Saber darle vueltas al
coco, es un arte. La mayoría de las
veces pensamos en negativo y en nuestros problemas. Son pensamientos tiovivo,
pensamientos garrapata de los que no logramos deshacernos. Esperamos a que se
desintegren con el tiempo, como un cadáver, pero nada. Hasta la más leve
chorrada puede hundirnos en la miseria. Y es que en el fondo nos gusta
torturarnos con ese desamor, esa amenorrea, esa vejez de nuestros padres, esa
muela que hay que arrancar. Si nos dieran un euro por problema, no tendríamos
que trabajar. Nos encanta
fantasear con lo malo, vivir en la pesadilla, arrastrarnos ante el drama. Pero ¿y los días buenos? Detrás de una jornada espantosa puede llegar la felicidad, la risa incontenible, el éxtasis. Y no eres tú la bipolar, sino la vida. Todos hemos tenido unas enormes ganas de morir y tras una noche, hemos amanecido pletóricos, como seres invencibles a los que calienta ese rayito de sol en pleno invierno. Deberíamos guardar el elixir de esos días para pulverizar un poco sobre los corrientes, que son la mayoría. Y es que apenas se habla de la maravilla de los días normales, que no son solo el nombre de una novela, sino las latas de conserva de la rutina, que es aquello que echas de menos - dice el Ruizcionario- cuando te programan una biopsia. Todos tenemos un récord Guinness en estos días y no por ello nos sentimos especiales, sino todo lo contrario, como si repetirnos una y otra vez en el proceso de la existencia no fuese un verdadero milagro. Ya puestos a pensar, pensémonos bien. Y bendigamos lo cotidiano.