_animales
urbanos
Me
sonrió porque sí, para hacerme feliz.
Sus visitas siempre resultaban
inesperadas. No seguían un orden, no había desarrollado una
costumbre. Podía venir cinco veces por semana, o desaparecer durante
un par de meses. Lo único seguro, era que volvería.
Prefería el atardecer, cuando algunos
ya se habían ido y el resto no había llegado. Quería asegurarse un
par de horas libres, a precio de café.
Con eso bastaba. Con estar aquí y
dejarse engañar por este olor, por estos ritmos. Verlos ir y descansar de todos, del mundo. Bailar con el
perchero.
Dejar atrás un día e intentarlo de nuevo con el siguiente.
Dejar atrás un día e intentarlo de nuevo con el siguiente.
Me gustó de ella que fuese ella, que no
intentase disimular su tristeza, ni su ira, ni su alegría, ni su
curiosidad. Que no se tomase la vida como un trabajo en el que
resulta imprescindible caer bien.
Se le notaba alguna que otra herida, pero era algo más lo que nos unía. Era
aquella mirada, impropia de un animal urbano.
Una
noche se fue de aquí dejando sobre la barra una lista de palabras.
Y ya nunca más regresó.
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