la
verdad_
La
realidad es lo que llevas dentro.
Nunca
llegaron a sospecharlo y jamás lo sabrán.
Lo que siento, de
lo que hablo.
Piensan que una es
feliz sólo porque ríe, porque hace bromas, porque se para a jugar
con un cachorro en el parque. Miran para la silueta pero son
incapaces de imaginarte desnuda, como ven al niño en el carrito, sin
pensarte galopando sobre el padre y el placer.
Siempre resultó
muy fácil. Casi no tengo que esforzarme en fingir, porque estoy
segura de que no me conocen y por eso me son ajenos, como lo son para
ellos mis pensamientos. Porque no saben de las lágrimas, ni de los
traumas, ni de los complejos, ni de las humillaciones.
No imaginan la
verdad.
No comprenden que
hay momentos en los que no soporto la vida, en los que no queda nada
que me llame, ni a ir tirando. Que me da igual la familia, el amor,
los amigos, el trabajo, el futuro o el dinero. Que lo detesto todo, a
un entorno que no elegí y que, a medida que avanzo, más indiferente
me resulta. Que no quiero que me miren, ni que me rocen, porque jamás
tendrán nada que ver con aquello que soy. Y que, si en ese momento
se detuviesen mis pensamientos, elegiría estar muerta.
Luego pienso en
quienes de verdad me quieren, en sus reacciones, en el cristo del
funeral con sus correspondientes días de duelo, en la mezcla de
olores, en el cura salpicándome con el babeante hisopo y es entonces
cuando reculo, porque siento que esa onda expansiva afectaría a la
actividad cotidiana de demasiada gente, que se vería en la
obligación de venir a despedirme, sólo por un capricho.
Ese es mi freno,
sobre el que ya me he puesto a trabajar. Porque todas estas
contemplaciones no son más que una consecuencia de mi débil
carácter, también desconocido para la mayoría. Por eso sé que
tengo que dejar pasar los días, algún mes, tal vez un año, hasta
alcanzar la cumbre del egoísmo.
Llegado ese
momento, el resto vendrá dado por mi propia ideación suicida y, sin
que cualquier otro hecho importe, moriré sin más.
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