Poner el telediario y escuchar las noticias del día es exactamente lo contrario a deletrear la palabra paz. Pareciese como si cada gobernante estuviese más tarado que el anterior, que la ONU fuese un teléfono escacharrado y que las miles de muertes que se producen a cada momento en el mundo fuesen algo ajeno al ser humano. Y desde luego, a los mandatarios con los que nos ha tocado coexistir. A día de hoy, para deletrear la palabra paz hay que estar muy harto, muy cansado de vez cadáveres, piernas de niños amputadas, gente huyendo en sus coches cargados de cachibaches a no se dónde, huyendo de los cuatro hijos de puta que se los quieren cargar. Para deletrear la palabra paz hay que ser un ser humano medio, a veces un poco alto, a veces un poco gordo, que más da, un ser humano con sentimientos humanos normales y no una patata por cerebro y una granada de mano por corazón. No hay que ser un experto en historia, ni en geopolítica, ni en economía, para calificar los vídeos que pretenden convertir Gaza en Acapulco de absolutamente inmorales, por no decir repugnantes. No hace falta ser un lince para comprender que toda esta destrucción abona el terreno inmobiliario, que ya es una mina de oro para los cuatro listillos que se lo quieren repartir y forrarse, construyendo casinos y plantando palmeras sobre la sangre derramada. Para deletrear la palabra paz no hay ni siquiera que ser activista, ni embarcarse en una flotilla, ni hacer un concierto solidario. Basta con ser un ciudadano que se exprese contra esta brutalidad, que se avergüence de esta bestialidad y lo haga saber al prójimo y al gobernante de turno. Para deletrear la palabra paz es necesario protestar a favor de ella, y, si fuera necesario, imponerla sometiéndonos a su dictadura, que sería mejor que abrir los ojos por la mañana y contemplar este puto horror que nos rodea y que provoca que nos demos asco. Quién sabe por cuánto tiempo más.
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