jueves, 18 de junio de 2015

fracasamosSSS

Cruzas la calle y ya está. Paz de confesionario.
Lo peor son ellos. Asesinos a sueldo. A ninguno le entusiasma el trabajo. Pero hay que comer, se justifica el sicario. Pegan gigantescos carteles de SE RUEGA SILENCIO POR FAVOR y se pasan el día contando chistes verdes mientras se desternillan de risa. 
Literatura, alimento para gatos. 
Ya no me dirijo a ellos. Lo imprescindible, en todo caso. Ni siquiera son buenos vendedores. Bibliotecarios. Piezas mecanizadas en una fábrica de piensos. Meto mi queja en el buzón de sugerencias y voy a Correos.
El servicio también funciona mal. Sacas ticket carnicero y esperas una hora. Llenarte de varices por un sello, esto es la administración, tipografiada con una mayúscula que no pienso malgastar. A cambio, cara de perro cuando te acercas al mostrador. El fin de cualquier opositor: la ausencia de actividad. No llegarle ni a la ‘a’ de agotamiento extremo. El café a media mañana. Y los recados. Pedir cita en la peluquería. O peinarse, si hay poca gente. No podría soportarlo. Volver al puesto y bajar aún más el ritmo. La fila sale por la puerta y da un rodeo a la farola. Me muerdo las uñas. Modo play acelerado. Si no está usted conforme, ponga una reclamación. Nunca pulsar el pause. Se han terminado las hojas. Diríjase a otra oficina. Hasta darse de bruces con el stop.
La máquina de sellos lleva meses sin dar cambio. El mensaje parpadea, como la luz de un semáforo intermitente. La última vez que me salté uno, me pillaron. Qué suerte. Después de empotrarme contra un muro. Nadie preguntó si lo hice adrede. Había comprado un par de cartones de vino para entonar la voz y cantar algunas de Adriana Calcanhoto. Parabarabarabarapapa parabarabarabá. De pronto, pam. Fogonazo a mitad de canción. Me cosieron la frente así, a pelo. Y dolió. Pero luego me tocó papá. Mucho peor. Tabaco y alcohol. Un doble vicio a corregir. Maldita sea.
El lugar más indicado para beber es tu propia casa. Los vecinos controlan cuando entras en un bar. Baja las persianas. También las del baño, si vas a llorar. Y tápate la cara con una toalla, si tienes compañía. La resonancia del alicatado puede ser muy traicionera. Pero favorece, si ensayas ópera. Cuando compré la radio me dieron un vale para bragas. Tres por una o algo así. Cien por cien algodón. Supersanas. Las madres las usan para limpiar los cristales. Yo soy más de mercadillo. Rasos y puntillas que te destrozan las ingles. Gomas de tirachinas entre las piernas. Y aún así se acerca. Le atraen los colores chillones, como al mosquito. No hay freno a mi calvario.
Las iglesias son lugares vacíos de sonido de nueve a once y de doce a tres. Entro y me arrodillo en los reclinatorios de terciopelo. Pienso en libros, política, viajes alrededor del mundo y personajes malditos que arden en el mismísimo infierno. Comienza la misa. Bancos repletos de mujeres alzando la vista a un crucificado muy deseable. Todos quieren ser él. Lo veo en la cara del sacerdote. Y todas quieren tocarlo. Cepillar su sedosa melena. Curar sus heridas abiertas. Lavar su paño de pureza. Hacerlo hombre, de nuevo. Salgo sin rastro de descaro y me tumbo en las escaleras, a la luz del sol. Pienso en aislarme en un cuarto vacío, a escuchar a los vecinos discutir sobre derramas, sobre otros vecinos. Opinando acerca de mí.
Qué raro es todo.
Los armarios llenos del vicio de acumular. Alguna mota de polvo que se cuela. Sábanas descatalogadas. Bordados cursis en las toallas. Alcanfor. Millones de perchas carentes de sentido. El tic tac de la vida. Sobrado de vinilos que no se escuchan. De lanas inertes que nadie pretende calcetar. La postvanguardia es una cartera llena de tarjetas y vales de supermercado. Códigos de barras que se borran con el roce. Si gastas sesenta, te regalan treinta huevos. O un paquete de galletas. Te lo acerca todo a casa un chico muy mono. Pero prohibido salir a la calle con el carro. 
El tío que pide por el barrio lleva el suyo lleno de basura. Un caniche duerme en lo alto de su loma de mierda. A veces salta histérico desde su trono y me da un mordisco, pero nunca me contagia. Me han puesto el recuerdo del tétanos hace un par de años. Quién sabe si el dueño. La rabia es lo mínimo que te puede pegar.
Voy a por él. 

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