gracias_
La
recompensa por haber sufrido tanto
es
que después nos morimos como perros.
Para ser honesta,
diré que se me han saltado unos lagrimones visualizando mi entierro.
El funeral.
Una palabra que,
inocente como todas, me revienta. Será porque hasta la muerte pasó
a formar parte de un negocio en el que elijo no participar, un
espectáculo absurdo que perdió valor desde que no se paga por la
entrada. No sé, como que le resta intensidad... como que me aburre
que te cagas.
Además, debido a
mi tendencia innata a dramatizarlo todo, un adiós tradicional me
sabría a poco, qué queréis que os diga. Yo prefiero que después
de la autopsia repartan cada trozo reutilizable de mi cuerpo –si
quedase algo– por ahí. Que me donen a la ciencia o a alguno de
estos artistas jamados que te queman con ácido para exhibirte luego
en escabeche en una vitrina.
Quiero que esto
sirva para algo, por aquello de no malgastarme y ser útil a alguna
de esas vidas que realmente desean ser vividas.
Después, que
arropen los jirones restantes con mi manta favorita, de color azul y
que escojan entre echarme en un agujero hecho en la tierra, cerca del
río y de mis perros, o quemarme y vaciar las cenizas desde lo alto
de un puente. Sin caja. Ni de pino, ni de roble ni de corcho. Sin
crucifijos. Sin nada. Algo fácil y sencillo.
Son requisitos
básicos, aunque sé que a muchos no les entrarán en la cabeza,
claro. A todos esos no los quiero allí. Nunca me gustaron los
velorios llenos de gente hablando a la que le aprietan los zapatos.
Tampoco quiero plegarias, ni rezos, ni manos cruzadas sobre el
vientre, ni imágenes que simbolicen aquello en lo que no creo. Deseo
respeto y una buena despedida, con lágrimas, risas o silencios
sentidos. Y permanecer en vuestras mentes como alguien a quien
quisisteis.
Siento que haber
nacido no ha valido la pena. Pese a ello, gracias por vuestro tiempo,
por las palabras, por la risa y la comida, por las buenas miradas,
por cada abrazo, por los silencios, por las locuras, por la presencia
necesaria, por las sorpresas, por las lecturas, por algún que otro
susurro, por los piropos, por toda esa confianza, por cada ritmo
acelerado de mis latidos, por las respuestas que salen de las
entrañas, por sufrir por mí, por quererme, a veces. Por tenerme en
cuenta, a cambio de nada.
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