la pena inferior en uno o dos grados a las señaladas en los números 2 y 3 de este artículo.

miércoles, 16 de diciembre de 2015

Hombres muertos que caminan (104). Agradecimientos.

A todos los autores que he citado, por los libros que han escrito. 

A los amigos inofensivos,
por demostrar que no son términos contradictorios. 
Gracias. 

A Miguel, 
para que deje de pensar en la muerte 
muchos más días de los que nadie debería. 
Por sus palabras,por ayudarme,por su regalo de cumpleaños.
Para que viva sin miedo, para que siga caminando.
Gracias. 


A mi madre, que me desgració la existencia dándomela.
    Porque le encuentra el puto sentido y no abandona, ni a tiros :).


A mi hermano.
    Por su capacidad para enfrentarse al reconocimiento de un cadáver ;).
    Y a casi cualquier drama.


A Carmen, por leerme desde siempre, por quererme, por preocuparse.
    Por merecerse la vida.



A todas las personas que generan la ilusión 
que genera el cambio.
GRACIAS. GRACIAS. GRACIAS. 

A quienes enfrentan lo peor de sí 
y consiguen mejorarlo.

A todas las prendas delicadas. 
Que lo son, por algo.


Aunque esto sea una mierda,
y nosotros completamente imbéciles

VIVAMOS

 

martes, 15 de diciembre de 2015

lunes, 14 de diciembre de 2015

Hombres muertos que caminan (102)


_ último mensaje de voz

          Joder, por precio como una llamada esto de los mensajes, ésto es un negocio. Bueno Marichuchi, soy yo. Que nada que tengo aquí a uno ofreciendo libros para encuadernar a ver si te interesa hacerlo a ti, pero bueno, sin ninguna prisa. Cuando vuelvas de tu viaje por lo largo y ancho de este mundo y en septiembre, me llamas.

domingo, 13 de diciembre de 2015

Hombres muertos que caminan (101)


el futuro_
Inspiré profundamente
y escuché el antiguo estribillo de mi corazón
yo soy yo soy yo soy.


El agua está fría. Tal y como imaginaba.


sábado, 12 de diciembre de 2015

Hombres muertos que caminan (100)


_testigos
El miedo siempre me pone triste antes de vencerme del todo.

Desde que empezamos a salir pasamos muchas horas en este rincón, diciéndonos tonterías y mirando estrellas.
Estábamos aquí cuando ocurrió, apoyados en esta barandilla. Casi no se veía el suelo porque la niebla que sube del río lo cubre todo, así que nada nos alertó hasta que nos pasó por delante. Caminaba despacio, como dando un paseo y escuchaba música. Sonaba a tormento.
Creo que no nos vio.
Unos cinco metros más abajo, medio minuto después, escuchamos el impacto.

viernes, 11 de diciembre de 2015

Hombres muertos que caminan (99)


la identidad_
Se suicida uno por todo.

Ser una suicida es una consecuencia de haberos conocido, así como también de mí misma. La semilla viajaba dentro y brotó.
Era sólo cuestión de tiempo.
No hubo una fecha concreta, un hecho por el que decidiese que iba a morir, sino que fue el propio paso de la vida el que me demostró que, si me hubiesen ofrecido esa posibilidad, elegiría no haber nacido. Poco a poco, esta cuestión de la supervivencia se convirtió en un simple problema de curiosidad que, unida a la presión social y familiar fue balanceando mis días suavemente, sin llegar nunca a colmar mis expectativas.
Sé que es en mi propia naturaleza en la que reside la llaga, que luché siempre contra nuestra tendencia a vivir en sociedad, a crear una familia, a creer en lo que no vemos. Fingir, parir, sonreír... esas parecen ser las claves del éxito, pero yo no quiero abrir las puertas por las que todo dios pasa, prefiero ser el carpintero que hace una nueva, aunque nunca llegue a barnizarla, sólo por la propia satisfacción de crearla, para enterrar luego mi llavero en cualquier tiesto.

Intenté que comprendierais que sólo quería ser libre y que por eso me acompañé de soledad, que nunca dejé que os acercaseis demasiado para no herir a nadie, para no avergonzar ni ofender, para desacostumbraros a mi presencia y suavizar la posterior sensación de ausencia... Pero no os entraba en la cabeza. 
No era posible que fuese una desviada, que mis intereses discurriesen tan lejos de los de los demás, que no me amoldase, que no necesitase al mundo en la misma medida en que este fingía necesitarme. Que no fuese a misa, que no cenase en familia, que no enloqueciese por acostarme al lado de alguien, que recorriese las calles sola como una gata brava y que no respondiese a vuestras asfixiantes llamadas. Cuando la cuestión era tan simple. 
Desestimar cualquier ansia de estabilidad. Total para qué, si una vez conseguida nadie sabe qué hacer con ella.
No. Se trataba de algo muy diferente. Depender sólo de mí, asumiendo que no me sentiría menos sola por vivir más acompañada. Pero fue imposible. Siempre había alguien rodeándome, retrasando cruelmente mi deseo, obligándome a entrar en el círculo o a rendirme...
Me agoté porque era diferente, siempre lo sería, y batirse contra el mundo, hace espuma y desgasta a cualquier roca. Por eso elegí deshacerme de esta verdad como de una asquerosa flema y agitar por fin, la bandera blanca.

jueves, 10 de diciembre de 2015

Hombres muertos que caminan (98)


_un final cualquiera
Todo pasa.

El primero al que avisaron fue a su hermano.
Era el Aa de su teléfono móvil, y la persona adecuada. Ella sabía que la tenía, como lo sabíamos todos. La capacidad para sobreponerse a cualquier cosa, a tener que identificarla.
Apenas tardó un minuto, que le descompuso la expresión.
Nadie más pudo, ni quiso verla, salvo una enfermera y amiga suya. Alguien que lo sabía. Que era una suicida. Alguien que la quería.
A los demás, nos superó el pavor de no soportarlo, de materializar su muerte en nuestras cabezas, de sentirla fría y mustia, el asco, el hacer cualquier estupidez. También porque la preferíamos viva y sonriente, visceral y apasionada, mal hablada, terca como una mula. Próxima y cálida.
En cuanto le dieron la noticia, la madre se puso como loca. Pasó los dos días de velorio en el hospital, agarrada a una carta que le había escrito.
Los demás, ayudamos en lo que pudimos a prepararlo todo como ella había dispuesto. Es decir, a lo sencillo.
Y así fue.
El día terminó con un auténtico viaje en globo sobre su ciudad, sobre sus puentes, sobre sus horas caminando, sobre su vida hecha polvo cayendo a un río que la eligió y que nos hizo sentir, mientras disolvía sus cenizas, que después de esa muerte, como después de cualquier otra, nada volvería a ser, nunca, como antes.

miércoles, 9 de diciembre de 2015

Hombres muertos que caminan (97)


el peligro informativo_
Cuando se sale del mar, el mar continúa allí.

Será un caso mediático porque la opción que se barajará desde que aparezca mi cuerpo será la de un posible asesinato. Pero en cuanto registren mi casa, las pertenencias y aparezca lo que he escrito, casi dejará de importar el informe forense.
Rectificadas las primeras informaciones, los periodistas querrán más. Indagar en las causas, hacerse con las memorias, eso será lo que precipite el debate sobre un tema que no es, ni por asomo, tratado habitualmente. Se realizarán montones de averiguaciones, encuestas y sucederá lo que nunca ha sucedido: se harán públicos todos los datos, propiciando que el suceso se convierta en un lucrativo negocio. Se personarán en el domicilio familiar los diferentes medios de comunicación, para seguir la evolución de mis parientes y amistades, las editoriales registrarán cifras nunca vistas por la publicación de lo más íntimo, que de repente se convertirá en una demanda social.
Muchos especialistas saldrán a la palestra escandalizados. Por esa actitud moralmente deplorable, en cuanto que supondrá ignorar una de las principales estrategias de prevención pública del suicidio, la de evitar a toda costa la difusión de este tipo de noticias con un carácter sensacionalista. Informar sería, en estos casos, la peligrosa causa que traería como consecuencia el ya olvidado efecto Werther. Y la censura, defenderán, como lo fue entonces, será la solución más adecuada para evitar una sugestión masiva hacia una conducta autodestructiva.
Contrarios a esta opinión, así como a los dardos tranquilizadores de los poderes públicos, habrá otros tantos favorables al destape informativo, a dar a conocer la verdad, a hablar de cifras, causas, contextos, perfiles, métodos y tipologías, así como al fomento de los estudios destinados a averiguar qué es lo que falla en las sociedades de los países desarrollados para que el índice de suicidios se dispare.
Y mientras estos se baten a duelo, –también contra aquellos que defenderán que suicidarse es un lujo, una excentricidad burguesa– brotarán como setas los teléfonos de la esperanza, asociaciones para la prevención del suicidio, organizaciones en defensa de una muerte libre y oficinas de voluntariado que se centrarán en la celebración de montones de congresos destinados a la sensibilización social y al fomento del debate.

Al margen de todo este follón, se alcanzará un verdadero logro derivado de todo ese barullo, a mayores, claro está, de la creación de numerosos puestos de trabajo pagados por estos grupos reivindicadores de lo suyo a base de chupar las correspondientes subvenciones estatales. Ese logro, será la reedición completa de las obras de Goethe.
Quienes me hayan conocido, sonreirán pensando que, de haberlo sabido, lo habría hecho mucho antes.

martes, 8 de diciembre de 2015

Hombres muertos que caminan (96)


_despedidas
Qué otra cosa podemos hacer.

La de hoy fue una noche triste y deprimente, de esas en las que descubres que todo termina mucho antes de lo esperado y que las lágrimas de personas que creías incapaces de llorar, dan para salar las pipas de tres girasoles.
Qué tristeza contagia la muerte, qué ausencia de todo, qué ganas de nada... Cuando se pensaba que la suya era una vida aún sin iniciar, resultó que ya había abandonado la lucha. Hoy nos preguntamos el porqué, cómo no pudimos ayudarla, qué fue lo que falló.
Se hizo extraño este vacío, perder su presencia, entrar de nuevo en su casa –llena de ella– y encontrársela falta de sonido. La ropa, los cuadros, la comida pudriéndose en la nevera, los libros, los recortes de prensa, la almohada con la marca de su cabeza, el champú abierto, su cartera...
Quién se hace cargo del perro cuando el dueño muere, quién le echa tripas para revisar sus pertenencias, para ahondar así en su intimidad cuando su olor aún se conserva en el aire... quién se presenta voluntario para contestar a las llamadas y comunicarle la noticia a los que aún no lo saben. Quién camina ahora por las calles sin encontrársela en cada adoquín, en cada escaparate, en cada paso de peatones... Porque pasarán años hasta que el dolor desaparezca y nos permita recordar, hablar de ella, reírnos con las viejas anécdotas, suavizar sus defectos, beatificarla en la distancia, asumir definitivamente su falta... 

lunes, 7 de diciembre de 2015

Hombres muertos que caminan (95)


domingos_
...me acordé de todo
sonreí feliz.

Es el último domingo y lo madrugo. Limpio el portal. Mi vecino saca al perro, que me lame. Sonrío. Acabo y entro en casa. Está muy sucia. Abro la nevera y hago medio bocata de chorizo. Bebo cerveza en una copa. Corro las cortinas por si afuera no lo entienden. Ya no habrá más desayunos.

domingo, 6 de diciembre de 2015

Hombres muertos que caminan (94)


_goteras
Una voz sin más.

Hablar sola. Será eso lo que eche de menos. Sentirse sola. Dormir de persiana abierta e imaginar qué estará sucediendo al otro lado de la cortina. Extrañar la luz de la farola, el banco en el que vio follar a aquella pareja y la permanente gotera del baño, grotesca melodía que hasta ayer, acompañó a sus sueños.

sábado, 5 de diciembre de 2015

Hombres muertos que caminan (93)


gracias_
La recompensa por haber sufrido tanto
es que después nos morimos como perros.

Para ser honesta, diré que se me han saltado unos lagrimones visualizando mi entierro.
El funeral.
Una palabra que, inocente como todas, me revienta. Será porque hasta la muerte pasó a formar parte de un negocio en el que elijo no participar, un espectáculo absurdo que perdió valor desde que no se paga por la entrada. No sé, como que le resta intensidad... como que me aburre que te cagas.
Además, debido a mi tendencia innata a dramatizarlo todo, un adiós tradicional me sabría a poco, qué queréis que os diga. Yo prefiero que después de la autopsia repartan cada trozo reutilizable de mi cuerpo –si quedase algo– por ahí. Que me donen a la ciencia o a alguno de estos artistas jamados que te queman con ácido para exhibirte luego en escabeche en una vitrina.
Quiero que esto sirva para algo, por aquello de no malgastarme y ser útil a alguna de esas vidas que realmente desean ser vividas.
Después, que arropen los jirones restantes con mi manta favorita, de color azul y que escojan entre echarme en un agujero hecho en la tierra, cerca del río y de mis perros, o quemarme y vaciar las cenizas desde lo alto de un puente. Sin caja. Ni de pino, ni de roble ni de corcho. Sin crucifijos. Sin nada. Algo fácil y sencillo.
Son requisitos básicos, aunque sé que a muchos no les entrarán en la cabeza, claro. A todos esos no los quiero allí. Nunca me gustaron los velorios llenos de gente hablando a la que le aprietan los zapatos. Tampoco quiero plegarias, ni rezos, ni manos cruzadas sobre el vientre, ni imágenes que simbolicen aquello en lo que no creo. Deseo respeto y una buena despedida, con lágrimas, risas o silencios sentidos. Y permanecer en vuestras mentes como alguien a quien quisisteis.
Siento que haber nacido no ha valido la pena. Pese a ello, gracias por vuestro tiempo, por las palabras, por la risa y la comida, por las buenas miradas, por cada abrazo, por los silencios, por las locuras, por la presencia necesaria, por las sorpresas, por las lecturas, por algún que otro susurro, por los piropos, por toda esa confianza, por cada ritmo acelerado de mis latidos, por las respuestas que salen de las entrañas, por sufrir por mí, por quererme, a veces. Por tenerme en cuenta, a cambio de nada.

viernes, 4 de diciembre de 2015

Hombres muertos que caminan (92)


los preparativos_

Todo cuanto poseéis será dado algún día.

Lleva un par de semanas deshaciéndose de lo prescindible. De todo, en realidad, salvo de la vida. A esa se la reserva para el final.

Le sorprende la cantidad de cosas que tiene. Y las tira a la basura.
Conserva olores, pinturas, objetos, libros de los que no quiere desprenderse. Deja notas. Se los deja a personas. También una vieja brújula, que dice Cozumel.
Su lista de palabras, incluido el miedo y la tristeza, serán para el masticador de corazones de papel.
Al Furby loco, lo cuidará su madre.
Algo de ropa, algún bolso, algún pendiente, una taza, fotos de manos, lo escrito, los cd’s, un marco de madera tallada, los bolsillos vacíos, un portátil, una caja de patatas, la nevera llena, un caracol, aceite, tres alfombras de seis euros, una aspiradora, una seta hecha de barro, papeles, la cajita de música, pieles de colores, una hucha que es un cerdito, dos maletas, diez llaveros, varias libretas sin empezar, una impresora, el alquiler de tres meses pagado por adelantado, dos manteles, dos cámaras fotográficas, un muñeco, una grapadora y un paquete de pañuelos de papel.
Para quien lo quiera, para quien lo necesite.

jueves, 3 de diciembre de 2015

Hombres muertos que caminan (91)


la muerte_
Todo el mundo sabe que va a morir,
pero nadie se lo cree.

Me pregunto a qué diablos sabrá la muerte.
Me intriga todo en ella y ya no la temo. Sé de su color oscuro y barnizado, del tacto plasticoso, acolchado y hortera, de su olor a invernadero, a ausencia y a cerumen de oído. Observo su rostro deforme, las facciones hundidas, los labios morados, sus ojos congelados.
Es la pelona de los mexicanos, la sombra de pólvora de los sicarios, un orgasmo, la guadaña, el postre del gusano, un recibo de la luz. La pérdida de lo que algún día fuimos y la viva imagen de lo que uno nunca quisiera llegar a ser. Una tarde de domingo, un NO. Una cisterna vacía. Un simple corazón, que se detiene.
Sé que está ahí, allí, que madruga y trasnocha, que a veces se olvida, que siempre regresa. Es lo real, es lo seguro, es la meta. Sé que la muerte no muere.
La muerte, es mi órgano vital.

miércoles, 2 de diciembre de 2015

Hombres muertos que caminan (90)


_el cáncer
Vivimos esta vida como si llevásemos otra en la maleta.

Cuando la muerte quiere imponerse, tratas de vencerla. Y darse de narices contra un diagnóstico, te empuja a luchar por la vida.
Antes, ni me preocupaba por la salud. La tenía. Tiraba para adelante, nada me frenaba. Pero cuando menos lo esperaba, sucedió. Llegó el primer aviso de muerte y sacudió las emociones a su antojo. Daba vueltas en mi cabeza, cubriéndome de calvas, llenándola de tristeza. Yo ocultaba la pena con pañuelos de colores y pensaba en ella como se piensa en la vida, con la resignación y la indiferencia del que quiere vencer.
Y vencí.
Le gano cada día en que me levanto de la silla, cuando me ordena que me tumbe en el sofá. Y lloro cuando hay que reír. Y río cuando quiero llorar. Y no canto, porque no soy de esas.
Pero me niego a dejarme morir, porque ahora sí que no me da la puta gana.

martes, 1 de diciembre de 2015

Hombres muertos que caminan (89)


vivir_
Que la vida va en serio, uno lo empieza a comprender más tarde.
Como todos los jóvenes, yo vine a llevarme la vida por delante.

La vida es inmejorable, en el peor de los sentidos. Te lo han dicho, pero no haces caso hasta que te ves metida en el lío de lleno.
Ahora sé que no soy la misma y que nadie lo es. Los más pequeños crecimos y los mayores, envejecieron. Las cosas dejaron de ser fáciles y divertidas y me encontré en ese absurdo punto al que nunca pensé que llegaría, cuando rechazaba ser como ellos y soñaba con un mundo mejor, hecho a medida de todos.
Tal vez el problema era precisamente ese, que dejé de soñar. Pero de eso se trata el jodido tránsito a la vida adulta, imagino. Saber que estás rodeado de nadies y de nuncas, que vas a caminar durante años por el alambre para finalmente tener que caer sin que la red te ampare.
Así me siento. Como él, como el hombre del minúsculo cuerpecillo.
En mi habitación, pegada sobre el espejo, tengo la fotografía de un cuerpo hecho de yeso a punto de caer al vacío. Es la figura de un ser famélico, tipo escultura de Giacometti, colgado de una cornisa a la que se agarra con la mano derecha, inmensa e irreal, que representa sus ansias de vida y que, al sostenerlo, es su causa. Sus cinco dedos. Sus cinco razones.
Aún así, cada vez que la miro sé que es sólo cuestión de tiempo. Que la mano no resistirá. Que los dedos abandonarán desgastados por la desgana y que el inerte cuerpo de yeso acabará estrellándose contra el suelo.
Y no hay remedio.

lunes, 30 de noviembre de 2015

Hombres muertos que caminan (88)


_la elegida
Hoy he estado con ella.

No soy yo. Nunca lo soy. Ellos me eligen y piden que acaricie su soledad con mi aliento. Sólo son necesarias un par de miradas y sé que tengo que hacerlo, que más tarde o más temprano, serán míos.
Todos estos años de oficio me han hecho paciente. Prefiero que vengan convencidos, seguros, calmados. No tener que amenazarlos con mi presencia, no aterrarlos con mi contacto. Así es más rápido, creedme, sé de lo que hablo. La muerte, al igual que la suerte, no ayuda si uno no le echa una mano. Por eso me gustan tanto los suicidas. Les tengo cariño. Los admiro. Por la intriga que provocan en los demás, de no saber cuál es el motivo. Y porque me facilitan los trámites.

Muchos defienden que lo fácil es matarse, abandonar cuando se tienen problemas, no dar con la solución, pero mi planteamiento es diferente, porque no hay drama que supere la dureza de enfrentarse al frío sepulcral de las aguas de un río, sabiendo que la última imagen que verás será la tuya, deformada por su oscuro reflejo. Y todo aquel que no entienda eso, que no se apure, que aguarde paciente, que con seguridad un día, cuando lo atrape, me dará la razón.

domingo, 29 de noviembre de 2015

Hombres muertos que caminan (87)


hombres muertos que caminan_

En esta etapa uno se siente ajeno a los demás. Se ha salido del mundo.
A veces, nadie se da cuenta.

Algunos días me golpean con una especial carga de desasosiego.
Ayer fue uno. Triste y desesperante.
Desperté con desgana y un asco de aliento y dejé pasar las horas, mirando sin ver. Como siempre, no había nadie para hacerse cargo de la situación. Unos se habían ido a la playa, otros se lo montaban en el piso de al lado y los demás, daban fuera de cobertura.
La lista de mensajes, vacía.
Miré para la estantería, casi desnuda. Sólo cinco autores muertos y apilados. Dostoievski, Pavese, Vian y Pessoa. También una biografía de Bukowski y mi última adquisición en el mercado de segunda, un tratado sobre la tortura.
Menudo panorama.
El armario volcó sobre mí su estado catastrófico. Elegí un par de trapos de colorines y me largué de aquel pozo de angustia.
La calle estaba a tope de gente comprando. Muchos se detenían unos segundos delante de la pareja de cantantes que tocan a veinte pasos de la farmacia. Me gustó su versión de Alfonsina y el mar, de modo que en cuanto terminaron, me acerqué, los felicité y vacié en su sombrero el contenido de mi cartera.
El resto del día lo pasé dando tumbos por la ciudad, a la espera de que sucediese algo que mejorase mi estado de ánimo, pero no ocurrió, así que cuando regresé a casa encendí la tele, que a veces distrae.
Nada más apoltronarme en el sofá, me quedé dormida. Al despertar, un gélido hilillo de baba mojaba mi mejilla izquierda. Lo limpié con la manga y miré para el reloj.
Las tres y media.
Emitían un reportaje sobre la vida de los presos, pero no hice demasiado caso. La voz del locutor sonaba triste y lejana.
Ellos también.
Me quedé roque otros diez minutos y cuando volví a abrir los párpados, lo mismo de antes, pero ahora diferente. La cara de un enorme tipo negro llenaba por completo la pantalla. El cámara enfocaba sus ojos, que vertían litros de lágrimas sobre unos labios arqueados en una inconmensurable sonrisa.
Iba a morir en unos días.
Criticaba a sus captores y a la justicia y daba las gracias a todos aquellos que habían creído en su inocencia, proclamada a gritos en cada recurso de apelación. Sin resultado. Después de veinte años y cinco aplazamientos, no le quedaba ni un resquicio de esperanza. Estaba preparado desde la primera vez, dijo, porque cuando fijan la primera fecha, la mente se bloquea y no quiere ir más allá.
Ya estás perdido, ya estás muerto.
Aprovechó los últimos minutos para disculparse y despedirse de sus compañeros. Había decidido no hablarles más, aislarse, protegerlos. Ya se encargarían los guardias de comunicarles lo sucedido en la Casa de la Muerte. Eran buenos haciendo su trabajo.
Pasaron los días y fue ejecutado.
Antes de irse a negro, las cámaras hicieron un recorrido por el corredor de la muerte, de celda en celda, deteniéndose en las caras de todos y cada uno de aquellos hombres –los siguientes–, mientras una melodiosa voz de mujer les anunciaba por altavoz que su compañero, aquel pedazo afro convertido en un mocoso llorón, acababa de morir.

En cuanto terminó el reportaje me tumbé en el suelo y así me mantuve parte de la noche, llorando y mirando para el techo, pensando en ellos.
Era, uno de ellos.
Ahora que los había escuchado hablar a miles de kilómetros de distancia, que había visto la fatiga en sus ojos conscientes de su irremediable destino sentí, que al igual que yo, eran hombres muertos que caminan. Y que, como ellos, estaba preparada.
Así que fijé la fecha.


sábado, 28 de noviembre de 2015

Hombres muertos que caminan (86)


_el pesimismo
No se suicidan más que los optimistas, 
los optimistas que ya no pueden seguir siéndolo.
Los demás, ¿por qué deberían morir si no tienen ninguna razón para vivir?

Soy pesimista.
Según el diccionario, el pesimismo, psicológicamente hablando, es la tendencia a ver el lado malo de las cosas. Yo lo llamo pasar de los sesenta, mirar al mar y no ver el pescado, sino las raspas. No se trata de un estado vocacional, sino más bien de algo íntimo y francamente familiar, la clásica marca que te deja el anillo de viudo en el dedo. Un vacío que es no estar lleno, ni medio lleno, ni llenito. Entrar en casa y convivir con una escombrera, basura emocional que no ha desaparecido con su propietaria. Mi mujer está muerta.
Mi mujer se suicidó cuando éramos felices.
En terapia de grupo conoces a gente con vidas horribles. Pero ni yo le pegaba palizas, ni ella me ponía los cuernos. La nuestra fue una historia de amor normal. Por eso no hablo, no sé qué decir, no sé qué pasó. Luego me voy a tomar una copa con una amiga, una optimista que no sabe que lo es y le digo que los hombres somos muy cobardes. Que a los quince años de casado casi la engaño, que no se lo dije, pero lo notó. Yo dudé. Ella aguantó.
          Ahora estoy solo. Me siento solo. 
Estoy preparado para una relación, para ir a cenar, me gustaría echar un polvo, pero todas piden amor. Y yo no quiero mentir, yo sigo enamorado de alguien que no está. Esa es la verdad. 
Le pregunto si lo entiende. Ella me dice que sí. Y que no soy un pesimista, sino alguien que ha tenido mucha suerte a su lado, mucha mujer.
 
Acaban de avisarme. Se ha suicidado.

viernes, 27 de noviembre de 2015

Hombres muertos que caminan (85)


la curiosidad_
Aquí, aprendes a durar.

El hecho de no tener por qué llorar era un motivo para ser feliz. La regularidad, la estabilidad anímica, la nada.
Pero cómo conseguirlo si no quedaba nadie que no me hubiese decepcionado, cuando no lograba diferenciar entre buenos y malos porque todos escondían algo, esas virutas de decepción y dolor enfocadas a alimentar la crueldad.
Al principio incluso era un alivio. Dejar pasar los días. Muy humano. Acomodarse y permitir que siguiesen transcurriendo los acontecimientos. Sin embargo, sentía el peligro cuando los ataques de llanto se espaciaban demasiado en el tiempo. Sabía que se aproximaba una brutal recaída.
Para ponerle fin a la situación, traté de empezar por el principio y organicé una sesión continua de rememoraciones. Después de esa semana, dejé de recordar. Considerar que cualquier tiempo pasado había sido mejor era una actitud disuasoria de la que debía prescindir. También de la curiosidad, el principal motivo que me mantenía con vida, porque el corazón late por sí solo, no hay más.
Vivir es el mayor de los actos involuntarios, es de manual que se trata de un cajón vacío lleno de calcetines perforados y que con ser mediocre, con conformarse con resistir, llega de sobra. Los acontecimientos sólo te avasallan si te detienes a observar el comportamiento humano, en vez de imitarlo.
Interrumpir lo cotidiano, preparar, por ejemplo, tu propia muerte, es lo que agota.

jueves, 26 de noviembre de 2015

Hombres muertos que caminan (84)


_autocrítica
La vida es esencialmente un estado de precariedad y a menudo de aflicción,
donde cada uno ha de bregar y luchar por su existencia...

Y quién no se siente responsable. No sirve de nada poner excusas, achacarlo a su manera de vivir, a una tara mental, a la cobardía. El problema no son ellos ni su debilidad, sino nosotros, el consorcio de maldad que mariposea a su alrededor y que disfruta con su desgracia.
Cada mirada mal asestada, cada gesto de desprecio, cuando cada palabra es pólvora, provocamos la gangrena. Lo hacemos indiscriminadamente, muchas veces de manera involuntaria, posiblemente para deshacernos de nuestra propia alambrada de complejos y miserias. Fotocopiamos el daño que nos produjeron como niños vengativos: en mí rebota y en ti explota. Recibimos la hostia y tenemos que devolverla como sea. Lo de aguantarse ya no se lleva y así, acabamos con todo y con todos.
Eso mismo hicimos con ella. 

miércoles, 25 de noviembre de 2015

Hombres muertos que caminan (83)


el dolor_
Si mi padre pudiera verme,
la mayor parte del tiempo no sabría qué narices me pasa.

De pequeña, era un hábito despertar en mitad de la noche con un fuerte dolor de piernas del que nunca conseguí desprenderme. Sucedía tan a menudo y tan entrada la madrugada, que me avergonzaba encender la luz y alertar al personal, así que me sentaba en la cama a oscuras y, abrazada a la almohada, trataba de reprimir la molestia y el llanto ante aquel fenómeno al que no le encontraba explicación, ni cura.
Fueron muchas. Muchas noches. Pero para todas y cada una de ellas recuerdo un buen final, en el que uno de mis padres se despertaba y entraba en la habitación para sentarse a mi lado, tranquilizarme y frotármelas. Se quedaban conmigo hasta que desaparecía el dolor.

Años más tarde, descubrí que existen males mucho más fuertes que aquel. Dolores que se incrustan dentro con una intensidad que, por sí misma, impide hasta el llanto. Y comprendí que ya nadie sería consciente de ellos, ni de mí, que ni siquiera papá y mamá se darían cuenta, que no se despertarían, porque son penas que no hacen ruido y que no se ven, que no se lloran, más que por dentro.
Comprendí, de una vez, que se habían acabado los finales felices.

martes, 24 de noviembre de 2015

Hombres muertos que caminan (82)


_la alegría
Necesitamos la alegría para evitar que se nos parta el corazón.

Era una optimista.
Ella decía que no. Pero hacía lo contrario. Su acción era a favor del sí, a favor de la alegría.
Algo pasó. Algo que la marcó, que le hacía repetir que era una pesimista, pero no. En todo caso, era la pesimista más optimista que haya conocido. Era una lucecita pálida.
           Creo que la comprendo. Algunas personas, sentimos demasiado. Creo que a ella le pasaba, no sé cómo explicarlo... creo que sentía... los dolores del mundo. Tenía esa facilidad para ponerse en el lugar de los demás, incluso sin querer. No sé, creo que era hipersensible. Y eso es muy bueno cuando te pasan cosas buenas y lo peor, cuando no es así, que es casi siempre. Porque la vida es una continua pérdida, una constante decepción que te va minando y que te sugiere que mejor vayas perdiendo las ganas de vivir.
Pero era una tía alegre. Resistente. Vitalista. De esto no hay duda. Hasta cuando te hablaba de lo peor, hasta cuando te decía que la vida es una casposa mierda, te sacaba una sonrisa. Era una tía potente, con algo dentro, con pena dentro. Una tía interesante y con sentido del humor a la que machacaban con frecuencia porque sabían eso, que se reiría, que sacaría el lado bueno, que aguantaría sin rechistar.
Pero nadie es tan fuerte. 
Deberíamos ser más cuidadosos, en general, con los demás, porque aunque lo parezca, nadie es de acero. Nadie lo resiste todo. Y tampoco creo que sea necesario hacerlo.

lunes, 23 de noviembre de 2015

Hombres muertos que caminan (81)


la tristeza_
Has olvidado lo que esperas, pero recuerdas la espera.

Dicen que lo normal es tener ganas de vivir.
Pero una mañana cualquiera te levantas y todas las voces que te hicieron daño, retumban en tu cabeza. En un momento percibes que todo es tristeza, que se pegó a tu cuerpo, que no la sientes, sino que la eres. Y dejas de fingir que todo va bien cuando te caen las lágrimas en cascada y sólo piensas en estar sola, lejos de todos, cuando tu único deseo es que nadie te vuelva a destrozar.
Y el tiempo pasa y asimilas tu identidad desierta. Y ya no estás, aunque puedan verte, porque te has quedado fuera de todo esto, de la vida, que fracasó contigo estrepitosamente. Naciste en el lugar equivocado, naciste al otro lado y el barco hace ya tiempo que zarpó dejándote en tierra, en un suelo sobre el que no sabes caminar. Por eso quieres que pase, deshacerte del regalo con el que no pudieron comprarte. Ellos, que sentirán tu falta, que también se considerarán culpables, responsables de este extraño suceso que es vivir dejando discurrir las horas una detrás de otra, sin ningún motivo en especial.
Pero lo estúpido es hacerlo. Pensar en amigos, familia, algún perro callejero que más tarde o más temprano se dejará domesticar. Porque todo pasará. Volverán a hablar de mí, a recordarme, a verme en vídeos, como si nada. Se curarán la pupa y el día seguirá a esa noche en la que deje de resistir, y lo haga.

domingo, 22 de noviembre de 2015

Hombres muertos que caminan (80)


_la ironía
Si no quiere vivir, es que se ha muerto.

Morirse no puede ser tan malo.

Vale que la situación presenta algún que otro inconveniente. El principal: ignorar qué va a pasar contigo, perder el poder sobre todo, sobre ti mismo. Quiero decir que no sabes a dónde vas, ni por, ni para qué, si estará oscuro, si oirás algo o si será como desenchufar una lavadora.
Lo secundario: que otros decidan tu vestuario y tus flores.

Por eso es mejor preverlo todo. Un par de gomas amarrando las extremidades para controlar esfínteres, los dientes bien cepillados, las piernas rasuradas y el triangulito bien hechito. Que te encuentren con el sobaco depilado y sin agujeros vergonzosos en los calcetines, para evitar comentarios insolentes.
Regalarles una muerte limpia, decente, elegante... como si no lo fuese. Para que le pierdan el respeto y no se echen atrás, cuando les llegue la hora.

sábado, 21 de noviembre de 2015

Hombres muertos que caminan (79)


la palma de la mano_
Y si tenía ese sueño lo demás no importaba.

Cuando vamos en bus me mira con esos ojos extraños, como los agujeros de un queso gruyère. Mayor y dejado, parece un animalillo abandonado. No inofensivo, pero ya sin esa brutal carga de sexualidad...
Insistentemente indaga en mi persona y de nuevo conseguirá averiguar el título del libro que llevo entre las manos. Por pura curiosidad.
La misma que consigue que me mantenga con vida.

Hoy que tengo tiempo, sorbo el café bien caliente mientras me entretengo con el periódico. En las últimas páginas aparece su foto, vallinclanesca, preludio de la columna que manuscribe semanalmente.
Qué suerte. Tener un pedazo de hoja pública para poder echar las tripas y que te paguen, aún encima. Sí señor. Y me da por pensar que en alguna otra vida quisiera ser como él, un alguien que tiene algo que contar y lo cuenta. No atesorar todas estas emociones contenidas no sé para qué, ni hasta cuándo.

Escribir... aunque se te quede esa carita de pena.

viernes, 20 de noviembre de 2015

Hombres muertos que caminan (78)


el miedo_
... tengo miedo.
Mira a su alrededor y sabe que le harán daño. Sin embargo, es a ella a quien temen.
Miedo, miedo, se mueren con él y desconocen los motivos.
Ella no insiste en la maldad, pero la temen, porque nunca la han tenido bajo control. Cada acto, cada palabra, cada reacción puede ser nueva e inesperada. Irreverente y anárquica. Fuera de tono. Por eso cambian la piel de lobo a cordero y luchan para que se integre en su rebaño.
No os preocupéis, les dice, no es necesario. Ni tampoco que nos comamos unos a otros. Podéis seguir jugando a que nos llevamos bien, aunque elija pastar en otros prados.
Para ella también es complicado. Relacionarse con los demás sin dañarlos. Pedir disculpas, entenderlos. Asumir que no tiene razón. Llorar delante de alguien como si estuviese sola. Tratarlos bien. Fiarse. No tener vergüenza. Dejarse querer. Ser de nuevo una niña. Fingir que no sabe lo que sabe y que sabe lo que nunca sabrá. Aceptar que es imperfecta. Y reconocer que también los teme. Porque exigen demasiado, porque la empujan a volverse falsa como una moneda de chocolate y cruel, como los espejos. Cuando no quiere.

jueves, 19 de noviembre de 2015

Hombres muertos que caminan (77)


_un viaje en globo
Ausencia: pequeño ensayo de la muerte
que mejora nuestro recuerdo.

Cada desmayo era como un viaje en globo.

La primera vez me caí en la calle.
Con tanta madre alrededor, se armó una gorda, y los niños lloraban al verme convulsionar. Yo, ausente, subía por unas impresionantes escaleras de madera tallada sorteando las finísimas patas de aquellos elefantes, como recién salidos de un cuadro de Dalí. Tuve miedo cuando me encontré al tigre, pero no estaba hambriento. Se me restregó por el cuerpo antes de permitirme continuar. Al llegar arriba, di cuerda al reloj, pero no conseguí hacerlo funcionar. Realmente era extraño. Y blando como una oreja. Carecía de mecanismo y sus números eran una nube de hormigas que me subían por el brazo, haciéndome cosquillas y forzándome a sacudirlas.

En un bar, años después, me abrí la cabeza contra la esquina del billar. Sangraba a borbotones y, al llevar dos minutos inmóvil, pensaron que había muerto. Caminaba descalza sobre la hierba. Hacía mucho calor y me tumbé en pleno bosque para la siesta. El cielo era de un azul intenso y las nubes, gigantescos copos de algodón. Ya dormitaba cuando sentí el movimiento y, al abrir los ojos, me encontré rodeada de serpientes. Quise levantarme, pero se hicieron un nudo y me inmovilizaron las piernas. Mi pelo se convirtió en un nido y las más fuertes se dirigieron hacia la garganta. Me quedé muda, hasta que estalló la tormenta. Sólo entonces desperté. Abrí los ojos, asustada por el ruido del molino del café.

Volaba en avión y había cenado lasaña. Me levanté del asiento para ir al baño y me derrumbé en el pasillo. Estaban en la plaza. Por el suelo habían quedado montañas de vasos de plástico y todas aquellas botellas rotas. Había una ambulancia y varios policías indicaban a la gente cómo desalojar. Al retirarse el último grupo, ví a una pareja de amigos, tirados en el suelo. Ella apoyaba su cuerpo contra el muro y apretaba con las manos el cuello degollado de su novio. Cerré los ojos para deshacerme de aquella imagen y me tapé las orejas para no escuchar que lo habían violado. No escucharlo, no recordarlo. Cuando el aparato dio una pequeña sacudida, me desperté sudando. Miré al pasaje, pero continuaban dormidos.

Respiré aliviada.

miércoles, 18 de noviembre de 2015

Hombres muertos que caminan (76)


_Eliseo
... lo que yo quiero es ser feliz
e irradiar a mi alrededor esa felicidad.

Todos los días, sobre las seis de la tarde, aparecía con su saco de lona y se colocaba en el mismo lugar, sobre los adoquines. A veces parecía cansado, o apenado, pero en cuanto se cubría de maquillaje y de ropas de payaso, cambiaba. Vertía entonces su enorme sonrisa sobre el público y se sacaba de la manga impactantes números de magia, un zoológico hecho con globos de colores y algún que otro monigote, con el que mantenía simpáticas conversaciones en medio y medio.
Sólo los días de lluvia recogía los trastos antes de tiempo y se acercaba al bar de la esquina para pedir que se lo guardasen todo. Luego se cerraba en el baño, se quitaba la pintura y salía a repartir los globos que no había conseguido vender.
Venga, venga, que se van a desinflar...

De Eliseo aprendimos la importancia de las palabras ilusión y bondad, que murieron atropelladas en un paso de peatones, cuando cruzaba hacia nuestro parque, el día en que ella cumplía nueve años.

martes, 17 de noviembre de 2015

Hombres muertos que caminan (75)


la hipocresía_

...quiero conocerlos a todos pero
ni siquiera sé el nombre del vecino de al lado.

La bondad, el esfuerzo, la sensatez y el sufrimiento que cada uno de nosotros invertimos en nuestras propias vidas debería ser suficiente como para que alguien tratase de ayudarnos y llegase a valorar nuestra existencia como sobrevalora la suya. Pero nunca es así, porque la vida no es más que una gran mentira en la que todos queremos creer.
Durante mucho tiempo intenté encontrar a alguien que no buscase la ofensa, sino la constante defensa de lo mucho que existe de defendible en el resto de las personas. Que se dejase de pudores y rescatase una palabra amable, que no esperase a su muerte para rendirle un homenaje. Pero somos seres falsos y absurdos. Nos sindicamos, apadrinamos niños, ingresamos dinero en cuenta para reconstruir las barracas tumbadas por el paso de los huracanes, donamos sangre, nos dan penita los nenes barrigudos de África pero, en cambio, cuando enferma nuestra madre, o el suegro, o un hermano, y toca limpiarles la escara, nos desentendemos. Somos los más solidarios, pero ni miramos para el vecino que se muere de hambre, duerme en el cajero y pide a las puertas del supermercado.
Claro que preferimos pensar que los verdaderos problemas únicamente existen a miles de kilómetros de distancia, pero no es así. Están aquí, a nuestro lado y sería hora de intentar solucionarlos aunque huelan, sin el apoyo de papaíto y mamaíta, ni del marketing, ni de las cámaras, que sólo filman contenidos –a ver si nos enteramos de una vez– que se puedan retransmitir en horarios de máxima audiencia.