viernes, 11 de diciembre de 2015

Hombres muertos que caminan (99)


la identidad_
Se suicida uno por todo.

Ser una suicida es una consecuencia de haberos conocido, así como también de mí misma. La semilla viajaba dentro y brotó.
Era sólo cuestión de tiempo.
No hubo una fecha concreta, un hecho por el que decidiese que iba a morir, sino que fue el propio paso de la vida el que me demostró que, si me hubiesen ofrecido esa posibilidad, elegiría no haber nacido. Poco a poco, esta cuestión de la supervivencia se convirtió en un simple problema de curiosidad que, unida a la presión social y familiar fue balanceando mis días suavemente, sin llegar nunca a colmar mis expectativas.
Sé que es en mi propia naturaleza en la que reside la llaga, que luché siempre contra nuestra tendencia a vivir en sociedad, a crear una familia, a creer en lo que no vemos. Fingir, parir, sonreír... esas parecen ser las claves del éxito, pero yo no quiero abrir las puertas por las que todo dios pasa, prefiero ser el carpintero que hace una nueva, aunque nunca llegue a barnizarla, sólo por la propia satisfacción de crearla, para enterrar luego mi llavero en cualquier tiesto.

Intenté que comprendierais que sólo quería ser libre y que por eso me acompañé de soledad, que nunca dejé que os acercaseis demasiado para no herir a nadie, para no avergonzar ni ofender, para desacostumbraros a mi presencia y suavizar la posterior sensación de ausencia... Pero no os entraba en la cabeza. 
No era posible que fuese una desviada, que mis intereses discurriesen tan lejos de los de los demás, que no me amoldase, que no necesitase al mundo en la misma medida en que este fingía necesitarme. Que no fuese a misa, que no cenase en familia, que no enloqueciese por acostarme al lado de alguien, que recorriese las calles sola como una gata brava y que no respondiese a vuestras asfixiantes llamadas. Cuando la cuestión era tan simple. 
Desestimar cualquier ansia de estabilidad. Total para qué, si una vez conseguida nadie sabe qué hacer con ella.
No. Se trataba de algo muy diferente. Depender sólo de mí, asumiendo que no me sentiría menos sola por vivir más acompañada. Pero fue imposible. Siempre había alguien rodeándome, retrasando cruelmente mi deseo, obligándome a entrar en el círculo o a rendirme...
Me agoté porque era diferente, siempre lo sería, y batirse contra el mundo, hace espuma y desgasta a cualquier roca. Por eso elegí deshacerme de esta verdad como de una asquerosa flema y agitar por fin, la bandera blanca.

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