_las
excepciones
Vencer
no es convencer (...) Conquistar no es convertir.
Al menos, intentaba ser buena persona.
Es cierto que dejó de venir a misa, que
no echaba dinero en el cepillo, que no rezaba, porque yo la
observaba. Sólo asistía a algún que otro entierro y se quedaba al
fondo, de pie, o subía a la tribuna, con los hombres.
Es posible que lo hiciese porque no le
gustaba que la viesen llorar, aunque lo hacía, o
porque sabía que había pocos bancos y que la gente mayor los
necesita y se mata por conseguirlos.
Alguna vez coincidimos en el cementerio,
cuando venía a limpiar su tumba. Y nunca me ocultó su falta de
credo, ni su respeto hacia mí. Por eso no me importaron las
críticas, porque estoy en condiciones de asegurar que el aprecio que
le tenía era correspondido y por eso asistí a su despedida dejando
de lado mi fe y la lástima por no poder darle sepultura como Dios
manda.
Sus padres también se llevaron un
disgusto, no querían, también por lo que dirían los vecinos, pero
el hermano dijo que no, que se la iba a respetar.
Lo cierto es que se puso como loco,
pero no lo tomé a mal. Debería haber insistido, debería haberlos
convencido de lo contrario, pero no pude. Cómo hacerlo con quien nos
considera una multinacional que lucha por alcanzar continuos
beneficios, sin detenerse a predicar con el ejemplo, y que sabe tan
bien como yo que no somos más que hombres que a cada instante le
fallamos a la bondad, a la castidad, a la verdad... igual que los
demás.
Quién soy yo, por tanto, para juzgarla,
cuando defiendo que el amor de Dios es infinito...
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