lunes, 30 de noviembre de 2015

Hombres muertos que caminan (88)


_la elegida
Hoy he estado con ella.

No soy yo. Nunca lo soy. Ellos me eligen y piden que acaricie su soledad con mi aliento. Sólo son necesarias un par de miradas y sé que tengo que hacerlo, que más tarde o más temprano, serán míos.
Todos estos años de oficio me han hecho paciente. Prefiero que vengan convencidos, seguros, calmados. No tener que amenazarlos con mi presencia, no aterrarlos con mi contacto. Así es más rápido, creedme, sé de lo que hablo. La muerte, al igual que la suerte, no ayuda si uno no le echa una mano. Por eso me gustan tanto los suicidas. Les tengo cariño. Los admiro. Por la intriga que provocan en los demás, de no saber cuál es el motivo. Y porque me facilitan los trámites.

Muchos defienden que lo fácil es matarse, abandonar cuando se tienen problemas, no dar con la solución, pero mi planteamiento es diferente, porque no hay drama que supere la dureza de enfrentarse al frío sepulcral de las aguas de un río, sabiendo que la última imagen que verás será la tuya, deformada por su oscuro reflejo. Y todo aquel que no entienda eso, que no se apure, que aguarde paciente, que con seguridad un día, cuando lo atrape, me dará la razón.

domingo, 29 de noviembre de 2015

Hombres muertos que caminan (87)


hombres muertos que caminan_

En esta etapa uno se siente ajeno a los demás. Se ha salido del mundo.
A veces, nadie se da cuenta.

Algunos días me golpean con una especial carga de desasosiego.
Ayer fue uno. Triste y desesperante.
Desperté con desgana y un asco de aliento y dejé pasar las horas, mirando sin ver. Como siempre, no había nadie para hacerse cargo de la situación. Unos se habían ido a la playa, otros se lo montaban en el piso de al lado y los demás, daban fuera de cobertura.
La lista de mensajes, vacía.
Miré para la estantería, casi desnuda. Sólo cinco autores muertos y apilados. Dostoievski, Pavese, Vian y Pessoa. También una biografía de Bukowski y mi última adquisición en el mercado de segunda, un tratado sobre la tortura.
Menudo panorama.
El armario volcó sobre mí su estado catastrófico. Elegí un par de trapos de colorines y me largué de aquel pozo de angustia.
La calle estaba a tope de gente comprando. Muchos se detenían unos segundos delante de la pareja de cantantes que tocan a veinte pasos de la farmacia. Me gustó su versión de Alfonsina y el mar, de modo que en cuanto terminaron, me acerqué, los felicité y vacié en su sombrero el contenido de mi cartera.
El resto del día lo pasé dando tumbos por la ciudad, a la espera de que sucediese algo que mejorase mi estado de ánimo, pero no ocurrió, así que cuando regresé a casa encendí la tele, que a veces distrae.
Nada más apoltronarme en el sofá, me quedé dormida. Al despertar, un gélido hilillo de baba mojaba mi mejilla izquierda. Lo limpié con la manga y miré para el reloj.
Las tres y media.
Emitían un reportaje sobre la vida de los presos, pero no hice demasiado caso. La voz del locutor sonaba triste y lejana.
Ellos también.
Me quedé roque otros diez minutos y cuando volví a abrir los párpados, lo mismo de antes, pero ahora diferente. La cara de un enorme tipo negro llenaba por completo la pantalla. El cámara enfocaba sus ojos, que vertían litros de lágrimas sobre unos labios arqueados en una inconmensurable sonrisa.
Iba a morir en unos días.
Criticaba a sus captores y a la justicia y daba las gracias a todos aquellos que habían creído en su inocencia, proclamada a gritos en cada recurso de apelación. Sin resultado. Después de veinte años y cinco aplazamientos, no le quedaba ni un resquicio de esperanza. Estaba preparado desde la primera vez, dijo, porque cuando fijan la primera fecha, la mente se bloquea y no quiere ir más allá.
Ya estás perdido, ya estás muerto.
Aprovechó los últimos minutos para disculparse y despedirse de sus compañeros. Había decidido no hablarles más, aislarse, protegerlos. Ya se encargarían los guardias de comunicarles lo sucedido en la Casa de la Muerte. Eran buenos haciendo su trabajo.
Pasaron los días y fue ejecutado.
Antes de irse a negro, las cámaras hicieron un recorrido por el corredor de la muerte, de celda en celda, deteniéndose en las caras de todos y cada uno de aquellos hombres –los siguientes–, mientras una melodiosa voz de mujer les anunciaba por altavoz que su compañero, aquel pedazo afro convertido en un mocoso llorón, acababa de morir.

En cuanto terminó el reportaje me tumbé en el suelo y así me mantuve parte de la noche, llorando y mirando para el techo, pensando en ellos.
Era, uno de ellos.
Ahora que los había escuchado hablar a miles de kilómetros de distancia, que había visto la fatiga en sus ojos conscientes de su irremediable destino sentí, que al igual que yo, eran hombres muertos que caminan. Y que, como ellos, estaba preparada.
Así que fijé la fecha.


sábado, 28 de noviembre de 2015

Hombres muertos que caminan (86)


_el pesimismo
No se suicidan más que los optimistas, 
los optimistas que ya no pueden seguir siéndolo.
Los demás, ¿por qué deberían morir si no tienen ninguna razón para vivir?

Soy pesimista.
Según el diccionario, el pesimismo, psicológicamente hablando, es la tendencia a ver el lado malo de las cosas. Yo lo llamo pasar de los sesenta, mirar al mar y no ver el pescado, sino las raspas. No se trata de un estado vocacional, sino más bien de algo íntimo y francamente familiar, la clásica marca que te deja el anillo de viudo en el dedo. Un vacío que es no estar lleno, ni medio lleno, ni llenito. Entrar en casa y convivir con una escombrera, basura emocional que no ha desaparecido con su propietaria. Mi mujer está muerta.
Mi mujer se suicidó cuando éramos felices.
En terapia de grupo conoces a gente con vidas horribles. Pero ni yo le pegaba palizas, ni ella me ponía los cuernos. La nuestra fue una historia de amor normal. Por eso no hablo, no sé qué decir, no sé qué pasó. Luego me voy a tomar una copa con una amiga, una optimista que no sabe que lo es y le digo que los hombres somos muy cobardes. Que a los quince años de casado casi la engaño, que no se lo dije, pero lo notó. Yo dudé. Ella aguantó.
          Ahora estoy solo. Me siento solo. 
Estoy preparado para una relación, para ir a cenar, me gustaría echar un polvo, pero todas piden amor. Y yo no quiero mentir, yo sigo enamorado de alguien que no está. Esa es la verdad. 
Le pregunto si lo entiende. Ella me dice que sí. Y que no soy un pesimista, sino alguien que ha tenido mucha suerte a su lado, mucha mujer.
 
Acaban de avisarme. Se ha suicidado.

viernes, 27 de noviembre de 2015

Hombres muertos que caminan (85)


la curiosidad_
Aquí, aprendes a durar.

El hecho de no tener por qué llorar era un motivo para ser feliz. La regularidad, la estabilidad anímica, la nada.
Pero cómo conseguirlo si no quedaba nadie que no me hubiese decepcionado, cuando no lograba diferenciar entre buenos y malos porque todos escondían algo, esas virutas de decepción y dolor enfocadas a alimentar la crueldad.
Al principio incluso era un alivio. Dejar pasar los días. Muy humano. Acomodarse y permitir que siguiesen transcurriendo los acontecimientos. Sin embargo, sentía el peligro cuando los ataques de llanto se espaciaban demasiado en el tiempo. Sabía que se aproximaba una brutal recaída.
Para ponerle fin a la situación, traté de empezar por el principio y organicé una sesión continua de rememoraciones. Después de esa semana, dejé de recordar. Considerar que cualquier tiempo pasado había sido mejor era una actitud disuasoria de la que debía prescindir. También de la curiosidad, el principal motivo que me mantenía con vida, porque el corazón late por sí solo, no hay más.
Vivir es el mayor de los actos involuntarios, es de manual que se trata de un cajón vacío lleno de calcetines perforados y que con ser mediocre, con conformarse con resistir, llega de sobra. Los acontecimientos sólo te avasallan si te detienes a observar el comportamiento humano, en vez de imitarlo.
Interrumpir lo cotidiano, preparar, por ejemplo, tu propia muerte, es lo que agota.

jueves, 26 de noviembre de 2015

Hombres muertos que caminan (84)


_autocrítica
La vida es esencialmente un estado de precariedad y a menudo de aflicción,
donde cada uno ha de bregar y luchar por su existencia...

Y quién no se siente responsable. No sirve de nada poner excusas, achacarlo a su manera de vivir, a una tara mental, a la cobardía. El problema no son ellos ni su debilidad, sino nosotros, el consorcio de maldad que mariposea a su alrededor y que disfruta con su desgracia.
Cada mirada mal asestada, cada gesto de desprecio, cuando cada palabra es pólvora, provocamos la gangrena. Lo hacemos indiscriminadamente, muchas veces de manera involuntaria, posiblemente para deshacernos de nuestra propia alambrada de complejos y miserias. Fotocopiamos el daño que nos produjeron como niños vengativos: en mí rebota y en ti explota. Recibimos la hostia y tenemos que devolverla como sea. Lo de aguantarse ya no se lleva y así, acabamos con todo y con todos.
Eso mismo hicimos con ella. 

miércoles, 25 de noviembre de 2015

Hombres muertos que caminan (83)


el dolor_
Si mi padre pudiera verme,
la mayor parte del tiempo no sabría qué narices me pasa.

De pequeña, era un hábito despertar en mitad de la noche con un fuerte dolor de piernas del que nunca conseguí desprenderme. Sucedía tan a menudo y tan entrada la madrugada, que me avergonzaba encender la luz y alertar al personal, así que me sentaba en la cama a oscuras y, abrazada a la almohada, trataba de reprimir la molestia y el llanto ante aquel fenómeno al que no le encontraba explicación, ni cura.
Fueron muchas. Muchas noches. Pero para todas y cada una de ellas recuerdo un buen final, en el que uno de mis padres se despertaba y entraba en la habitación para sentarse a mi lado, tranquilizarme y frotármelas. Se quedaban conmigo hasta que desaparecía el dolor.

Años más tarde, descubrí que existen males mucho más fuertes que aquel. Dolores que se incrustan dentro con una intensidad que, por sí misma, impide hasta el llanto. Y comprendí que ya nadie sería consciente de ellos, ni de mí, que ni siquiera papá y mamá se darían cuenta, que no se despertarían, porque son penas que no hacen ruido y que no se ven, que no se lloran, más que por dentro.
Comprendí, de una vez, que se habían acabado los finales felices.

martes, 24 de noviembre de 2015

Hombres muertos que caminan (82)


_la alegría
Necesitamos la alegría para evitar que se nos parta el corazón.

Era una optimista.
Ella decía que no. Pero hacía lo contrario. Su acción era a favor del sí, a favor de la alegría.
Algo pasó. Algo que la marcó, que le hacía repetir que era una pesimista, pero no. En todo caso, era la pesimista más optimista que haya conocido. Era una lucecita pálida.
           Creo que la comprendo. Algunas personas, sentimos demasiado. Creo que a ella le pasaba, no sé cómo explicarlo... creo que sentía... los dolores del mundo. Tenía esa facilidad para ponerse en el lugar de los demás, incluso sin querer. No sé, creo que era hipersensible. Y eso es muy bueno cuando te pasan cosas buenas y lo peor, cuando no es así, que es casi siempre. Porque la vida es una continua pérdida, una constante decepción que te va minando y que te sugiere que mejor vayas perdiendo las ganas de vivir.
Pero era una tía alegre. Resistente. Vitalista. De esto no hay duda. Hasta cuando te hablaba de lo peor, hasta cuando te decía que la vida es una casposa mierda, te sacaba una sonrisa. Era una tía potente, con algo dentro, con pena dentro. Una tía interesante y con sentido del humor a la que machacaban con frecuencia porque sabían eso, que se reiría, que sacaría el lado bueno, que aguantaría sin rechistar.
Pero nadie es tan fuerte. 
Deberíamos ser más cuidadosos, en general, con los demás, porque aunque lo parezca, nadie es de acero. Nadie lo resiste todo. Y tampoco creo que sea necesario hacerlo.

lunes, 23 de noviembre de 2015

Hombres muertos que caminan (81)


la tristeza_
Has olvidado lo que esperas, pero recuerdas la espera.

Dicen que lo normal es tener ganas de vivir.
Pero una mañana cualquiera te levantas y todas las voces que te hicieron daño, retumban en tu cabeza. En un momento percibes que todo es tristeza, que se pegó a tu cuerpo, que no la sientes, sino que la eres. Y dejas de fingir que todo va bien cuando te caen las lágrimas en cascada y sólo piensas en estar sola, lejos de todos, cuando tu único deseo es que nadie te vuelva a destrozar.
Y el tiempo pasa y asimilas tu identidad desierta. Y ya no estás, aunque puedan verte, porque te has quedado fuera de todo esto, de la vida, que fracasó contigo estrepitosamente. Naciste en el lugar equivocado, naciste al otro lado y el barco hace ya tiempo que zarpó dejándote en tierra, en un suelo sobre el que no sabes caminar. Por eso quieres que pase, deshacerte del regalo con el que no pudieron comprarte. Ellos, que sentirán tu falta, que también se considerarán culpables, responsables de este extraño suceso que es vivir dejando discurrir las horas una detrás de otra, sin ningún motivo en especial.
Pero lo estúpido es hacerlo. Pensar en amigos, familia, algún perro callejero que más tarde o más temprano se dejará domesticar. Porque todo pasará. Volverán a hablar de mí, a recordarme, a verme en vídeos, como si nada. Se curarán la pupa y el día seguirá a esa noche en la que deje de resistir, y lo haga.

domingo, 22 de noviembre de 2015

Hombres muertos que caminan (80)


_la ironía
Si no quiere vivir, es que se ha muerto.

Morirse no puede ser tan malo.

Vale que la situación presenta algún que otro inconveniente. El principal: ignorar qué va a pasar contigo, perder el poder sobre todo, sobre ti mismo. Quiero decir que no sabes a dónde vas, ni por, ni para qué, si estará oscuro, si oirás algo o si será como desenchufar una lavadora.
Lo secundario: que otros decidan tu vestuario y tus flores.

Por eso es mejor preverlo todo. Un par de gomas amarrando las extremidades para controlar esfínteres, los dientes bien cepillados, las piernas rasuradas y el triangulito bien hechito. Que te encuentren con el sobaco depilado y sin agujeros vergonzosos en los calcetines, para evitar comentarios insolentes.
Regalarles una muerte limpia, decente, elegante... como si no lo fuese. Para que le pierdan el respeto y no se echen atrás, cuando les llegue la hora.

sábado, 21 de noviembre de 2015

Hombres muertos que caminan (79)


la palma de la mano_
Y si tenía ese sueño lo demás no importaba.

Cuando vamos en bus me mira con esos ojos extraños, como los agujeros de un queso gruyère. Mayor y dejado, parece un animalillo abandonado. No inofensivo, pero ya sin esa brutal carga de sexualidad...
Insistentemente indaga en mi persona y de nuevo conseguirá averiguar el título del libro que llevo entre las manos. Por pura curiosidad.
La misma que consigue que me mantenga con vida.

Hoy que tengo tiempo, sorbo el café bien caliente mientras me entretengo con el periódico. En las últimas páginas aparece su foto, vallinclanesca, preludio de la columna que manuscribe semanalmente.
Qué suerte. Tener un pedazo de hoja pública para poder echar las tripas y que te paguen, aún encima. Sí señor. Y me da por pensar que en alguna otra vida quisiera ser como él, un alguien que tiene algo que contar y lo cuenta. No atesorar todas estas emociones contenidas no sé para qué, ni hasta cuándo.

Escribir... aunque se te quede esa carita de pena.

viernes, 20 de noviembre de 2015

Hombres muertos que caminan (78)


el miedo_
... tengo miedo.
Mira a su alrededor y sabe que le harán daño. Sin embargo, es a ella a quien temen.
Miedo, miedo, se mueren con él y desconocen los motivos.
Ella no insiste en la maldad, pero la temen, porque nunca la han tenido bajo control. Cada acto, cada palabra, cada reacción puede ser nueva e inesperada. Irreverente y anárquica. Fuera de tono. Por eso cambian la piel de lobo a cordero y luchan para que se integre en su rebaño.
No os preocupéis, les dice, no es necesario. Ni tampoco que nos comamos unos a otros. Podéis seguir jugando a que nos llevamos bien, aunque elija pastar en otros prados.
Para ella también es complicado. Relacionarse con los demás sin dañarlos. Pedir disculpas, entenderlos. Asumir que no tiene razón. Llorar delante de alguien como si estuviese sola. Tratarlos bien. Fiarse. No tener vergüenza. Dejarse querer. Ser de nuevo una niña. Fingir que no sabe lo que sabe y que sabe lo que nunca sabrá. Aceptar que es imperfecta. Y reconocer que también los teme. Porque exigen demasiado, porque la empujan a volverse falsa como una moneda de chocolate y cruel, como los espejos. Cuando no quiere.

jueves, 19 de noviembre de 2015

Hombres muertos que caminan (77)


_un viaje en globo
Ausencia: pequeño ensayo de la muerte
que mejora nuestro recuerdo.

Cada desmayo era como un viaje en globo.

La primera vez me caí en la calle.
Con tanta madre alrededor, se armó una gorda, y los niños lloraban al verme convulsionar. Yo, ausente, subía por unas impresionantes escaleras de madera tallada sorteando las finísimas patas de aquellos elefantes, como recién salidos de un cuadro de Dalí. Tuve miedo cuando me encontré al tigre, pero no estaba hambriento. Se me restregó por el cuerpo antes de permitirme continuar. Al llegar arriba, di cuerda al reloj, pero no conseguí hacerlo funcionar. Realmente era extraño. Y blando como una oreja. Carecía de mecanismo y sus números eran una nube de hormigas que me subían por el brazo, haciéndome cosquillas y forzándome a sacudirlas.

En un bar, años después, me abrí la cabeza contra la esquina del billar. Sangraba a borbotones y, al llevar dos minutos inmóvil, pensaron que había muerto. Caminaba descalza sobre la hierba. Hacía mucho calor y me tumbé en pleno bosque para la siesta. El cielo era de un azul intenso y las nubes, gigantescos copos de algodón. Ya dormitaba cuando sentí el movimiento y, al abrir los ojos, me encontré rodeada de serpientes. Quise levantarme, pero se hicieron un nudo y me inmovilizaron las piernas. Mi pelo se convirtió en un nido y las más fuertes se dirigieron hacia la garganta. Me quedé muda, hasta que estalló la tormenta. Sólo entonces desperté. Abrí los ojos, asustada por el ruido del molino del café.

Volaba en avión y había cenado lasaña. Me levanté del asiento para ir al baño y me derrumbé en el pasillo. Estaban en la plaza. Por el suelo habían quedado montañas de vasos de plástico y todas aquellas botellas rotas. Había una ambulancia y varios policías indicaban a la gente cómo desalojar. Al retirarse el último grupo, ví a una pareja de amigos, tirados en el suelo. Ella apoyaba su cuerpo contra el muro y apretaba con las manos el cuello degollado de su novio. Cerré los ojos para deshacerme de aquella imagen y me tapé las orejas para no escuchar que lo habían violado. No escucharlo, no recordarlo. Cuando el aparato dio una pequeña sacudida, me desperté sudando. Miré al pasaje, pero continuaban dormidos.

Respiré aliviada.

miércoles, 18 de noviembre de 2015

Hombres muertos que caminan (76)


_Eliseo
... lo que yo quiero es ser feliz
e irradiar a mi alrededor esa felicidad.

Todos los días, sobre las seis de la tarde, aparecía con su saco de lona y se colocaba en el mismo lugar, sobre los adoquines. A veces parecía cansado, o apenado, pero en cuanto se cubría de maquillaje y de ropas de payaso, cambiaba. Vertía entonces su enorme sonrisa sobre el público y se sacaba de la manga impactantes números de magia, un zoológico hecho con globos de colores y algún que otro monigote, con el que mantenía simpáticas conversaciones en medio y medio.
Sólo los días de lluvia recogía los trastos antes de tiempo y se acercaba al bar de la esquina para pedir que se lo guardasen todo. Luego se cerraba en el baño, se quitaba la pintura y salía a repartir los globos que no había conseguido vender.
Venga, venga, que se van a desinflar...

De Eliseo aprendimos la importancia de las palabras ilusión y bondad, que murieron atropelladas en un paso de peatones, cuando cruzaba hacia nuestro parque, el día en que ella cumplía nueve años.

martes, 17 de noviembre de 2015

Hombres muertos que caminan (75)


la hipocresía_

...quiero conocerlos a todos pero
ni siquiera sé el nombre del vecino de al lado.

La bondad, el esfuerzo, la sensatez y el sufrimiento que cada uno de nosotros invertimos en nuestras propias vidas debería ser suficiente como para que alguien tratase de ayudarnos y llegase a valorar nuestra existencia como sobrevalora la suya. Pero nunca es así, porque la vida no es más que una gran mentira en la que todos queremos creer.
Durante mucho tiempo intenté encontrar a alguien que no buscase la ofensa, sino la constante defensa de lo mucho que existe de defendible en el resto de las personas. Que se dejase de pudores y rescatase una palabra amable, que no esperase a su muerte para rendirle un homenaje. Pero somos seres falsos y absurdos. Nos sindicamos, apadrinamos niños, ingresamos dinero en cuenta para reconstruir las barracas tumbadas por el paso de los huracanes, donamos sangre, nos dan penita los nenes barrigudos de África pero, en cambio, cuando enferma nuestra madre, o el suegro, o un hermano, y toca limpiarles la escara, nos desentendemos. Somos los más solidarios, pero ni miramos para el vecino que se muere de hambre, duerme en el cajero y pide a las puertas del supermercado.
Claro que preferimos pensar que los verdaderos problemas únicamente existen a miles de kilómetros de distancia, pero no es así. Están aquí, a nuestro lado y sería hora de intentar solucionarlos aunque huelan, sin el apoyo de papaíto y mamaíta, ni del marketing, ni de las cámaras, que sólo filman contenidos –a ver si nos enteramos de una vez– que se puedan retransmitir en horarios de máxima audiencia.

lunes, 16 de noviembre de 2015

Hombres muertos que caminan (74)


_la corriente
Nada era diferente. Lo único diferente eras tú.
No es que fueras mucho mayor o algo así. No era eso exactamente.
Eras diferente, eso es todo.

            No era corriente y lo demostraba a menudo.
Detestaba que los demás tuviesen que doblegarse ante determinadas injusticias. Por eso ponía todo su empeño en alcanzar pequeños logros que parecían un imposible.
El día que vino a visitarme salimos a pasear con mis abuelos por el parque. En una de las terrazas, una hirviente pareja de maricones.
Mis viejos los espiaban de medio lado, incómodos y escandalizados, haciendo ademanes para que nos largásemos cuanto antes de allí. Pero cuanto más escandalizados se mostraban, más sonriente y testaruda ella, disfrutando de aquel apacible domingo. Por eso, en cuanto hicieron el intento de levantarse, se giró hacia mí y me arrimó los morros, lengüetazo incluido, durante al menos medio minuto.
Hasta los gays se quedaron sin habla.
En lo que respecta a mis abuelos, se hundieron de nuevo en el hoyo de sus asientos, abrumados ante aquel gesto falso, pero real.
La verdad es que no estuvo mal, aunque yo estaba muerta de vergüenza.
Pero mientras a mi familia se le derrumbaban los esquemas, ella allí, como si nada, descojonada de la risa, gozando de una situación que, cuando menos, permitió que nos terminásemos las cervezas y los cacahuetes.

domingo, 15 de noviembre de 2015

Hombres muertos que caminan (73)


la maldad_
Me cago en el que se inventó los complejos
 y me cago en su puta madre.

Era muy tarde, pero en las calles no cabía una víscera más.
De cada pub salían docenas de universitarios celebrando cualquier cosa, y pensé en lo fabulosa que había sido aquella época para mí.
Hasta que lo encontré en un portal, llorando. 
 
Me senté a su lado y limpié el rimel que le chorreaba por la cara. 

Tenía unos preciosos ojos negros, a juego con una personal manera de vestir, de ser, de enfrentarse, llena de picos, calaveras y cadenas. 
Es lo extraño, es el contraste.  
El roto, por dentro.
Su mejor amiga lo había dejado tirado para ir a reconciliarse con uno al que se tiraba, así que se arrimó a una pared mientras se le pasaba el mosqueo, poniendo posturitas interesantes. 
Bingo. 

Se le acercaron un par de tipas, subidas de maquillaje y de copas, pero se lo quedaron mirando como gilipollas. Qué triste y repetitivo es todo. Qué cruel es el cerebro, qué débil, el corazón. 
Una de ellas, la espectacular, se lo escupió a la cara:
pero que cosa más fea y más fofa que eres.

Y él, incluso así de adornado, no pudo enfrentarse a algo tan árido, a esa verdad sin filtro, a esa maldita noche. 
Y se quiso morir.

sábado, 14 de noviembre de 2015

Hombres muertos que caminan (72)


_la bondad
Reclamo el derecho a ser desgraciado.

Brotes de esquizofrenia.
El primero me dio cuando pasaba consulta. Se enteró todo el centro, porque le di un barrido a la mesa y me fracturé un tobillo al reventar la ventana de una patada. Los pacientes observaban aterrorizados, o eso fue lo que me dijeron. Después, cuando me puse a tratamiento. Ahora voy tirando, más o menos, asimilando de otra manera las penas que llevo dentro. Cuento con la ayuda de un colega psiquiatra, que sé que no me miente cuando dice que pronto volveré a estar en activo, pero por el momento llevo una vida totalmente rutinaria. Soy metódico hasta en mis horarios, por prescripción profesional.
A veces me encuentro a gente conocida, que me agrede con un cambio en su actitud, que se hace el avión para no tener que saludarme. Seguro que tienen miedo, pensarán que veo dragones o algo así y no es que me parezca mal. Desde luego no los culpo, es sólo que me apena profundamente toda esta situación.

Esta semana, sin embargo, ha arrancado de fábula. Me han ofrecido volver al trabajo y hemos firmado mi regreso para principios del mes que viene. También me he encontrado a una paciente, una de las clásicas, de las fieles, que se ha parado para cubrirme de elogios. Me ha dicho que se alegraba mucho de verme, de que todo fuese bien y que siempre había tenido ganas de transmitirme su opinión sobre mí, desde que la visité en su casa fuera de hora, para curarle aquel sarampión con neumonía. También que era una buena persona, realmente buena, recalcó. Una de las pocas con las que se había encontrado y de las que había seguido pensando exactamente igual después de tantos años. Mis madrugones para pasar consulta antes de tiempo sin que se formasen colas, mi paciencia con las disputas en la sala de espera, mi trato considerado y atento, la manera en que hice de mi lugar de trabajo algo mío y de ellos, sería algo de lo que nunca se olvidaría. Parece que siempre había querido decírmelo, ella creía que las cosas buenas hay que comentarlas, que después la gente desaparece de nuestras vidas y ya no hay manera. Me dijo: sólo quería que lo supiese.
Y se fue así, dejándome profundamente agradecido.

Pero hoy se torció todo de nuevo. El día amaneció horrible y otra vez me encuentro braceando contra todos los objetos de mi casa. Acabo de leer la noticia en el periódico y no me sostengo, porque sé lo que se siente cuando no eres capaz de sentir nada y porque me odio por no sospechar que lo que no se veía, estaba teñido de la más absoluta melancolía. Por no adivinar que no existe en el mundo persona capaz de aparentar ser tan feliz, además de serlo.
Lo hizo ese mismo día, después de nuestro encuentro, y yo como un imbécil, ensimismado con sus halagos, sin rendirme a darle un abrazo que le llenase los pulmones de aire para ayudarla a superar otro día, como tantas veces se me hizo necesario a mí, como hizo ella conmigo.
Llenarle el corazón de alegría por Cristo...
Y recaigo, recaigo, no hay que ser muy listo para ver que voy de mal en peor. Y cómo no va a ser así, si no hice nada. Para qué me sirvió tanta bondad, eh, para qué, para qué si no soy útil más que para hacer daño a los demás y a mí mismo. En que empleé todo lo que ella vio, si sólo pude curarla de un miserable sarampión... pero qué tipo de persona soy, qué tipo de médico de mierda... No vuelvo, no vuelvo, no puedo volver...

viernes, 13 de noviembre de 2015

Hombres muertos que caminan (71)


personas_
Tal vez después de muchos años
te acercarás a mí y me darás las gracias.

Conoces a personas detestables y dañinas. Te relacionas con ellas porque toca, aunque golpean. El día a día es una grisalla, una amargura, un asco, así que accionas con tu mente una guillotina que las deje sin ideas. Sonríes.
Sueños frustrados que tiene una.

Luego están los neuróticos, maniáticos, amargados a los que casi no te atreves ni a tratar porque no sabes cómo, porque no se les puede ni respirar al lado sin producirles una úlcera de estómago. Son seres extraños, una especie en extinción, intocables que eligen no dejarse querer más que en la distancia, aunque si dedicas algún tiempo a observarlos, tan sólo un poco, dejarán que te confunda ese otro lado maravilloso que poseen.

De pronto, un día, llega lo raro, lo extraordinario, lo único. Conoces a alguien bueno. Bueno. Bueno de verdad. Y aprendes su lección.

jueves, 12 de noviembre de 2015

Hombres muertos que caminan (70)


_animales urbanos

Me sonrió porque sí, para hacerme feliz.

Sus visitas siempre resultaban inesperadas. No seguían un orden, no había desarrollado una costumbre. Podía venir cinco veces por semana, o desaparecer durante un par de meses. Lo único seguro, era que volvería.
Prefería el atardecer, cuando algunos ya se habían ido y el resto no había llegado. Quería asegurarse un par de horas libres, a precio de café.
Con eso bastaba. Con estar aquí y dejarse engañar por este olor, por estos ritmos. Verlos ir y descansar de todos, del mundo. Bailar con el perchero. 
Dejar atrás un día e intentarlo de nuevo con el siguiente.
Me gustó de ella que fuese ella, que no intentase disimular su tristeza, ni su ira, ni su alegría, ni su curiosidad. Que no se tomase la vida como un trabajo en el que resulta imprescindible caer bien.
Se le notaba alguna que otra herida, pero era algo más lo que nos unía. Era aquella mirada, impropia de un animal urbano.
     Una noche se fue de aquí dejando sobre la barra una lista de palabras.
Y ya nunca más regresó.

miércoles, 11 de noviembre de 2015

Hombres muertos que caminan (69)


corazones de papel_
 Reconcíliome coa vida mascando o corazón de papel.
¿É dixestiva esa felicidade?

          No había conocido a nadie que regalase libros con tanta frecuencia. Pero puede suceder que por casualidad, al menos una vez en la vida, encuentres a un ser que haga algo a cambio de casi nada, y no quieras perderlo de vista nunca más.
Siempre quise preguntarle cómo y por qué las elegía. Aquellas palabras anotadas en pequeños recortes de papel que iban a parar al interior de una tulipa pintada a brochazos. Unas estaban repletas de tristeza, otras de picardía, y las demás eran el simple reflejo de lo cotidiano y de la vida.
No seleccionaba previamente al afortunado, sino que dejaba ese encargo al azar y a las propias palabras, que todos los días nueve a las nueve de la noche, repartía entre quienes lo acompañaban. Sólo aquella que coincidiese con la que alguna mano no inocente extraería de una tulipa, se llevaría el premio y en consecuencia, el paso a nuevas palabras, que aguardarían pacientes la siguiente ocasión.
En cada entrega, capturaba el alma del afortunado con una Polaroid, a quien proporcionaba, además de alegría y curiosidad, alimento para su corazón de papel.

¿Son culpable de querer morar na cociña das formas e das cores?
¿A subxectividade da pintura é inocua?
¿Comunicarei algo?
- Si
- Non
- Si
- ???
Non hai máis preguntas.

martes, 10 de noviembre de 2015

Hombres muertos que caminan (68)


la soledad_
Supongo que es imposible entrar en la soledad de otro.

Estamos solos. Verdad verdadera.
Somos humanos. Seres frágiles y mentirosos que tienden a asociarse, a intercambiar alianzas. A obligarse a. A prodigar su felicidad como tórtolas. A poseer. Un objeto, un puesto, una persona. A intercambiar las caretas para esquivar el hecho de que nadie podrá estar nunca en nuestro lugar, que cada uno tiene el suyo y que cada uno de estos, es ajeno a los demás.
Pero somos egocéntricos. Necesitamos sentirnos alguien, ser importantes, contar con un público, aplausos, aunque como en el teatro, la vida también se repite y va perdiendo espectadores. Primero la familia, más tarde los colegas y por último la pareja, la definitiva gran decepción. En cuanto decae la obsesión sexual, regresamos al anonimato. De ahí que nos reproduzcamos, para volver a ser alguien en la vida de otro. Los más importante. Para tener el control y que dependan de nosotros hasta que crezcan y volvamos a estar como al principio, claro, pero mucho peor. Porque para entonces, sin comprender muy bien cuándo sucedió, ya nos habremos convertido en el principal enemigo.
El paso de la vida no es más que la lucha del hombre por aplazar su problema, su incapacidad para reconocer la individualidad, para reconocer que está solo.
De ahí su principal temor, su miedo a la muerte.

lunes, 9 de noviembre de 2015

Hombres muertos que caminan (67)


el sexo_
Antes de saber lo que es
ya has oído la palabra puta unas cien veces por lo menos.

          Cuando pensaba que no te pensaría más, volvía la necesidad de tu presencia. Sonriente y extraña. Tímida y egoísta. Libre. Y genial.
Y otra vez el corazón encogido. Y el estómago, hecho una arruga.

No quise luchar contra la consciencia de que seguías en mí, de que nunca te dejé salir aunque entreabriera la puerta, pero pasaba el tiempo y pasaban otros que no pesaban lo suficiente, que ni en sueños tendrían algo que hacer, aunque yo lo deseara.
Por eso, a veces, me sentía como una puta.
Me daban asco todas aquellas manos, los cuerpos que se me arrimaban llenándome de residuos, transmitiéndome su hastío. Y no había manera de liberarse de la náusea.

Pero pasaban algunas horas, las semanas. Y de pronto volvía a ser ella, la ciudadana honrada y pura que todos esperaban. La niña, de nuevo la niña, siempre la niña, para tenerlos contentos.

Todo es falso. Todo es mentira.

domingo, 8 de noviembre de 2015

Hombres muertos que caminan (66)


_hábitos
...lo más importante era que nadie la mirara.
(...) las miradas son como una carga que te aplasta por el suelo...

No quiere conformarse. No quiere callar y que decidas por ella.
Por eso deja que se quede en las raspas si lo que pretende es nadar más ligera. No cortes sus alas, no malgastes tu ira si te ignora. No impidas que disfrute callada, que no se someta al control de las miradas, que camine vagabunda, que busque el silencio, aunque seas de los que prefieren festejar a gritos. Permítele reír sola, vaciar de recuerdos su vejez ausente. No compartirá su luz mientras les sobren rincones penosos y oscuros.
No intentes desacostumbrarla a la soledad.
No quieras abrir la puerta si encuentras las ventanas cerradas. Aprende a descansar y a disfrutar. A vivir días enteros en libertad y a asimilar que sufriendo la soledad, también se puede gozar de ella.

sábado, 7 de noviembre de 2015

Hombres muertos que caminan (65)


heridas_

Estoy cansada de ser un tema.
Tal vez debería rendirme.

Me fui haciendo más y más débil.
Sentía como si pequeños trocitos de mí se fuesen pudriendo cada vez que alguien me hacía daño. Parecía una vieja intentando recuperar la ilusión y la ignorancia propia de la infancia cuando ya no era posible, porque había demasiadas cosas que me preferiría desconocer, pero que sabía. Porque se desgastó la parte buena que pensé no perder nunca y porque permanentemente me abrasaba el recuerdo de mis antiguos naufragios.
Afrontar el mundo era esa tarea agotadora sin posibilidad de éxito, porque llega el día en que lo comprendes todo. Que nadie da nada si no es a cambio de algo. Que los padres se convierten en enemigos y los amigos, en muñecos de trapo. Que el amor es interés y que la casa que creías tuya, pertenece a los bancos. Que no hay inocentes aunque no todos sean culpables y que caíste aquí para vagar tristemente, a pesar de que todos digan que tienes en tus manos la llave de la felicidad.
Asimilas que no habrá nadie, jamás, que alivie las penas de tu alma. Y por eso te detienes. Es como dejar de discutir cuando sabes que no van a razonar, cuando lo que tú necesitas es tranquilidad, descanso, paz.
En este caso, dejar de respirar.

viernes, 6 de noviembre de 2015

Hombres muertos que caminan (64)


_los libros
Un buen libro
puede hacer llevadera
una existencia
insoportable.


            
Conseguimos mantenerla con vida.
Le producíamos interés, saciábamos sus ansias de cambio, de movimiento, por nuestra conexión y por el grado de intimidad que establecía, como lectora, con el escondrijo más privado de la mente de cada autor.
Nos abría y accedía a ese área restringida del ser humano, de lo cierto, lo interesante, lo nuevo, lo desconocido, lo realmente intenso que hay dentro. Le gustábamos por las acciones, las sensaciones, por el poder ser fuera de si, penetrando en otros, profundizar en ellos, en ella, en lo que no se alcanza pero eriza la piel.

jueves, 5 de noviembre de 2015

Hombres muertos que caminan (63)


la libre_
...tengo el corazón lleno de tinta negra...

Para qué seguir mintiendo cuando sabía que mi felicidad estaba impresa en el interior de un libro.
Renuncié a lo repetitivo, a lo cursi, a lo de siempre. Busqué apoyos, la diferencia que no te deja indiferente. Un lomo, una tipo, una portada, una tripa que se saca las tripas y las vuelca sobre el papel.
Leer leer leer, certificar que hay algo que te sostiene con su red invisible cuando te caes, que no estás completamente sola, aunque lo estés.
Siempre.
Siempre a solas con los libros, siempre la mochila, el cansancio, la cuesta arriba, siempre los libres, siempre la libre.
Ir por libre. Una razón para vivir.

miércoles, 4 de noviembre de 2015

Hombres muertos que caminan (62)


_ayuda
El coraje es la virtud del comienzo.
Leer.
Querer.
Devolver la sonrisa.
No creerse el Abre fácil.
Saber que hasta los dioses, son hombres.
Recordar a quienes te recuerdan que no eres imprescindible, que nadie lo es.

martes, 3 de noviembre de 2015

Hombres muertos que caminan (61)


errores_
Hoy comemos con culpa y temor.
Se hace saber.
Que si eres camarero, rompes copas. Si eres panadero, quemas pan. Si eres banquero, vas a morir como cualquiera que duerma en un cajero. Si tienes muelas, te dolerán. Si mientes, no te creerán. Si sólo mientes, no te respetarán.
No tener dinero no significa no tener poder sobre uno mismo. Ni significa no tener nada que decir. No tener dinero da miedo. Pero el miedo se vence enfrentándose a él. Y a aquello que lo provoca.
Parecer imbécil, no significa serlo. Parecer muy listo, tal vez sí.

Se hace saber que todos nos equivocamos.
Que está muy bien eso de señalar, eso de buscar culpables, eso de que miren lo suyo para que no vean lo mío aquí metido bajo la alfombra. Está muy bien. Pero estaría mucho, muchísimo mejor que, en vez de dedicar tanto tiempo a dañar al otro, cada uno se revisase profundamente lo suyo. Incluidas las ganas de morir.

lunes, 2 de noviembre de 2015

Hombres muertos que caminan (60)


_lo mejor
A menudo los mejores mueren antes.

         En aquel muro leí que no hay nada más triste que la tristeza de una persona alegre. Pero aún peor es que te hayas muerto ignorando que era fabuloso verte sonreír, disfrutar de tu cara pícara y divertida, de las pequeñas arrugas, de tus ojitos tristes, de tu voz, femenina. Escucharte hablar durante horas, leer en alto, hacerme la vida un poco más agradable.
       ¿Lo mejor? Pues que estabas viva y aquí, aunque te enfadases y me dieses la espalda. Bastaba con extender el brazo para tocarte.

Te recuerdo. Lo echo de menos. Y volvería a repetir.
Sólo que esta vez, te atraparía.

domingo, 1 de noviembre de 2015

Hombres muertos que caminan (59)


lo peor_
¿Por qué son así las personas?

                 No me gusta su cara de pájaro, ni el olor de sus pies planos, ni la descarada manera en que me observa, ni la infamia de su alianza en un dedo que roza mi culo cuando pasa por detrás. No me gusta su mentira. No me gusta que salpique. Detesto que lo invierta a su favor. No me gusta que se cruce en mi camino. No me gusta que se apoye. Nunca me ha gustado él. Que me dice eres lesbiana, eres frígida, eres una calentorra, eres virgen, eres una puta. Que no sabe que lo he sido, que lo soy, que lo seré. Todo eso que no soporta, que le jode y que le roba el sueño, pero mantiene tranquila a su mujer. Saber que nunca será con él.