sábado, 27 de junio de 2015

Cesâââââreo

Así que después de comer, se fue al pueblo. 

De camino se encontró a la lechera y la saludó. Tan sorprendida se quedó Mariola, que le regaló unos litros de leche. 
Continuó Cesâreo y en mitad de la plaza vio al alcalde, a quien también saludó. Asombrado Don Teodosio, ordenó que le regalasen al bigotes un banco de madera con sus iniciales grabadas. 
Con una sonrisa :), se pasó después Cesâreo por la tienda a comprar unas tazas para tomar caldo y al salir, algo cansado de tanta charla (recordemos su falta de costumbre), se apoyó en los peldaños de la fuente, donde se le acercaron docenas de niños, a hablarle de sus juegos y sus vidas, haciéndolo reír a carcajadas, hasta que llegó el anochecer.
Se marchó entonces a casa, con el corazón contento. 
 
Le habían instalado ya el banco y en él, balanceando las piernas, estaba esperándolo la pequeña Marta.

 No se enfade señor Cesâreo ¡es que estaba cansadita!
A ver, toma, para que recuperes fuerzas– y le dio unas cerezas
 
Marta las devoró y su barriguita se convirtió en una barrigota
 
Ay, ay– se quejaba tumbada panza arriba, lanzado pedorretas para salir de la indigestión.
 Ja, ja, ja, reía él. ¡Te has dado demasiada prisa en comerlas!– Y tapándose la nariz le fue contando su grandioso día. –Pero dime qué piensas pequeña, ¿crees que lo haré bien? ¿Tan bien como las perdices?
Aaaay pues yo creo que sí decía ella con cara de retortijón. Mejor, porque no está encerrado en un gallinero. Así que podrá hacer amigotes, visitarlos en sus casas, o ellos podrán venir a la suya si los invita, podrá jugar a las cartas, o al dominó, o reunirse en la plaza y dar cerezas a los niños ja, ja, ja... Ayy...
¿Tú crees que me acostumbraré a tener tantos amigos?– le preguntó él.
Claro que sí– definitivamente Marta era sabia –hablar con la gente es mucho mejor que no hacerlo. Más entretenido. ¿Además ahora quiere, no?
            –¡Ya lo creo!– respondió Cesâreo. 

         Y dejó que le rodease el cuello con sus pequeños bracitos, para empezar a contarle, sobre aquel estrenado banco, una de las novecientas ochenta y seis historietas de las que sólo han llegado a tener conocimiento los hombres con bigote a dos colores, que se dan con la cabeza en la rodilla cada vez que se agachan para atarse los cordones de los zapatos.

El maleficio estaba roto. Cesâreo lo había conseguido.



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