sábado, 13 de junio de 2015

Casi feliz:)))))


Quizá no entendí que nadie dura siempre,
que a veces son más grandes las cosas que no he dicho.
ANA MANRIQUE

– Hoy me llamó, tía. Y después vino a verme. Acaba de salir, está en la sala de espera. Luego te la presento.
     Qué mal lo pasé... Cómo lloraba, tía. En la puta vida la vi así. En la puta vida...
Mira que intenté que se callase, pero no hubo manera. Aquello era un embalse con las compuertas abiertas y yo, en cambio, contento como nunca por tenerla delante después de tanto tiempo.
     Tú que dices, me debió ver mal de cojones, ¿no? Para reaccionar así, digo. Aunque ella venga a decirme que no, que si eran los recuerdos, los nervios de verme y bla, bla, bla.       Pero ¿sabes qué pienso? Bueno, no es que lo piense, sino que me lo dijo uno de estos sabelotodo de bata blanca... Pues que de este ingreso ya no salgo. Que no me haga ilusiones –como si aún las tuviera– que no hay vuelta a la calle. Que palmo, vamos. Y ella llora por eso.
Claro que lo sabe, tía. Por eso vino a verme y por eso estuvimos recordando las conversaciones que tuvimos sobre la paranoia esta de la muerte y de cuando llegase. De cuando yo muriese, vamos. Como cuando me corté las muñecas en un intento desesperado por quitarme de delante.
     Aquella vez también vino a verme al hospital...
     Recuerdo que yo estaba más para allá que para acá, pero ella venga a agarrarme por los hombros y a preguntarme que cómo estaba. ¿No veía que jodido? Parecía que no, así que como no se callaba, le dije la verdad.
     Le dije... que era casi feliz.
     Y era cierto. Porque aquel día, observando su mirada puesta en mí con absoluto desasosiego y sintiendo sus manos temblar como lágrimas que luchan por salir de las cuencas, me vi reflejado en su sufrimiento. Y esperando como hoy, mi último parpadeo, me di cuenta de que nunca había estado tan cerca de alcanzar la felicidad...
     Así que, hazme el favor, que nos tenemos que despedir. Sal y déjala entrar, que te juro por Cristo bendito, que de esta noche no pasa...


...quizá nosotros somos
las palabras
que cuentan lo que somos.
(...)
¿Para qué escribe uno,
si no es para juntar sus pedazos?...

EDUARDO GALEANO. El libro de los abrazos.

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