domingo, 22 de mayo de 2022

La limosna


Fotografía: efialtes_fernando gonzález

Abrir el paraguas es altamente recomendable cuando ves que va a caer un chaparrón. En mi pueblo, por ejemplo, todavía vive el cura que, a la entrada de la iglesia, puso un corcho con un listado de vecinos y lo que cada uno de ellos había aportado en donativos ese año. En números rojos, a un lado, subrayaba la deuda que tenía la parroquia en aquellos momentos, que era algo así como un millón ochocientas mil pesetas, o lo que es lo mismo, lo que le había costado su Citroën Xantia nuevo. Mi familia y yo, que no aportábamos un duro, cuando íbamos a algún entierro, mirábamos para aquel corcho y abríamos el paraguas de la indiferencia. Gracias a ello sobrevivimos al escarnio público. Ese paraguas eliminó el rubor de nuestras caras e impidió que pusiésemos la otra mejilla, o directamente, el culo. Cada vez que desde el púlpito ese mismo cura gritaba "con la fe no basta, hay que dar", más nos agarrábamos la cartera cuando pasaban el cepillo. Y os juro que no era tacañería. Era amor propio.

domingo, 8 de mayo de 2022

El timbre

Fotografía: efialtes_fernando gonzález

Sobre cualquier pared de azulejos puede presentársenos una disyuntiva: timbrar o no timbrar. Y es que no siempre conseguimos que la persona que está en el interior de una casa nos abra la puerta o responda, tan siquiera, al timbrazo. Hacen falta mucha energía y una dosis potente de buen humor para contestar al telefonillo. Quién sabe quién podría ser. Normalmente, mormones. Está claro que cualquier mal presagio se cumplirá, si ya se ha recibido la visita del butanero. Cualquier otra cosa, morralla, recibos o vendedores de enciclopedias. En la era de Internet. Cómo estará el patio. Responder a una llamada es, pues, tarea de valientes. Porque nunca es el vecino interesante que viene a pedir sal. Nunca son seres angelicales cantando villancicos el día de Navidad. Abrir la puerta supone encararse con un pago o un pelma. Los timbres se han hecho para incordiar al que duerme plácidamente la siesta en el sofá, para provocar un incendio cuando se está cocinando y se acude a la llamada, para levantarnos del váter cuando nos hemos bajado ya los pantalones. Al que le ha pasado se le plantea pues, el dilema: Vivir o dejar vivir. Aunque siempre podrá timbrar y salir corriendo. A quién no le gusta una travesura.