A Rafa.
A Xosé Vilamoure.
A los que además de mirar, ven.
No
seríamos felices si nos distrajésemos de la felicidad el tiempo que
se necesita para saber que somos felices, entre otras cosas porque la
felicidad es algo que cuaja cuando ya no tiene remedio su estropicio, como ocurre con las flores, que huelen más cuando les pasa por
encima el coche de los muertos.
JOSÉ
LUIS ALVITE. Cuando no quede nadie en tu letra.
Hay
cosas que uno vive y después, con el tiempo,
comprende
que las ha vivido para luego recordarlas.
ARTURO
PÉREZ-REVERTE
–
– Sí, sí, ya te dije
que me llamo Rafa. Y ni sueñes con que hago esto por otra cosa que
no sea la pasta. A mí me da igual el puto rollo ese de la
inmortalidad... Precisamente lo que quiero es morir de una puta vez.
–
– Claro que soy
drogadicto y seropositivo y todas esas mierdas con las que tanto se
llenan la boca los que cotorrean sin experimentarlo, en la tele.
Estoy metido en esto desde hace más años que kilos peso y lo único
que me queda por probar es el sabor de la tierra. Así que espero que
me pagues la estancia por allá abajo.
Perdona
¿me puedes limpiar los mocos? Mierda tía, es que ya no tengo
fuerzas ni para agarrarme el pito...
–
–
Qué quieres que te diga. Claro que en esta ciudad hay hijos de puta
aprovechados. Cabrones que te parten la cara en cuanto te tienen
delante.
Pero
la culpa fue mía, por volver para aquel juicio de mierda. Yo que
estaba tan bien en casita de mi abuela... Claro que aquello también
era como habitar en otro mundo porque, ya sabes, los viejos van a su
puta bola –como nosotros– y tres cojones les importa lo demás,
aunque te echen esos discursitos sobre la vida y cómo vivirla, ellos
que nunca vieron el puto mar. Aunque allí por lo menos tenía plato
caliente, techo y cama. Me faltaba ella, pero para eso tengo cabeza y
pensamientos.
–
–
Por supuesto que me acuerdo de ella, tía. Y eso que ya hace que no
nos vemos. Se fue no sé adonde a trabajar –ya sabes, aquí no hay
nada– pero pienso que volverá cuando yo muera. Tengo su teléfono,
así que ya avisé en el Comité para que le peguen un toque cuando
llegue el día.
Es
bastante maja, así que creo que vendrá.
–
– Que ¿cómo la conocí?
Yo que sé, tía. Imagino que como a todos, en la calle. No sé, tal
vez le vendí una flor, le pedí un cigarro o cualquier otra mierda.
Lo
que sí recuerdo es la primera vez que fijé en ella... y ella en mí.
–
–
Pues porque me lo dijo después, joder. Fue durante unas navidades
horribles que pasé en el hospital porque a cuatro subnormales hijos
de perra se les ocurrió liarse conmigo a hostias y partirme la cara,
para no variar.
Pero
ya sabes, allí en cuanto te tienes en pie te echan fuera, que no son
una casa de huéspedes, te dicen, y no hay cama ni para el que está
enfermo. Así que en fin de año, con una lluvia y un frío de
mierda, diez puntos en la cara y las costillas molidas, volvía a
estar de nuevo en la calle, rodeado de la puta felicidad hecha
escotes y zapatos de tacón.
Ella
tiene una apariencia normal ¿sabes? E imagino que por eso destacó
aquel día, porque no iba toda puesta para la ocasión y porque fue
la única que me saludó al verme, arreándome un par de besos que me
supieron a gloria.
Uno
nunca aprecia lo suficiente los abrazos hasta que deja de
recibirlos...
Te lo digo yo.
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