_la
resignación
No hay salida. Quédate y
aprende.
Vivió desde los treinta años sentado
en un banquito de madera tapizado en terciopelo azul.
Meningitis.
Tenía que estar harto de ver tobillos,
pero aprovechó el tiempo y se convirtió en un experto identificador
de andares.
Algunas veces se le caían lágrimas de
dolor físico, pero 362 días al año sonreía, sonreía. Sonreía.
Sus brazos y sus piernas eran los de su
hermana, sorda de nacimiento, que lavaba a mano tinas de ropa a
rebosar que dejaba a clareo toda la mañana.
Así como él era su voz y sus oídos.
Los dos murieron en casa de viejos,
sonriendo, muriéndose de ganas de aguantar un día más...
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