jueves, 11 de junio de 2015

Casi feliz :)))

No todo está podrido en mi interior.
ARTURO PÉREZ-REVERTE


No mujer, aquello se le pasó. Aquello... y las demás que le hice.
Como ¿cuáles? Pues como cuando entraba en los bares a abrazarla y a llorarle, sin importarme tres carajos con quien estuviese. Y toda aquella peña mirándonos con absoluto desprecio, como si fuésemos un par de apestados... Un día, hasta la echaron de un bar. Por conocerme y por hablarme, imagino.
También le lloriqueaba pidiendo siempre más y más pelas, como si a ella se le apareciesen debajo de un tiesto. Eso y otras cerdadas, como chantajearla para que se ganase un dinero extra como puta. Ahí si que rocé el límite...
Ya lo sé tía, no me mires así, que es para mazarme a hostias como a un pulpo. Pero eso sólo se me ocurría en momentos verdaderamente jodidos, cuando ya no veía ni por el ojo...
¿Cómo que por qué lloro? ¿A ti que cojones te parece? Porque tengo sentimientos, coño. Porque la quiero y sé que ella aún me quiere. Lo sé, tía. Ella no dejó de querer a esta mierda de persona que soy. Y eso es lo más grande que me pasó en la puta vida.

Una tarde me encontró en unos soportales esperando a un colega. Yo estaba que no cabía en mí porque el tipo me iba a dejar un piso para que me quedase varias noches y claro, le solté toda la historia de carrerilla. No era para menos, porque estaba harto de verle la cara a las estrellas...
Recuerdo perfectamente qué hizo. Iba con prisa, pero se sentó en el suelo, dejó el bolso –a mi lado– y se tiró allí media hora, haciéndome coñas. Que a ver si a estas alturas de la vida te vas a convertir en un puto burgués... a ver si cuando me veas por la calle ya no me vas a saludar y paranoias de ese tipo que sólo a ella se le ocurría decirme.
Hace muchos años que dejé de reírme a carcajadas, ¿sabes? pero la sonrisa que se me dibujaba cada vez que ella me dedicaba su atención de aquella forma, es que me llenaba por completo la puta cara durante una hora...
– Yo qué sé... El asunto es que en esas andábamos, riendo ella y sonriendo yo, cuando empezó a joderlo todo con sus consejitos. Que si debía pirarme de la ciudad, que si conocía a demasiada gente y así iba a ser imposible salir de esta mierda... Y yo con el falso de siempre en la boca. Que sí, que sí, que el lunes me voy de aquí, que ya tengo el billete comprado y todo. Hasta le pedí el número de teléfono, jurándole y perjurándole que la llamaría para contárselo en cuanto pusiese un pie en la estación de buses. Aún está esperando, claro.
Pero valió la pena, porque fue entonces cuando me lo dijo. Me miró con aquella expresión de pillina que era única para mí y, conociendo la autocreencia con la que pretendía teñir mis propias mentiras, me espetó: chaval, casi me convences. Y mira tú que sólo por el esfuerzo de intentarlo de esa manera, te acabas de convertir en el hombre de mi vida. Por un instante.
Me anotó el teléfono en un papelito verde, me dio un beso en los labios, se levantó de un salto y se marchó corriendo para clase.
Llegaba tarde.


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