domingo, 20 de septiembre de 2015

Hombres muertos que caminan (17)

la cobardía_

Si uno no espera nada de alguien
nunca se siente desilusionado.

No pretendía que la gente me aceptase tal y como soy. Pero aparentemente, eso era así.
No pedía risas, ni halagos, entre otras cosas porque no podemos ser fabulosos a todas horas, porque cometemos muchos errores y porque necesitamos que de vez en cuando alguien nos guíe, nos aconseje y nos encamine por nuestro mundo.
Ni rocé ese privilegio.
Contar con gente que de verdad se hubiese molestado en conocerme, que cuestionase mi manera de pensar o que me criticase abiertamente por mis modos de proceder. Encontrar a quien se detuviese a mi lado confiándome que hubo momentos en los que me deseó, me envidió, me temió, me aborreció o sintió vergüenza de haberme conocido sin que ello supusiese una ruptura entre nosotros, sino un paso adelante en una relación entre humanos.
Nunca llegué a pedir la ofensa, sino la transmisión de aquello que los demás pensaban y comentaban a mis espaldas, pero con buenas palabras.
Sin gritos.
Que mediante un impulso inesperado me abrazasen, o me vaciasen un azucarillo en la cabeza, por cretina. Que me escuchasen. Que de verdad me quisiesen. Que me lo dijesen. Que me lo demostrasen. Que derrochasen su tiempo conmigo. Quisiera que alguien me esperase en algún lugar, como Anna Gavalda.
Sólo eso. Lo juro. Sólo un jodido acto de valentía.

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