_los
observadores
¿Quién no se ha
suicidado?
Lo extraño es no matarse, aunque si lo
comentas, ponen el grito en el cielo. Los moralistas de siempre, los
que se conforman con la vida, los espíritus de rebaño. Pobres. Si
los que piensan en suicidarse estuvieran locos, el planeta sería un
manicomio sin plazas.
Cuando has recorrido trecho y mundo, no
sospechas. Has calado de qué va esto, sabes que lo que triunfa es lo
falso. Y entiendes al pasajero que se tira por la borda, aunque
parezca que va de crucero. Porque cuando vienen olas de veinte
metros, hasta en un yate se siente uno como en un cayuco.
Yo ya fui miembro de una tribu zulú,
caminé descalzo por la selva hasta que los pies se me pusieron como
la suela de un zapato, habité en un iglú y me declaré a mi
esquimal con un beso, de nariz a nariz. Pude ser el castor golpeando
las aguas con la cola para alertar a los míos del peligro, el
kamikaze, el hacha, el pelo en la sopa, un halcón que planea o el
hipopótamo que se baña en las sucias aguas de un remanso.
Los pensamientos están ahí por algo y
no podemos cerrarlos entre cuatro paredes, blindarlos y tirar la
llave al mar, porque es gracias a ellos que conservamos un mínimo de
bienestar y de locura sana... No hay que temerlos, no tiene sentido
negarlos. Hay que aceptar lo que somos y lo que son, desahogos
internos, cerillas vírgenes que abarrotan las agendas de los
psicólogos y con las que podemos encender una vela o quemar un
bosque, sin movernos del sitio y sin mayores consecuencias.
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