Me acuerdo de estar en el regazo de mi madre para recibir a los Reyes Magos en la estación y como, al bajarse del tren y pasar a nuestro lado, Baltasar me acarició la carita.
Me acuerdo de un chico heroinómano que solía pedir por las calles de Ourense, protagonista de un relato con el que gané un premio literario, y de quien no volví a saber nada.
Me acuerdo de levantarme temprano un 1 de enero, para ir a tomar con mis amigos, chocolate con churros.
Me acuerdo del momento en que me salieron las primeras estrías.
Me acuerdo de los pies deformes de mi abuela paterna, que caminó miles de kilómetros a lo largo de su vida, vendiendo pescado.
Me acuerdo de no encontrar sentido a la vida.
Me acuerdo de una madrugada, en la que, volviendo para casa con un amigo, nos paramos frente a las vías y me dijo: “Susana, ¿téñoche dito que me encantan os trens?”. Me pareció un momento entrañable.
Me acuerdo de la matanza del cerdo y del mal olor que se quedaba en las manos después de manipular las tripas.