Fotografía: efialtes_fernando gonzález |
Tratar de definir el arte con palabras es como intentar ponerle puertas al mar. El crujido que uno siente en su interior cuando algo creado por otro ser humano te define, te identifica o te interroga es mucho más profundo que cualquier explicación que pueda ofrecernos un diccionario de la RAE. El arte es sabio. Y no le ha importado esperar durante siglos a que lo comprendamos, lo admiremos, lo aceptemos y lo integremos en nuestras nuevas formas de vida. La pintura. La fotografía. El cine. La escultura. La música. La arquitectura. La literatura. Constituyen las clásicas maneras que han elegido hombres y mujeres para poder expresar aquello que sienten y que les estalla por dentro. Sin conocer el resultado de todas esas manifestaciones, nuestra vida sería más pobre, más triste, más vacía y totalmente insignificante. La cultura y el arte contribuyen al conocimiento, al desarrollo de la sensibilidad y el placer estético, a la formación de un criterio propio, al fortalecimiento de la capacidad de pensar. Ignorarlos supone introducirnos en una cueva húmeda y oscura. Sin cerillas, sin antorchas, sin linternas, sin nada. Los artistas lo saben. Y desparraman sus colores, sus palabras, sus sonidos y sus imágenes, para que nos llenemos de luz. Atacarlos presupone cierto grado de ignorancia, de embotamiento, de anhedonia. Los hartistas lo sabemos (no confundir con el movimiento). Solo somos personas individuales, hartas del desprecio hacia aquello que nos complementa, alimenta nuestro espíritu y nos convierte en mejores personas. Personas a las que entristece la apatía social e institucional, la falta de apoyo, la ausencia de ganas. Los hartistas queremos más visitas a museos, presupuesto, butacas llenas, políticos que sepan quién sigue siendo Saramago. Los hartistas no nos rendimos. Y miramos mal al que se ríe de que no se vendan todas las localidades, al que prefiere el brillo del los leds al de los cerebros que escriben un libro, dan un concierto o dirigen una peli de bajo presupuesto. Los hartistas somos luchadores. Y consumidores de arte y de cultura, aquello que contribuye a que nos mantengamos con vida, porque nos aporta conocimiento, ilusión, amplitud de miras y curiosidad. Que nadie venga a decirnos que no sirven para nada. Que nadie intente arrebatarnos la fragilidad.