_la
bondad
Reclamo
el derecho a ser desgraciado.
Brotes de esquizofrenia.
El primero me dio cuando pasaba
consulta. Se enteró todo el centro, porque le di un barrido a la
mesa y me fracturé un tobillo al reventar la ventana de una patada.
Los pacientes observaban aterrorizados, o eso fue lo que me dijeron.
Después, cuando me puse a tratamiento. Ahora voy tirando, más o
menos, asimilando de otra manera las penas que llevo dentro. Cuento
con la ayuda de un colega psiquiatra, que sé que no me miente cuando
dice que pronto volveré a estar en activo, pero por el momento llevo
una vida totalmente rutinaria. Soy metódico hasta en mis horarios,
por prescripción profesional.
A veces me encuentro a gente conocida,
que me agrede con un cambio en su actitud, que se hace el avión para
no tener que saludarme. Seguro que tienen miedo, pensarán que veo
dragones o algo así y no es que me parezca mal. Desde luego no los
culpo, es sólo que me apena profundamente toda esta situación.
Esta semana, sin embargo, ha arrancado
de fábula. Me han ofrecido volver al trabajo y hemos firmado mi
regreso para principios del mes que viene. También me he encontrado
a una paciente, una de las clásicas, de las fieles, que se ha parado
para cubrirme de elogios. Me ha dicho que se alegraba mucho de verme,
de que todo fuese bien y que siempre había tenido ganas de
transmitirme su opinión sobre mí, desde que la visité en su casa
fuera de hora, para curarle aquel sarampión con neumonía. También
que era una buena persona, realmente buena, recalcó. Una de las
pocas con las que se había encontrado y de las que había seguido
pensando exactamente igual después de tantos años. Mis madrugones
para pasar consulta antes de tiempo sin que se formasen colas, mi
paciencia con las disputas en la sala de espera, mi trato considerado
y atento, la manera en que hice de mi lugar de trabajo algo mío y de
ellos, sería algo de lo que nunca se olvidaría. Parece que siempre
había querido decírmelo, ella creía que las cosas buenas hay que
comentarlas, que después la gente desaparece de nuestras vidas y ya
no hay manera. Me dijo: sólo
quería que lo supiese.
Y se fue así, dejándome profundamente
agradecido.
Pero hoy se torció todo de nuevo. El
día amaneció horrible y otra vez me encuentro braceando contra
todos los objetos de mi casa. Acabo de leer la noticia en el
periódico y no me sostengo, porque sé lo que se siente cuando no
eres capaz de sentir nada y porque me odio por no sospechar que lo
que no se veía, estaba teñido de la más absoluta melancolía. Por
no adivinar que no existe en el mundo persona capaz de aparentar ser
tan feliz, además de serlo.
Lo hizo ese mismo día, después de
nuestro encuentro, y yo como un imbécil, ensimismado con sus
halagos, sin rendirme a darle un abrazo que le llenase los pulmones
de aire para ayudarla a superar otro día, como tantas veces se me
hizo necesario a mí, como hizo ella conmigo.
Llenarle el corazón de alegría por
Cristo...
Y recaigo, recaigo, no hay que ser muy
listo para ver que voy de mal en peor. Y cómo no va a ser así, si
no hice nada. Para qué me sirvió tanta bondad, eh, para qué, para
qué si no soy útil más que para hacer daño a los demás y a mí
mismo. En que empleé todo lo que ella vio, si sólo pude curarla de
un miserable sarampión... pero qué tipo de persona soy, qué tipo
de médico de mierda... No vuelvo, no vuelvo, no puedo volver...
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