Me acuerdo de un Furby que mi hermano trajo a casa. Se lo había prestado una compañera de trabajo (era de su hijo), porque no lo soportaba más. Le metía unos sustos terribles a mi madre cuando se despertaba y se ponía a hablar, cantar y bostezar. Tatarátarata tuturúturu brunbrunbrun.
Me acuerdo de mear en el mar.
Me acuerdo del olor del mueble bar del comedor de la casa de mis abuelos maternos y de cómo este perdura pasados los años.
Me acuerdo de haber comprado un gorro de colorines y de la sensación de felicidad que me causó ponérmelo y caminar calle abajo con él.
Me acuerdo de las sábanas de algodón frías, casi húmedas, en los inviernos de la aldea.
Me acuerdo de querer ser profesora.
Me acuerdo de probar un queso con sabor a pies en casa de un amigo.
Me acuerdo de coger por capítulos Los Hollister, en la antigua Biblioteca Pública de Ourense y leerlos y releerlos una y otra vez, de niña.