viernes, 27 de noviembre de 2015

Hombres muertos que caminan (85)


la curiosidad_
Aquí, aprendes a durar.

El hecho de no tener por qué llorar era un motivo para ser feliz. La regularidad, la estabilidad anímica, la nada.
Pero cómo conseguirlo si no quedaba nadie que no me hubiese decepcionado, cuando no lograba diferenciar entre buenos y malos porque todos escondían algo, esas virutas de decepción y dolor enfocadas a alimentar la crueldad.
Al principio incluso era un alivio. Dejar pasar los días. Muy humano. Acomodarse y permitir que siguiesen transcurriendo los acontecimientos. Sin embargo, sentía el peligro cuando los ataques de llanto se espaciaban demasiado en el tiempo. Sabía que se aproximaba una brutal recaída.
Para ponerle fin a la situación, traté de empezar por el principio y organicé una sesión continua de rememoraciones. Después de esa semana, dejé de recordar. Considerar que cualquier tiempo pasado había sido mejor era una actitud disuasoria de la que debía prescindir. También de la curiosidad, el principal motivo que me mantenía con vida, porque el corazón late por sí solo, no hay más.
Vivir es el mayor de los actos involuntarios, es de manual que se trata de un cajón vacío lleno de calcetines perforados y que con ser mediocre, con conformarse con resistir, llega de sobra. Los acontecimientos sólo te avasallan si te detienes a observar el comportamiento humano, en vez de imitarlo.
Interrumpir lo cotidiano, preparar, por ejemplo, tu propia muerte, es lo que agota.

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