Fotografía: efialtes_fernando gonzález |
Abrir el paraguas es altamente recomendable cuando ves que va a caer un chaparrón. En mi pueblo, por ejemplo, todavía vive el cura que, a la entrada de la iglesia, puso un corcho con un listado de vecinos y lo que cada uno de ellos había aportado en donativos ese año. En números rojos, a un lado, subrayaba la deuda que tenía la parroquia en aquellos momentos, que era algo así como un millón ochocientas mil pesetas, o lo que es lo mismo, lo que le había costado su Citroën Xantia nuevo. Mi familia y yo, que no aportábamos un duro, cuando íbamos a algún entierro, mirábamos para aquel corcho y abríamos el paraguas de la indiferencia. Gracias a ello sobrevivimos al escarnio público. Ese paraguas eliminó el rubor de nuestras caras e impidió que pusiésemos la otra mejilla, o directamente, el culo. Cada vez que desde el púlpito ese mismo cura gritaba "con la fe no basta, hay que dar", más nos agarrábamos la cartera cuando pasaban el cepillo. Y os juro que no era tacañería. Era amor propio.