A mi madre, que NO SE RINDE.
A mi hermano, por su trabajo. Y por cuidar de ella.
A todos los que me conocen,
para que se vengan conmigo de manifa :). A Carmen.
Soy
orensana y, para más
INRI, de
barrio. Así que cuando hace algunos años me dijeron que se iba a construir un
hospital inteligente en la ciudad, me dio un vuelco el corazón. Es que, además, soy de letras. Y claro, me mueven las emociones.
Joder, qué alegría, pensé. A ver si por fin salimos del hoyo y, ya de paso, del
baltarismo. Pero nada, oye, otro palastrazo que me he llevado esta semana, sin comerlo ni beberlo.
Asco-de-vida :(.
A ver.
Es que se rumorea... pero se rumorea de verdad, que lo de los recortes en la Sanidad Pública, ES UN HECHO. Y aún peor -
tú difama, que algo queda- que LO VA A SEGUIR SIENDO.
Pues vaya mierda, pienso ahora. Y es que claro, el tiempo, -
ay el tiempo-, lo va poniendo todo, y a todos, en su sitio, incluido el nuevo parking que han habilitado para uso y disfrute de trabajadores, pacientes y familiares, en el que te calcan una pasta por la hora. Eso sí que es inteligencia y no lo de antes, cuando éramos completamente gilipollas y podíamos aparcar en cualquier sitio, -porque había sitio- y gratis, como salvajes.
Vale, vale. Que se me ve el plumero, sí. Que se me nota, joder, que se me nota y que solo estoy parcialmente de acuerdo con lo que ha dicho
Jordi Évole el otro día, con lo que él es, para este país, cada día más de color
verde Esperanza. Ah, no. Que eso es
azul. Bueno, que ya sabéis a qué me refiero, a lo de que
estamos anestesiados. Que no Jordi, que no, que te equivocas coño, que
NO. Que ya no hay pasta para anestesias joder, que nos operamos demasiado, que a ver si te coscas del asunto y le dedicas un
Salvados, que te lo tenemos que explicar todo desde el otro extremo o, mejor dicho, desde la distancia (que aquí en
Galicia, somos muy de centro). No, Jordi, no, que no te enteras. Que estamos indignados, aunque no se note.
Ah -la indignación-, esa mágica palabra que está re-poniendo de moda el ex-juez
Baltasar Garzón con su nuevo
libro de magnífica portada y que por supuesto voy a leer, -se ponga como se ponga
Federico Jiménez Losantos-, a quien también escucho para equilibrar la balanza, echarme unas risas y aprender, de paso, algo de geografía.
Y es que, en este bebedero de patos, todo el mundo tiene algo que
decir. Faltaría más. Yo, así, a nivel particular, digo, por ejemplo, que
estoy HASTA LOS COJONES. Y empleo esa expresión, sí, tan denostada en
este comienzo de siglo, pero a la vez tan efectiva, porque te asegura
que el mensaje llegará a tOdO el mundo.
Estoy indignada y no anestesiada. Y te aseguro que esta indignación se volverá activa para que se active, aunque solo sea por
mímesis, la del pequeño círculo que me rodea, que quizá no se mueve por un principal y único motivo, que los gallegos solemos llamar
medo y también, por qué no admitirlo, algo de
modorra. Dos palabras que no sé pronunciar en catalán, para mi desgracia, ya que parece que es el único idioma en el que se imprimen las noticias de este país en los últimos trescientos millones de años. Dímelas tú, anda, -aunque sea en la intimidad-, que eres un profesional exitoso. A ver si alguien les hace puto caso.
Estoy, como ves, activamente indignada -y eso que solo he comprado el libro-, por la parte que me toca, o mejor dicho, por la que me ha tocado. Y es que mi madre, la típica Asunción de toda la vida, ha sobrevivido y sobrevive -de momento-, a una
leucemia mieloblástica aguda, gracias a la
SANIDAD PÚBLICA y a los cuidados que recibió por parte de su familia (dos hombres y dos mujeres, en ese orden) y del personal de la antigua residencia, tal vez un poco más anormal y retrasada que el nuevo hospital, pero donde la diagnosticaron y trataron (mujeres y hombres, por ese orden), en general, muy bien. Y encima, gratis. Qué escándalo.
Estoy indignada, te repito, y me activaré aún más, porque sé que cada recorte en nuestro
Sistema Nacional de Salud es una incitación al odio y a la violencia, aunque nadie lleve a nadie a los juzgados. Y porque cuando esos recortes afectan a tu propia
VIDA, a la de alguien a quien conoces o a quien quieres con toda tu alma, tu corazón, o tu cerebro, te entran unas ganas locas de salir a la calle y provocar, a modo de excentricidad primermundista, un
pifostio africano, esa
matata mingui que en
lingala significa, escribió
Pérez-Reverte (a quien he leído, leo y seguiré leyendo),
jaleo del carajo. Pero tranquilitos, que no queremos volver al
36.
No estoy ni estaré en contra de la construcción de nuevos hospitales siempre y cuando, claro, estos sirvan para algo más que para construirlos y si se puede, sacar tajada por ello. Presuntamente. Que el hospital no es lo importante, oigan. Que si se cae un azulejo, se puede recolocar sin tener que remodelar el baño entero a costa de los fondos públicos. Que para eso se les paga a los de mantenimiento, digo yo. Y porque lo esencial no es el continente, sino el contenido. Que no estamos en un concurso de belleza. Y da un poco igual si la cristalera es o no el último grito. Porque es que cuando alguien a quien quieres está a punto de morir, no vas y te fijas en si las paredes tienen
gotelé. De verdad que no lo haces, aunque seas arquitecta. O pintora. Te fijas en otras chorradas, como en si por ejemplo la estarán
TRATANDO BIEN, en el amplio sentido de la expresión. Y cuando esto no ocurre, -que a veces pasa-, primero te cabreas y luego te preguntas si a su vez, ese personal que nos atiende, nos cura las heridas, contribuye a la mejora de nuestra salud y en ocasiones nos salva momentáneamente de la muerte, estará siendo, a su vez, respetado.
La medicina es
importante, claro que sí. Es lo más importante. Pero el buen trato, también influye. Y el hecho de que a veces no lo sea, también puede responder, -en parte-, a la situación cada vez más precaria que afecta a todo aquel que trabaja en un centro sanitario, incluido el chico que vende cupones de
la
ONCE en la entrada, y que venderá más, -imagino-, si todos -pacientes, familiares y personal-, están contentos y pueden afrontar ese gasto a mayores. Vuelvo a decir yo. Aunque esta sea una opinión tan opinable como todas.
Que se construya un hospital nuevo y a la vez se cierren plantas
enteras en verano, que es,
oh casualidad, cuando médicos, enfermeros, auxiliares, celadores, cocineros, limpiadores y personal de mantenimiento suelen irse de vacaciones y cuando, -según creen los responsables de esas decisiones-, los pacientes dejan de enfermar y morir, son cosas que no se entienden. Ni que si te da un infarto, solo pueda darte de mañana, porque en ese nuevo hospital, más inteligente que tú y que yo y que todos los putos o(u)rensanos juntos,
no hay equipo de tarde ni de noche que te pueda hacer un
cateterismo, o lo que sea que te tengan que hacer en estos casos en los que sientes que te mueres y te mueres y como consecuencia, prefieres que no te desplacen a otra ciudad, a una hora como mínimo, y te atiendan en la tuya, a la que le tienes más cariño y además, está más cerca. Porque no se contrata personal cualificado, que lo hay, lo hay. Ni siquiera se les
enchufa, con lo que hemos sido. Y que pase exactamente lo mismo con las
urgencias quirúrgicas pediátricas. Porque defender los
derechos de los niños sí, pero oye, tampoco nos pasemos. Que el planeta está superpoblado.
Y ya que estamos, voy a ampliar mi exposición comentando que tampoco he llegado a captar -y mira que le dedico horas- esta nueva manía que les ha entrado a todos con dejar un solo carril de acceso a cualquier centro de salud (pongamos por caso,
Povisa, en
Vigo) Porque piensas:
joder, si se lía
una gorda, ¿cómo van a pasar las ambulancias si la única vía de entrada está taponada
por un par de coches, porque hay un accidente o, digamos
, una señora en silla de ruedas a la que le cuesta un mundo bajarse? Por ejemplo. Y es que claro, ya sabemos
que aquí nunca pasa nada. Hasta que te estalla en la cara un
Madrid, o un
Barcelona, o un
Angrois y hace picadillo tu estrategia de
humanización y
de aceras sin sentido de ocho metros (petadas de mobiliario urbano), en el entorno hospitalario. Pero
nada. Ustedes a lo suyo, que aún no sabemos qué es exactamente lo que es, -salvo simultanear cargos aunque no la hinquen y cobrar un pastizal por ello-, que los ambulancieros ya se las apañarán para
pasar. Que pongan la sirena a toda mecha, qué hostias. Y los que vayan dentro, que se busquen la vida, que
para eso han nacido. Porque lo del
aborto (
LIBERTAD DE DECISIÓN), ya es otra guerra,
gallardoniana. Y tranquilos, que también la vamos a pelear :).
LA SANIDAD PÚBLICA NO ES UN NEGOCIO. Bueno, vale, no voy a ir de ingenua
por la vida. Pido perdón, hinco la rodilla en el terruño y rectifico: la Sanidad Pública no debería ser
sólo un negocio. Y esto es algo que casi todos comprenderemos cuando
tengamos que pasar, repito -por cojones-, por sus innovadoras instalaciones y por
las manos de unos trabajadores cada día más subcontratados, puteados y hartos.
Porque a la mayoría -jeques árabes aparte-, nos va a ocurrir. Ingresaremos a un padre, a una hija o
a un
Espíritu Santo, que es lo que algunos se creen que son hasta que el dramático final llama a su puerta, como a la de todos. Que esto es algo de lo que
no te libras. Y perdonen que me haga
publicidad, que ando un poco baja de lectores y de defensas, aunque ni se me ocurre ir a Urgencias, no vaya a ser que
las
colapse. Yo soy como las de antes. Prefiero morir en casa,
tranquilamente y, si puede ser, por
eutanásica decisión propia. Otro frente abierto. Por poner nuevos viejos temas, de actualidad.
Y sí, ya sé que todo es dinero (y fútbol y religión y política y sexo). Que
ya lo sé, joder. Pero hasta en uno de mis lemas más trillados -
salud y dinero, que el resto se compra-, la salud, va por delante. Lo es todo. Ni dinero, ni amor, ni familia, ni amigos, ni libros, ni perros, ni
Iker Casillas, ni
Cristo Bendito bajado de su cruz. La
SALUD se lo lleva todo por delante. Y por ese motivo,
hay que salir en su defensa. Y tallar ese
derecho en un bloque de
granito de Porriño, no en la barra de hielo que ustedes nos quieren endosar.
Y es que tampoco pedimos tanto, me parece. No les estamos
pidiendo la luna, ni
la muerte de la muerte. Solo que hagan su trabajo, que por algún motivo, está mejor remunerado que el de una encuadernadora o el de un minero, por hablar de
paridad a ras de suelo. Y pedimos que lo hagan bien. Que lo hagan mejor. O para qué si no sirven las cuatro carreras y los dieciocho másters que se han sacado. Que sí, que vale, que sí, que también sabemos que lo suyo es muy difícil y que la vida es dura, pero es el camino que han elegido, oigan, así que no nos subtitulen la película y gestionen. O haberse dedicado a la literatura, que goza de una alta rentabilidad y cotiza en
Bolsa más que nadie.
No te jode.
Y
si cometen un error, -o varios-, pues tampoco pasa nada, aunque a veces pase. A todos nos ocurre. No hace falta ni que dimitan. Rectifiquen. Y resuélvanlo.
También pueden pedir perdón, si la cosa es grave. No sé, hasta
el rey de España lo hizo, y no se abrieron los mares. No parece un imposible, como ser
Rafa Nadal o
Susana Rodríguez. Yo es que valoro los pequeños gestos, qué quieren que les diga. Aunque te hayas cargado algún elefante. Al fin y al cabo eres el rey de un puto país. Que no gobernarás, vale. Pero reinas. Lo cual es más mejor. Y estás pidiendo disculpas. Pues oye, ALGO ES ALGO.
Peor que lo suyo, que lo mío, que lo de
Sus Majestades y que lo de todos, serán la
enfermedad y la muerte, que es a lo que se enfrentan los pacientes a diario. O el
hambre en el mundo, o la
ablación, ya que estamos. Y ahora llámenme
populista, que me pone. Y que no va a impedir que
reivindique el derecho a protestar y a manifestarme, en mi casa y en la calle. Y no me abran el cajón de frases míticas de
Fraga, -grabadas a fuego en mi memoria- (
As leis non se fan nas rúas), si no quieren que yo les abra el de
Labordeta, -grabado en el
Congreso- (
Pero no puede uno hablar aquí o qué... ¡A la mierda, joder!), quien, -por cierto-, me caía bastante mejor, a pesar del bigote. Es que soy jotera, como
Carmen París ;).
Y es que si ustedes pretenden desgraciar la vida de la mayoría de los ciudadanos y no procurar su bien -que es el supuesto motivo por el que todos se meten en política, además de para arruinarse-, pues que no les entre el pánico si nos pillamos un berrinche y nos concentramos en las aceras, que no serán nuestras pero tampoco suyas y que son maravillosos lugares para jugar y patalear, porque visibilizan los
problemas reales de la gente y añaden espectadores a su causa. Por si no se habían dado cuenta.
Es que no nos dejan otra salida. Les explico :).
Si yo fuera, por poner un ejemplo,
Fátima Báñez, invocaría a la
Virgen del Rocío y ya, pero como no lo soy -ni
creyente, ni andaluza- tendré que cargar con esa doble tragedia, y añadirle una nueva, que es el interés que todos ustedes parecen tener
en ir privatizando,
des-pa-ci-to pero a pasos agigantados,
la sanidad pública española. Y no es que tenga yo nada en contra de nadie,
especialmente si proviene de
L(o)s Peares, que eso duele más que nacer en
Lugo-Lugo o en
Teruel, por mucho que puedas fardar de
embalse. Salvo, claro está, que pretenda arruinarme la existencia. No,
Alberto, así no. Ni aunque fuera usted de mi barrio. Ni
aunque fuera de mi familia. Ni aunque fuera usted mi puto hermano y lo quisiera. Escribiría esto y se lo restregaría por la cara
para que se diese cuenta de su error y rectificase. Pero no nos pongamos violentos, aunque sea para tanto. Que no se nos olvida que nos hemos manifestado por un
NO A LA GUERRA. Que sabemos que tiene usted su corazoncito. Y que a veces, lo muestra. Que ha perdido a un padre, que ha tenido un hijo, probablemente todo ello en la privada, cuestión que desconozco y sobre la que no me voy a informar, porque intento respetar lo que cada uno decida hacer con su vida y porque entiendo que se lo puede permitir. No es mi caso. Ni el de millones de personas. Téngalo en cuenta, haga el favor. Y no se ofenda, que no es algo personal. Lo mío es más una crítica general a todo su colectivo, así, en plan aspersor, con la esperanza de que alguna gota alcance a alguien -a quien sea-, que de verdad se moje.
Por el momento, me toca protestar. Y recordar durante esa protesta, pequeños detalles que tuvieron lugar en la vieja residencia de mi ciudad y de la suya, como ver entrar a un médico -del que no recuerdo el nombre, aunque me haya quedado con su cara-, en la habitación de la mujer que me parió por cesárea, para decirle:
así que usted es Asunción, Asunción Fiuza. ¡La heroína de planta! Recordar la cara de absoluta felicidad de mi madre, asintiendo con la cabeza. Y la mía, al mirarla a ella. Recordar como recordaré siempre a ese hombre, porque se bajó del pedestal del que algunos jamás se apean y porque no se colgó la medalla de
Dios Todopoderoso, ni se hizo el
héroe. Porque quizá sepa que nadie lo es. Aunque salve una vida. O cientos de ellas. Lo recordaré, no porque se lo dijese a ella, sino porque lo dijo. Se lo dijo a alguien, que necesitaba escucharlo. Y porque gestos como ese,
HUMANOS, te alegran la vida y te ayudan a querer vivirla.
Por todo esto y no porque desconfíe de los políticos -que por supuesto que lo hago-, también voy a salir a la calle. Porque rumores como los que circulan estos días,
como mínimo te indignan y como máximo te pueden hacer perder la vida, aunque tú no quieras. Y ya sé que debería hacer caso de los mensajes tranquilizadores que comparte la
Xunta de Galicia por
Facebook, pero es que soy más de creerme lo que me dice la chusma y el populacho, que trabajan en esto y que empiezan a rebotarse y a decir
HASTA AQUÍ.
VOY A PELEAR POR MIS DERECHOS y porque éstos también lo sean para todas las personas que decidan hacer uso de ellos. Desde la insignificancia de mi posición. Y lo voy a hacer porque no soy gilipollas, como dice
Paquita. Porque soy
o(u)rensana de
colegio público, algo que te marca y a la vez, es marca. Porque soy de
barrio y puedo demostrarlo.
Y porque SOY INTELIGENTE.
¿Alguien se apunta?