martes, 22 de marzo de 2022

Dulce caramelo


Fotografía: efialtes_fernando gonzález

    Hasta las personas más dulces, han robado un caramelo en la tienda de su barrio. La vida no sería entendible sin ese sabor azucarado y esa textura, a veces chiclosa, envuelta en un plástico de colorines y colocada en pequeños montoncitos justo ahí, donde podamos adquirirla. Antes o después, todos caemos en la tentación, quizá y, sobre todo, porque no queremos perder definitivamente los lazos que nos atan a la infancia o, lo que es lo mismo, a la alegría de estar vivos. Y es que un caramelo no pasa de moda, como no debe hacerlo nada de aquello que nos conduce a la felicidad. Un caramelo nos recuerda a nuestros abuelos, nos une a nuestros hijos y paga el sueldo de nuestros dentistas. Sería un objeto de placer perfecto si no se diluyese; la obra maestra de la repostería; el Rolex de las golosinas. En el taller de encuadernación en el que trabajo, ha aparecido una bolsa abierta de caramelos Respiral, con fecha de 2018. Como no soy demasiado escrupulosa y me encantan los años pares, los he ido abriendo, despegando del plástico y saboreando y masticando lo que queda de ellos, que es casi todo. La caducidad no existe, ni debe importar, cuando un encuentro fortuito como este, te alegra el día y, por si fuera poco, mejora tu respiración.

martes, 8 de marzo de 2022

La suerte

Fotografía: efialtes_fernando gonzález

Aunque parezca mentira, casi todo el mundo cree en la suerte. Por eso, quizás, se sigue jugando a la lotería. Todos merecemos tener, al menos, un golpe afortunado, una buena racha, un instante increíble, porque, aunque lo normal sea el término medio, a quién no le gusta un subidón. La suerte suele asociarse al dinero, pero lo cierto es que ahí están, antes que eso, la fortuna de tener salud y al menos, algo de paz. La buena suerte es no sufrir un accidente, un parto rapidito, una ganga en la feria, encontrar un billete de 50, que el bizcocho salga esponjoso, un elefante con la trompa apuntando al cielo. La mala suerte es todo lo otro que también nos pasa, al menos, una vez en la vida. Un engorro en forma de mal día, mal mes, mal año. Un paraje inhóspito y desolador. Una guerra, tan absurda como todas. Nadie sabe qué hay que hacer para evitarla, cómo esquivarla. Porque la mala suerte brota de repente cual espinilla y se queda el tiempo que haga falta, como un mal invitado. Por eso hay que armarse de paciencia y resistir. Dejar que llegue lo bueno -tal vez un día como hoy, la igualdad- y permitirle, también, que nos arrolle. Para equilibrar la puta balanza.