martes, 16 de junio de 2015

fracasamosS

A mi padre.
A todos los hombres que han sabido serlo.

A Charles Bukowski.



También hoy, también este hoy, que esta mañana parecía invencible y eterno, lo hemos perforado a través de todos sus minutos; ahora yace concluido e inmediatamente olvidado, ya no es un día,
no ha dejado rastro en la memoria de nadie.
PRIMO LEVÍ. Si esto es un hombre.

Después de vomitar las cuatro rodajas de chorizo que se me encallaron en el estómago durante la noche, me he acuclillado sobre el bidé. La toalla se empapó hace rato, así que la sustituyo por una almohada, cuyo relleno absorbe lo mismo que cien compresas.
Paciencia.
Es la solución que he planteado a la cara de mi padre, a su silueta acercándose, olfateándome, metiéndome la lengua hasta la campanilla para satisfacer positivamente sus sospechas de que todavía quedan restos de nicotina en mis papilas. Parece ilógico no odiarle, no desear su muerte con todas mis fuerzas, pero es que soy conformista y con mentirle a diario, me basta y me sobra.
Veo las noticias.
Todas esas personas torturadas hasta en regiones que no aparecen en el mapa y no puedo sentir pena de mí misma. Soy una mujer afortunada, que respira, come y caga en pulida marca Roca sin mayor desparrame de sangre. Una hostia de vez en cuando. Normalmente ni eso. Más bien se trata de alguna caricia indeseada, de ceder ante una incómoda proximidad, de algún polvo rápido y vacío, incluso cuando llego al orgasmo. Y ya está. El sol vuelve a brillar. Tres meses de verano que no fallan. Abres el grifo y tienes agua corriente, te puedes dar maravillosos baños de espuma y cenar copiosamente antes de ir a dormir. Vale, pasar la aspiradora, planchar, cambiarle la rueda a la moto, pagar algún que otro café, impuestos, pesticidas, roturas de uñas, algún kilo de más. Bendito sea este desgraciado nivel de vida en el que te tiras un pedo y huele a mortadela.
Charlo con el hijo del charcutero. Esquizófrénico, paranoico, psicótico. Le he preguntado por el perro y no contesta. Lo ha matado y se estará arrepintiendo, porque nadie le hará jamás tanta compañía. No se puede querer de esa manera siendo humano y lo sabe. Pero ya es tarde, aunque la pena se diluirá violentamente en su próximo brote. La última vez, veía dragones. Todos queremos verlos, pero ninguno aguantaría las catorce pastillas de su tratamiento. Porque al final hay que tratarse. O dejarse abrasar por el fuego de su aliento. 
El mío huele hoy a pollo con champiñones.
Me gusta cocinar. Echarle cebolla y azafrán, amasar y sobre todo, clavarle el tenedor al borde de la empanadilla, hacerle la muesca para que ningún ingrediente se desparrame en el aceite. Muy caliente, para lograr una buena fritura. Cualquier recetario de cocina lo indica. No hace falta ni que lo compres. Ahora se consiguen en casi todas partes. Los regalan con el detergente. En cualquier asociación de vecinos lo tienen. O lo piden. Sólo has de cubrir el papel de la desiderata y listo. En cuanto llegue, te dan una llamadita a casa.
Cómo me gustan los servicios a la carta. A cambio de nada. 
Yo me ofrezco así. Lo hago gratis, porque aún soy joven para comprarme la colección de dedales de porcelana. Heredé los cromos de mi primo y con el trueque me conformo. Da igual si el álbum continúa incompleto. Si pudiera sacar sus restos de entre los raíles, me diría que se enorgullece de mi esfuerzo. Estoy segura. E inmediatamente después, me enseñaría a jugar a las chapas.
Los juegos de niños son buenos cuando te llenas de barro hasta las cejas. O te las partes al lanzarte por un tobogán. Escozor, sangre, agua oxigenada y costra. Un clásico. Son peores cuando interviene un adulto. Sangre también, dolor. Silencio. Nada nuevo para nadie. Sólo tú barres por debajo de la alfombra, donde esa ausencia de ruido no es lo que es, sino el murmullo de un refrigerador en marcha, de un pulmón asmático de gato. Costra que recubre tu caja torácica. Manos que limpian la cara de lágrimas y que abren la tapa de un libro. 

2 comentarios:

  1. Tiernos dragones, pobres temidos sin razón, un mal estornudo y todos rostizados, con la misma capacidad de enamorar y de destruir pero... Y quien no la tiene? Todos somos un poco dragones, con más mocos que fuego pero poco cambia la cosa, eso sí ellos no se ocultan, son lo que son :) sin modas ni tendencias, solo ellos mismos, de mayor quiero ser un dragón.

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  2. Gracias por leerme, Cel, por tus comentarios.
    Yo ya soy una dragona que no quiere hacerse mayor. Yo quiero ser pequeñita. Diminuta.
    Me ha encantado tu comentario, así que un amapuche :). Muchas gracias.

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