sábado, 7 de noviembre de 2015

Hombres muertos que caminan (65)


heridas_

Estoy cansada de ser un tema.
Tal vez debería rendirme.

Me fui haciendo más y más débil.
Sentía como si pequeños trocitos de mí se fuesen pudriendo cada vez que alguien me hacía daño. Parecía una vieja intentando recuperar la ilusión y la ignorancia propia de la infancia cuando ya no era posible, porque había demasiadas cosas que me preferiría desconocer, pero que sabía. Porque se desgastó la parte buena que pensé no perder nunca y porque permanentemente me abrasaba el recuerdo de mis antiguos naufragios.
Afrontar el mundo era esa tarea agotadora sin posibilidad de éxito, porque llega el día en que lo comprendes todo. Que nadie da nada si no es a cambio de algo. Que los padres se convierten en enemigos y los amigos, en muñecos de trapo. Que el amor es interés y que la casa que creías tuya, pertenece a los bancos. Que no hay inocentes aunque no todos sean culpables y que caíste aquí para vagar tristemente, a pesar de que todos digan que tienes en tus manos la llave de la felicidad.
Asimilas que no habrá nadie, jamás, que alivie las penas de tu alma. Y por eso te detienes. Es como dejar de discutir cuando sabes que no van a razonar, cuando lo que tú necesitas es tranquilidad, descanso, paz.
En este caso, dejar de respirar.

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