viernes, 19 de junio de 2015

facasamosSSSS

Si cruzas el charco te vacunan contra la fiebre amarilla. Primero pagas. Pero te vas con tu preciosa cartilla bajo el brazo. Y no hay aduana que se resista. Luego ves llanto y miseria. Personas que las pasan canutas y piensas en tus zapatillas nuevas. En las docenas caducadas que tiraste por miedo al colesterol. En tu anillo de plata, ofendiéndolos con su brillo. Piensas, qué bueno lo mío. Conservar labios mayores y menores. Un buen clítoris en su sitio. Y la posibilidad de, algún día, ser dueña de tu destino.
El mendigo acepta la propuesta. Y ata el caniche al carro. 
Detrás del colegio hay unos matorrales. Hagas lo que hagas nadie lo sabrá. No se ve, más que hacia arriba. Además de las nubes, ondean varias banderas. Pienso en el jardinero. Demostró un gran vigor cortando setos. No. Excesivamente saludable. Mejor este, que no puede con el culo. Aún así, ha sido rápido. Como a ellos le gusta.
Una bandera es un trozo de tela que se agita con el viento. 
El pelo también, aunque no seas una estrella musical que graba un video-clip. A puro golpe de secador. Cuando lo conecto con la tele, el lavavajillas y el horno, salta el automático. Lo he descubierto por accidente. Pero será mi nuevo modo de provocar su ira. Es tan fácil que a veces no puedo ni creerlo. Aunque mi método favorito es abrir ventanas cuando duerme. Despertarlo a golpe de corrientes de aire. Lo mejor. Y muy seguro. Tiene que irse a trabajar. No hay tiempo para más. Si llega tarde, a la puta calle. Le preparo el desayuno y puerta. Yo soy aquel negrito, del África tropical. Feliz con mis ocho horas de espera por delante. Porque cuando vuelva, será él quien tenga todo el tiempo del mundo.
El reloj de la cocina sigue parado. Es un búho tallado en madera. Hace años la alcayata cedió y el bicho se estampó contra el suelo. Menos mal. Mi cuerpo no habría resistido. Fue el primer contacto. Así, a lo bestia. Sobre la mesa. Al golpear la pared, algún azulejo se resintió. O cedió. Y mi pajarraco salvador se tiró en plancha. Bam! Desde aquel día urdo mi plan. Tiré aquel hule y lo cambié por uno acolchado. Colgué el reloj de nuevo, pero las agujas no han vuelto a moverse. Interpreto que los minutos corren a mi favor, aunque yo prefiero caminar y disfrutarlos despacito. Un paseo por el parque. Los columpios. El río. Ir descalza sobre la arena. Darle un mordisco al bocadillo. Dejar que se derrita el chocolate, para embadurnarme los pies con él. Busco la infección por los rincones, pero nadie reutiliza ya sus jeringuillas. Me apago las colillas en las plantas. Sólo es dolor sin consecuencias. Saco alguna foto bonita.
Me curaré.
Si toca ir a Urgencias, disfruto. Cuento mil historias. Ponen cara rara, al principio. Pero lo del sadomaso los convence y lo anotan en el parte. Siempre la misma versión. El libertinaje. Un interrogatorio policial, pero conservar el aplomo nunca falla. Y un padre con cara de señor, tampoco. No han quedado restos que prueben nada. Sólo mi sangre y mi dolor. De tanto en tanto me regalan un ingreso. La panacea. Una cama para mí sola. Pero si se repite, investigarán profundamente el caso. Aprovecho y visito la planta de infecciosos. Pervertidos a porrillo. La consecuencia es el hospital, pero les encanta reincidir. Consigo varios voluntarios y los dejo entrar, uno a uno, al baño. Ducharse en agua fría puede traer cola. Pero una pulmonía prolonga tu estancia. Luego llega el alta, cuando no hay rastro de herida externa. Espero que el mal haya prendido dentro, como hierbajos en el jardín. Algún día tendré uno, rodeando mi casa de planta baja. Crecerá algún trébol de cuatro hojas. Cardos y tulipanes, que son mis plantas favoritas. Hoy las riego y les hablo, pero se secan. Y al final tengo que ir al mercado a por semillas. Un tío toca las palmas en el autobús. Te obliga a mirarlo. Su apariencia es normal, pero es que las apariencias son así. Alguien lo insulta.
El mundo no soporta ni medio gramo de alegría.
Qué raro. Tampoco nadie resiste el drama en los cines. Un buen porcentaje se levanta y se va. Con un par. A la mierda el director y el precio de taquilla. Luego llegan los premios y todo dios habla de extraordinaria carga dramática y no sé que más. El acomodador se encoge de hombros y corre las cortinas. El transistor vocea el comienzo del partido. Benditas cabinas insonorizadas.
Oh-oh.
Me he entretenido mirando la cartelera. La cena sin hacer. Ante mí el drama en todo su esplendor. El ascensor estropeado. Treinta y siete peldaños que jadear. El sudor es ahora una mezcla de esfuerzo y miedo. Entro decidida y cierro la puerta con llave. No quiero escapar. Me giro y mi estómago recibe a su puño. No es nada. Voy directa a la cocina. Saco el cuchillo más afilado del cajón. Eso frena a cualquiera. Me pongo a cortar la patata, una cebolla que me hace llorar y paso a batir los huevos. Vaya. La tortilla se quema un poco por el borde. La ensalada, mal aliñada. Se oye un gooooooool que lo enfurece. Nunca ganan los suyos. Toca tanda de penaltis. Podría poner el lavavajillas, pero prefiero entretenerme con el estropajo. Paso la fregona también. Querría arrodillarme y darle con el cepillo a las juntas, pero el árbitro pita el final. Me pongo el pijama de gatitos y meo antes de ir a dormir. Cuento ranas y las veo dando saltos en la charca. Entra sin encender la luz. Croac, croac. Da un portazo.

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