miércoles, 24 de junio de 2015

Cesââreo

Para que nadie se le acercase a menos de un metro con 8 centímetros –que era lo que medía su sombra– se dejó crecer un enorme bigote (^) a dos colores. Presumidísimo, se levantaba bien temprano para enjabonarlo y crear en él monstruosas formas.
Una de sus mitades era blanco tiza (menos cuando se comía un plato de macarrones con tomate, claro). La otra, era negra como un cielo cuando es de noche, salvo cuando amasaba pan, porque entonces acababa embadurnado en harina de trigo. ¡Desastre de Cesâreo!
Y es que, aunque parecía un hombre hecho y derecho, la radiografía que le hicieron el año en que se dio un cabezazo contra la rodilla cuando se agachó para atarse los cordones, puso en evidencia, o lo que es lo mismo, demostró sin lugar a dudas, que dentro de aquella cabeza dura no había más que una sola preocupación:

Cesâreo dedicaba la mitad de las horas, casi todos los minutos y una buena parte de sus segundos, a cuidar de una perdiz que le había dejado su padre. 

     Ello nos indica que seguía siendo un poco niño, porque entre las preocupaciones de los hombres adultos suelen encontrarse temas importantísimos como la política, la economía, los coches o el fútbol. Las perdices no. 
        Pero el bigotudo Cesâreo era distinto a los demás. 
          
 Se metía en el gallinero días enteros, junto a su perdiz. Le daba de comer en la mano. La abanicaba. La inflaba a golosinas y gaseosa y le cantaba a voz en grito los grandes éxitos del verano :)). 
 
De hecho, fue de esta manera, tan musical, como Martita, su pequeña vecinita, se dio por enterada de que aquel hombre rabioso, sabía hablar como los demás. 
 
¡ESE POLLO ESTÁ TRISTE!– le chilló un día para cabrearlo.
¡No es un pollo, atolondrada, que es una perdiz!– respondió él furioso.

Sin asustarse, Martita se quedó allí plantada y remarcó, en plan marisabidilla:
¡Ese cuervo tiene penita!– Y se largó a jugar con su pandilla. 
 
Las reacciones de Cesâreo fueron varias:
1ª. (...Grr...) Cabrearse:
Diablo de chiquilla, si nadie le preguntó ¡que se meta en sus cosas!
2ª. (...Ummm...) Pararse a pensar durante más de un minuto:
...Pena, pena... qué sabrá ésta de penas. Bueno... algo triste parece que está... Le echaré un poco de grano en el comedero por si es hambre...
3ª. Darle la razón por lo bajo a aquella piojosa niña:
Pues no, no es hambre. Y sed tampoco. ¡Pues sí que sabe de animales!
4ª. Negarse a sí mismo que le daba la razón:
¡Qué no hombre! ¡Pájaros con pena! ¡No, no y mil cien veces no!  
Y 5ª. Preguntárselo directamente al cuervo. ¡PERDÓN! Al pollo. ¡PERDÓN! Quería decir a la perdiz:
¿Verdad que no, bonita? ¿Verdad que de penas, nada de nada? ¿Qué te ocurre entonces mi pequeñina?
Y ¿qué creéis que le contestó aquel ave de dos patas? Pues nada, claro. 

Pero lo miró con ojos tristes :(((((((((.

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