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domingo, 8 de noviembre de 2015

Hombres muertos que caminan (66)


_hábitos
...lo más importante era que nadie la mirara.
(...) las miradas son como una carga que te aplasta por el suelo...

No quiere conformarse. No quiere callar y que decidas por ella.
Por eso deja que se quede en las raspas si lo que pretende es nadar más ligera. No cortes sus alas, no malgastes tu ira si te ignora. No impidas que disfrute callada, que no se someta al control de las miradas, que camine vagabunda, que busque el silencio, aunque seas de los que prefieren festejar a gritos. Permítele reír sola, vaciar de recuerdos su vejez ausente. No compartirá su luz mientras les sobren rincones penosos y oscuros.
No intentes desacostumbrarla a la soledad.
No quieras abrir la puerta si encuentras las ventanas cerradas. Aprende a descansar y a disfrutar. A vivir días enteros en libertad y a asimilar que sufriendo la soledad, también se puede gozar de ella.

martes, 27 de octubre de 2015

Hombres muertos que caminan (54)


_grita
...dijo que yo era una persona muy difícil.
Que vivo en mi mundo. Que soy un soñador.

Pues aquí me tienes, GRITANDO.
Siempre dije que fuimos amigos por tu insistencia, porque estabas ahí, hasta cuando no hacía falta.
Nunca desconfié de lo mucho que me quisiste.
 Te conocí en un mal momento, cuando estaba repleto de sueños y rodeado de indiferencia y de soledad, eso fue todo. Y te vi como un agujerillo en la pared por el que entraba un poquito de luz. Así que me dediqué a raspar y a raspar hasta abrir un ventanal, porque necesitaba que me escuchasen y valorasen la importancia que para mí suponía ser aquello que quería.
En aquel momento tú pasabas por allí. Así de simple.
Si ya éramos el colmo de la diferencia, con los años cambiamos a peor, pero, aunque me cueste, te voy a contar lo que he observado a través del agujero de mi pared.
Me veo a mí, cada vez más espabilado y egoísta, más guapo, a la caza de un aplauso que me aporte seguridad. Un tipo que pasó a no estar, principalmente cuando se le necesitaba, y en el que ya no quedaban miedos, sino tonterías, apariencia y aires de grandeza.
Y te veo a ti, más cabreada de lo habitual. Tan descuidada en tu físico como siempre. Vulgar, simple y directa, pero menos. Una tipeja para la que me convertí, ahora que me creía alguien, en un cero a la izquierda. Para la que perdí todos aquellos valores que le parecían importantes cuando me conoció. Una charlatana que en otro momento me lo habría dicho, pero que estaba cansada, que tuvo temporadas muy malas de las que ni me quise dar cuenta y a la que no le pregunté desde cuando soñaba o de qué mierda iban sus sueños. A la que le dolía algo tan simple como que nunca estuviese a su lado cuando alguno se cumplía. Ni en el antes, ni en el durante, ni en el después.
Por ese tipo de cosas, a las que yo no daba importancia, decidiste distanciarte. Y actuar. Porque sabías que toda la confianza que habías depositado en mí no había servido de nada. Porque nunca te hablaría con el corazón, con la verdad. Jamás diría algo que no quisieses escuchar, olvidando que eso mismo supondría el auténtico fallo para ti. Porque callar era como darte a entender que ni siquiera yo llegué a conocerte en absoluto, que no supe de qué iba esto de ser amigos, ni lo de confiar en la gente, ni de querer que las cosas funcionasen. Que lo único que necesitaba era tener a alguien a quien contarle mi vida y que lo demás daba igual.
Sé que fue por eso que dejaste de ayudarme, de prestarme atención, de alimentar mi ego cuando veías que rebosaba. Porque olvidé que tenías una vida y que también estabas ansiosa porque alguien la valorase. Y porque te deprimía ver amputaciones de brazos por todas partes, cuando lo único que necesitabas, como todos, era a alguien que te echase una mano. 
 Y sí, ahora que pasó todo, cuando ya es tarde, pienso que me volví gilipollas de remate. Por eso descrucé los brazos y por eso te escribo. Para decirte que sé que no era imprescindible crecer dejando por el camino los esqueletillos de gente para la que constituí una de sus prioridades y que la pereza eterna que impidió que cuidase lo que tenía, acabó perjudicándome. Que de nada sirve ahora esto de ir lloriqueando por las esquinas, porque cuando me asomé a la ventana, ya lo habían bombardeado todo. 
Y tú no estabas.

sábado, 12 de septiembre de 2015

Hombres muertos que caminan (9)

las críticas_
...atravesar la vida sin interesar a nadie;
hablar sin ser escuchada, sufrir sin inspirar compasión...

No entiendo que no se comprenda que el involuntario acto de vivir tampoco es para tanto. Ni que a una le apetezca apagar la radio cuando todas las emisoras distorsionan.
Bastaría con analizar la muerte, durante un minuto, en positivo.

No más despertador a las 7:35 de la mañana, ni frenazos de bus, ni resbalones. El adiós definitivo a las que ignoran tu puesto en la fila del supermercado. No más indigestiones, ni ayunos, ni piernas pesadas, ni sales de frutas. Acabar con los insultos, las mentiras, los robos y la sangre cada 28 días. También con la melancolía, la sandía y las visitas a la carnicería para saborear la muerte de otros. Fuera la plancha, las horas tontas y las fotos miseria retocadas con Photoshop. No a la desesperanza, al llanto, a la migraña, a la pereza y a los arqueos de ceja de hombres casados. Tampoco cortes de dedos, ni dictaduras, ni enredos, ni debates, ni presos, ni rescates, no más tú contra mí, ni humos, ni grumos en las papas de los hijos que no queríamos tener. No a lo fingido que llena el vacío y a las toneladas de comida que se pudren en los contenedores.

Pero sobre todo. Lo más importante.
La clave.

No volver a esperar mucho, muchísimo más de la vida, de lo que nunca recibirás.