miércoles, 16 de septiembre de 2015

Hombres muertos que caminan (13)

las ausencias_
Me gustan los perros.

La lloré mucho antes de predecir su muerte. Y la eché en falta desde aquel mismo instante, consciente de que nada puede llenar el hueco de una ausencia.
Pero me hice a la idea.
No más ojitos tiernos, ni besos en el hocico, ni lametazos, ni patas llenas de barro sobre mis pantalones blancos.
Nunca más le haría cosquillas en aquella interminable lengua rosa, ni acariciaría su lomo, que se cubrió de llagas a la misma velocidad con la que su mirada se llenaba de pena.

Ver cómo se degradaba día a día, cómo dejó de comer, cómo el dolor la fue venciendo... Presentir su muerte y sostenerme ante ella, tiesa y fría mientras mi padre la enterraba, fue algo que me golpeó en seco y me marcó por dentro.

A pesar de eso, lo más duro, lo peor de todo, fue pensar que nadie se acordaría nunca de verla abrazándome con sus patas cuando le rascaba la panza, apretando cada vez con más fuerza mi brazo y mi mano contra su corazón, como si se le fuese la vida en aquel acto, con aquella desesperación animal, con aquella inhumana y extraordinaria manera de defenderme, como nadie hizo nunca... para aprender de ella.


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