_un
final cualquiera
Todo
pasa.
El primero al que avisaron fue a su
hermano.
Era el Aa de su teléfono móvil, y la
persona adecuada. Ella sabía que la tenía, como lo sabíamos todos.
La capacidad para sobreponerse a cualquier cosa, a tener que
identificarla.
Apenas tardó un minuto, que le
descompuso la expresión.
Nadie más pudo, ni quiso verla, salvo
una enfermera y amiga suya. Alguien que lo sabía. Que era una
suicida. Alguien que la quería.
A los demás, nos superó el pavor de no
soportarlo, de materializar su muerte en nuestras cabezas, de
sentirla fría y mustia, el asco, el hacer cualquier estupidez.
También porque la preferíamos viva y sonriente, visceral y
apasionada, mal hablada, terca como una mula. Próxima y cálida.
En cuanto le dieron la noticia, la madre
se puso como loca. Pasó los dos días de velorio en el hospital,
agarrada a una carta que le había escrito.
Los demás, ayudamos en lo que pudimos a
prepararlo todo como ella había dispuesto. Es decir, a lo sencillo.
Y así fue.
El día terminó con un auténtico viaje
en globo sobre su ciudad, sobre sus puentes, sobre sus horas
caminando, sobre su vida hecha polvo cayendo a un río que la eligió
y que nos hizo sentir, mientras disolvía sus cenizas, que después
de esa muerte, como después de cualquier otra, nada volvería a ser,
nunca, como antes.
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