sábado, 14 de noviembre de 2015

Hombres muertos que caminan (72)


_la bondad
Reclamo el derecho a ser desgraciado.

Brotes de esquizofrenia.
El primero me dio cuando pasaba consulta. Se enteró todo el centro, porque le di un barrido a la mesa y me fracturé un tobillo al reventar la ventana de una patada. Los pacientes observaban aterrorizados, o eso fue lo que me dijeron. Después, cuando me puse a tratamiento. Ahora voy tirando, más o menos, asimilando de otra manera las penas que llevo dentro. Cuento con la ayuda de un colega psiquiatra, que sé que no me miente cuando dice que pronto volveré a estar en activo, pero por el momento llevo una vida totalmente rutinaria. Soy metódico hasta en mis horarios, por prescripción profesional.
A veces me encuentro a gente conocida, que me agrede con un cambio en su actitud, que se hace el avión para no tener que saludarme. Seguro que tienen miedo, pensarán que veo dragones o algo así y no es que me parezca mal. Desde luego no los culpo, es sólo que me apena profundamente toda esta situación.

Esta semana, sin embargo, ha arrancado de fábula. Me han ofrecido volver al trabajo y hemos firmado mi regreso para principios del mes que viene. También me he encontrado a una paciente, una de las clásicas, de las fieles, que se ha parado para cubrirme de elogios. Me ha dicho que se alegraba mucho de verme, de que todo fuese bien y que siempre había tenido ganas de transmitirme su opinión sobre mí, desde que la visité en su casa fuera de hora, para curarle aquel sarampión con neumonía. También que era una buena persona, realmente buena, recalcó. Una de las pocas con las que se había encontrado y de las que había seguido pensando exactamente igual después de tantos años. Mis madrugones para pasar consulta antes de tiempo sin que se formasen colas, mi paciencia con las disputas en la sala de espera, mi trato considerado y atento, la manera en que hice de mi lugar de trabajo algo mío y de ellos, sería algo de lo que nunca se olvidaría. Parece que siempre había querido decírmelo, ella creía que las cosas buenas hay que comentarlas, que después la gente desaparece de nuestras vidas y ya no hay manera. Me dijo: sólo quería que lo supiese.
Y se fue así, dejándome profundamente agradecido.

Pero hoy se torció todo de nuevo. El día amaneció horrible y otra vez me encuentro braceando contra todos los objetos de mi casa. Acabo de leer la noticia en el periódico y no me sostengo, porque sé lo que se siente cuando no eres capaz de sentir nada y porque me odio por no sospechar que lo que no se veía, estaba teñido de la más absoluta melancolía. Por no adivinar que no existe en el mundo persona capaz de aparentar ser tan feliz, además de serlo.
Lo hizo ese mismo día, después de nuestro encuentro, y yo como un imbécil, ensimismado con sus halagos, sin rendirme a darle un abrazo que le llenase los pulmones de aire para ayudarla a superar otro día, como tantas veces se me hizo necesario a mí, como hizo ella conmigo.
Llenarle el corazón de alegría por Cristo...
Y recaigo, recaigo, no hay que ser muy listo para ver que voy de mal en peor. Y cómo no va a ser así, si no hice nada. Para qué me sirvió tanta bondad, eh, para qué, para qué si no soy útil más que para hacer daño a los demás y a mí mismo. En que empleé todo lo que ella vio, si sólo pude curarla de un miserable sarampión... pero qué tipo de persona soy, qué tipo de médico de mierda... No vuelvo, no vuelvo, no puedo volver...

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