martes, 10 de noviembre de 2015

Hombres muertos que caminan (68)


la soledad_
Supongo que es imposible entrar en la soledad de otro.

Estamos solos. Verdad verdadera.
Somos humanos. Seres frágiles y mentirosos que tienden a asociarse, a intercambiar alianzas. A obligarse a. A prodigar su felicidad como tórtolas. A poseer. Un objeto, un puesto, una persona. A intercambiar las caretas para esquivar el hecho de que nadie podrá estar nunca en nuestro lugar, que cada uno tiene el suyo y que cada uno de estos, es ajeno a los demás.
Pero somos egocéntricos. Necesitamos sentirnos alguien, ser importantes, contar con un público, aplausos, aunque como en el teatro, la vida también se repite y va perdiendo espectadores. Primero la familia, más tarde los colegas y por último la pareja, la definitiva gran decepción. En cuanto decae la obsesión sexual, regresamos al anonimato. De ahí que nos reproduzcamos, para volver a ser alguien en la vida de otro. Los más importante. Para tener el control y que dependan de nosotros hasta que crezcan y volvamos a estar como al principio, claro, pero mucho peor. Porque para entonces, sin comprender muy bien cuándo sucedió, ya nos habremos convertido en el principal enemigo.
El paso de la vida no es más que la lucha del hombre por aplazar su problema, su incapacidad para reconocer la individualidad, para reconocer que está solo.
De ahí su principal temor, su miedo a la muerte.

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