lunes, 16 de noviembre de 2015

Hombres muertos que caminan (74)


_la corriente
Nada era diferente. Lo único diferente eras tú.
No es que fueras mucho mayor o algo así. No era eso exactamente.
Eras diferente, eso es todo.

            No era corriente y lo demostraba a menudo.
Detestaba que los demás tuviesen que doblegarse ante determinadas injusticias. Por eso ponía todo su empeño en alcanzar pequeños logros que parecían un imposible.
El día que vino a visitarme salimos a pasear con mis abuelos por el parque. En una de las terrazas, una hirviente pareja de maricones.
Mis viejos los espiaban de medio lado, incómodos y escandalizados, haciendo ademanes para que nos largásemos cuanto antes de allí. Pero cuanto más escandalizados se mostraban, más sonriente y testaruda ella, disfrutando de aquel apacible domingo. Por eso, en cuanto hicieron el intento de levantarse, se giró hacia mí y me arrimó los morros, lengüetazo incluido, durante al menos medio minuto.
Hasta los gays se quedaron sin habla.
En lo que respecta a mis abuelos, se hundieron de nuevo en el hoyo de sus asientos, abrumados ante aquel gesto falso, pero real.
La verdad es que no estuvo mal, aunque yo estaba muerta de vergüenza.
Pero mientras a mi familia se le derrumbaban los esquemas, ella allí, como si nada, descojonada de la risa, gozando de una situación que, cuando menos, permitió que nos terminásemos las cervezas y los cacahuetes.

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