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martes, 2 de junio de 2020

La invención de la soledad

"Descubrí que no hay nada tan terrible como tener que enfrentarse a las pertenencias de un hombre muerto. Los objetos son inertes y sólo tienen significado en función de la vida que los emplea. Cuando esa vida se termina, las cosas cambian, aunque permanezcan iguales. Están y no están allí, como fantasmas tangibles, condenados a sobrevivir en un mundo al que ya no pertenecen. ¿Qué puede decirnos, por ejemplo, un armario lleno de ropa que espera en silencio a ser usada otra vez por un hombre que no volverá a abrir la puerta? ¿Y los paquetes de preservativos en cajones llenos de ropa interior y calcetines? ¿Y la afeitadora eléctrica que está en el baño, todavía llena de pelusa del último afeitado? ¿O una docena de frascos vacíos de tinte para el pelo escondidos en un maletín de piel? De repente se revelan cosas que uno no quiere ver, no quiere saber. Producen un efecto conmovedor, pero al mismo tiempo horrible. Por sí mismas, las cosas no significan nada, como los utensilios de cocina de una civilización antigua; pero sin embargo nos dicen algo, siguen allí no como simples objetos, sino como vestigios de pensamientos, de conciencia; emblemas de la soledad en que un hombre toma las decisiones sobre su propia vida. Y una vez que ha llegado la muerte, todo es absolutamente inútil."

                                                                                                           Paul Auster
                                                                                              Editorial Anagrama

martes, 10 de noviembre de 2015

Hombres muertos que caminan (68)


la soledad_
Supongo que es imposible entrar en la soledad de otro.

Estamos solos. Verdad verdadera.
Somos humanos. Seres frágiles y mentirosos que tienden a asociarse, a intercambiar alianzas. A obligarse a. A prodigar su felicidad como tórtolas. A poseer. Un objeto, un puesto, una persona. A intercambiar las caretas para esquivar el hecho de que nadie podrá estar nunca en nuestro lugar, que cada uno tiene el suyo y que cada uno de estos, es ajeno a los demás.
Pero somos egocéntricos. Necesitamos sentirnos alguien, ser importantes, contar con un público, aplausos, aunque como en el teatro, la vida también se repite y va perdiendo espectadores. Primero la familia, más tarde los colegas y por último la pareja, la definitiva gran decepción. En cuanto decae la obsesión sexual, regresamos al anonimato. De ahí que nos reproduzcamos, para volver a ser alguien en la vida de otro. Los más importante. Para tener el control y que dependan de nosotros hasta que crezcan y volvamos a estar como al principio, claro, pero mucho peor. Porque para entonces, sin comprender muy bien cuándo sucedió, ya nos habremos convertido en el principal enemigo.
El paso de la vida no es más que la lucha del hombre por aplazar su problema, su incapacidad para reconocer la individualidad, para reconocer que está solo.
De ahí su principal temor, su miedo a la muerte.