" -Me siento rara- le digo a la enfermera de Urgencias.
-¿Qué te pasa?- pregunta.
-Va a sonar muy ridículo -admito-. Pero es que no me puedo creer que tengo un esqueleto dentro."
" -Me siento rara- le digo a la enfermera de Urgencias.
-¿Qué te pasa?- pregunta.
-Va a sonar muy ridículo -admito-. Pero es que no me puedo creer que tengo un esqueleto dentro."
Foto: Elena Dean @bicodepulga |
"Mario comenzara a entender que na vida case todo tiña que ver con repetir unha e outra vez as mesmas cousas e facer un esforzo por non aburrirse."
Foto: Elena Dean @bicodepulga |
Jugar era la recompensa. Estábamos en parvulitos y la profesora premiaba a quien acabase primero la tarea. Solía disputármela con Diego, pero cuando me tocaba iba directa a la casita de muñecas de madera. Nunca tuve una, así que esta me provocaba curiosidad; todos aquellos mueblecitos distribuidos en estancias diminutas que ya casi no recuerdo, sólo el color blanco de las paredes y la ausencia de habitantes, que yo me imaginaba. Jugar era el premio. Hoy preferimos el like, el click, el corazoncito, el comentario, porque generan dependencia y dopamina. Claro que tiene su peligro, como la inteligencia artificial, que puede, tanto desarrollar nuestro potencial al máximo, como acabar convirtiéndonos en tontos de capirote. La primera pregunta que le he formulado al ChatGPT es que si le gusta jugar. La respuesta es que no. No tiene esa capacidad, en el sentido en que los humanos lo hacemos. 1-0. Cuando le he pedido que me recomiende un juego, me ha elaborado una lista en la que no aparecía, ni la lluvia, ni el barro. Lo he mandado entonces a la mierda e inmediatamente se ha disculpado. Lo han educado bien, pero me ha dado cierta pena que, como a algunos de nosotros (en eso nos imita a la perfección) su propia naturaleza le impida disfrutar. Y me ha caído un poco mejor.