_un
viaje en globo
Ausencia:
pequeño ensayo de la muerte
que
mejora nuestro recuerdo.
Cada
desmayo era como un viaje en globo.
La primera vez me
caí en la calle.
Con tanta madre
alrededor, se armó una gorda, y los niños lloraban al verme
convulsionar. Yo, ausente, subía por unas impresionantes escaleras
de madera tallada sorteando las finísimas patas de aquellos
elefantes, como recién salidos de un cuadro de Dalí. Tuve miedo
cuando me encontré al tigre, pero no estaba hambriento. Se me
restregó por el cuerpo antes de permitirme continuar. Al llegar
arriba, di cuerda al reloj, pero no conseguí hacerlo funcionar.
Realmente era extraño. Y blando como una oreja. Carecía de
mecanismo y sus números eran una nube de hormigas que me subían por
el brazo, haciéndome cosquillas y forzándome a sacudirlas.
En
un bar, años después, me abrí la cabeza contra la esquina del
billar. Sangraba a borbotones y, al llevar dos minutos inmóvil,
pensaron que había muerto. Caminaba descalza sobre la hierba. Hacía
mucho calor y me tumbé en pleno bosque para la siesta. El cielo era
de un azul intenso y las nubes, gigantescos copos de algodón. Ya
dormitaba cuando sentí el movimiento y, al abrir los ojos, me
encontré rodeada de serpientes. Quise levantarme, pero se hicieron
un nudo y me inmovilizaron las piernas. Mi pelo se convirtió en un
nido y las más fuertes se dirigieron hacia la garganta. Me quedé
muda, hasta que estalló la tormenta. Sólo entonces desperté. Abrí
los ojos, asustada por el ruido del molino del café.
Volaba en avión y
había cenado lasaña. Me levanté del asiento para ir al baño y me
derrumbé en el pasillo. Estaban en la plaza. Por el suelo habían
quedado montañas de vasos de plástico y todas aquellas botellas
rotas. Había una ambulancia y varios policías indicaban a la gente
cómo desalojar. Al retirarse el último grupo, ví a una pareja de
amigos, tirados en el suelo. Ella apoyaba su cuerpo contra el muro y
apretaba con las manos el cuello degollado de su novio. Cerré los
ojos para deshacerme de aquella imagen y me tapé las orejas para no
escuchar que lo habían violado. No escucharlo, no recordarlo. Cuando
el aparato dio una pequeña sacudida, me desperté sudando. Miré al
pasaje, pero continuaban dormidos.
Respiré aliviada.
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