Quizá no entendí que nadie dura siempre,
que a veces son más grandes las cosas que no he dicho.
ANA
MANRIQUE
–
Hoy me llamó, tía. Y después vino a verme. Acaba de salir, está
en la sala de espera. Luego te la presento.
Qué
mal lo pasé... Cómo lloraba, tía. En la puta vida la vi así. En
la puta vida...
Mira
que intenté que se callase, pero no hubo manera. Aquello era un
embalse con las compuertas abiertas y yo, en cambio, contento como
nunca por tenerla delante después de tanto tiempo.
Tú
que dices, me debió ver mal de cojones, ¿no? Para reaccionar así,
digo. Aunque ella venga a decirme que no, que si eran los recuerdos,
los nervios de verme y bla, bla, bla. Pero ¿sabes qué pienso?
Bueno, no es que lo piense, sino que me lo dijo uno de estos
sabelotodo de bata blanca... Pues que de este ingreso ya no salgo.
Que no me haga ilusiones –como si aún las tuviera– que no hay
vuelta a la calle. Que palmo, vamos. Y ella llora por eso.
–
– Claro que lo sabe, tía.
Por eso vino a verme y por eso estuvimos recordando las
conversaciones que tuvimos sobre la paranoia esta de la muerte y de
cuando llegase. De cuando yo muriese, vamos. Como cuando me corté
las muñecas en un intento desesperado por quitarme de delante.
Aquella
vez también vino a verme al hospital...
Recuerdo
que yo estaba más para allá que para acá, pero ella venga a
agarrarme por los hombros y a preguntarme que cómo estaba. ¿No veía
que jodido? Parecía que no, así que como no se callaba, le dije la
verdad.
Le
dije... que era casi feliz.
Y
era cierto. Porque aquel día, observando su mirada puesta en mí con
absoluto desasosiego y sintiendo sus manos temblar como lágrimas que
luchan por salir de las cuencas, me vi reflejado en su sufrimiento. Y
esperando como hoy, mi último parpadeo, me di cuenta de que nunca
había estado tan cerca de alcanzar la felicidad...
Así
que, hazme el favor, que nos tenemos que despedir. Sal y déjala
entrar, que te juro por Cristo bendito, que de esta noche no pasa...
...quizá
nosotros somos
las
palabras
que
cuentan lo que somos.
(...)
¿Para
qué escribe uno,
si
no es para juntar sus pedazos?...
EDUARDO
GALEANO. El libro de los abrazos.
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