jueves, 12 de noviembre de 2015

Hombres muertos que caminan (70)


_animales urbanos

Me sonrió porque sí, para hacerme feliz.

Sus visitas siempre resultaban inesperadas. No seguían un orden, no había desarrollado una costumbre. Podía venir cinco veces por semana, o desaparecer durante un par de meses. Lo único seguro, era que volvería.
Prefería el atardecer, cuando algunos ya se habían ido y el resto no había llegado. Quería asegurarse un par de horas libres, a precio de café.
Con eso bastaba. Con estar aquí y dejarse engañar por este olor, por estos ritmos. Verlos ir y descansar de todos, del mundo. Bailar con el perchero. 
Dejar atrás un día e intentarlo de nuevo con el siguiente.
Me gustó de ella que fuese ella, que no intentase disimular su tristeza, ni su ira, ni su alegría, ni su curiosidad. Que no se tomase la vida como un trabajo en el que resulta imprescindible caer bien.
Se le notaba alguna que otra herida, pero era algo más lo que nos unía. Era aquella mirada, impropia de un animal urbano.
     Una noche se fue de aquí dejando sobre la barra una lista de palabras.
Y ya nunca más regresó.

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