sábado, 5 de diciembre de 2015

Hombres muertos que caminan (93)


gracias_
La recompensa por haber sufrido tanto
es que después nos morimos como perros.

Para ser honesta, diré que se me han saltado unos lagrimones visualizando mi entierro.
El funeral.
Una palabra que, inocente como todas, me revienta. Será porque hasta la muerte pasó a formar parte de un negocio en el que elijo no participar, un espectáculo absurdo que perdió valor desde que no se paga por la entrada. No sé, como que le resta intensidad... como que me aburre que te cagas.
Además, debido a mi tendencia innata a dramatizarlo todo, un adiós tradicional me sabría a poco, qué queréis que os diga. Yo prefiero que después de la autopsia repartan cada trozo reutilizable de mi cuerpo –si quedase algo– por ahí. Que me donen a la ciencia o a alguno de estos artistas jamados que te queman con ácido para exhibirte luego en escabeche en una vitrina.
Quiero que esto sirva para algo, por aquello de no malgastarme y ser útil a alguna de esas vidas que realmente desean ser vividas.
Después, que arropen los jirones restantes con mi manta favorita, de color azul y que escojan entre echarme en un agujero hecho en la tierra, cerca del río y de mis perros, o quemarme y vaciar las cenizas desde lo alto de un puente. Sin caja. Ni de pino, ni de roble ni de corcho. Sin crucifijos. Sin nada. Algo fácil y sencillo.
Son requisitos básicos, aunque sé que a muchos no les entrarán en la cabeza, claro. A todos esos no los quiero allí. Nunca me gustaron los velorios llenos de gente hablando a la que le aprietan los zapatos. Tampoco quiero plegarias, ni rezos, ni manos cruzadas sobre el vientre, ni imágenes que simbolicen aquello en lo que no creo. Deseo respeto y una buena despedida, con lágrimas, risas o silencios sentidos. Y permanecer en vuestras mentes como alguien a quien quisisteis.
Siento que haber nacido no ha valido la pena. Pese a ello, gracias por vuestro tiempo, por las palabras, por la risa y la comida, por las buenas miradas, por cada abrazo, por los silencios, por las locuras, por la presencia necesaria, por las sorpresas, por las lecturas, por algún que otro susurro, por los piropos, por toda esa confianza, por cada ritmo acelerado de mis latidos, por las respuestas que salen de las entrañas, por sufrir por mí, por quererme, a veces. Por tenerme en cuenta, a cambio de nada.

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