la
curiosidad_
Aquí,
aprendes a durar.
El hecho de no
tener por qué llorar era un motivo para ser feliz. La regularidad,
la estabilidad anímica, la nada.
Pero cómo
conseguirlo si no quedaba nadie que no me hubiese decepcionado,
cuando no lograba diferenciar entre buenos y malos porque todos
escondían algo, esas virutas de decepción y dolor enfocadas a
alimentar la crueldad.
Al principio
incluso era un alivio. Dejar pasar los días. Muy humano. Acomodarse
y permitir que siguiesen transcurriendo los acontecimientos. Sin
embargo, sentía el peligro cuando los ataques de llanto se
espaciaban demasiado en el tiempo. Sabía que se aproximaba una
brutal recaída.
Para ponerle fin a
la situación, traté de empezar por el principio y organicé una
sesión continua de rememoraciones. Después de esa semana, dejé de
recordar. Considerar que cualquier tiempo pasado había sido mejor
era una actitud disuasoria de la que debía prescindir. También de
la curiosidad, el principal motivo que me mantenía con vida, porque
el corazón late por sí solo, no hay más.
Vivir es el mayor
de los actos involuntarios, es de manual que se trata de un cajón
vacío lleno de calcetines perforados y que con ser mediocre, con
conformarse con resistir, llega de sobra. Los acontecimientos sólo
te avasallan si te detienes a observar el comportamiento humano, en
vez de imitarlo.
Interrumpir lo
cotidiano, preparar, por ejemplo, tu propia muerte, es lo que agota.
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