domingo, 18 de octubre de 2015

Hombres muertos que caminan (45)


el respeto_
La ruina estaba dentro.

Se ha molestado en conocerme y sabe que sucederá.
Trata de asumirlo, no hace nada, llora a solas y me suplica con la mirada que lo retrase, porque no es una idea loca, un aire, sino un nubarrón que se instala dentro y te llena de bruma.
Cuando pasan varias semanas, llama para saber si todo va bien. A veces me salva, me entretiene, me hace olvidar las ganas de beberme la botella de lejía. Y juro que se lo agradezco avanzando un par de pasos.
Tal vez lo que toda ideación suicida necesita sea eso. Una, varias, cientos de personas que se interesen, saber que se sirve para algo, que venimos a este mundo para dejar una huella en el resto y la dejamos, que se trata de una gran experiencia, que no todo es producir, generar, mentir, luchar por sobrevivir para tener que abandonar portando sobre la espalda todo ese trabajo, ese sacrificio, los sueños que nunca se cumplen porque no hay tiempo ni posibilidades, el sufrimiento de perder a los que faltan antes que nosotros dejando atrás lo conseguido para nada, para orgullo, tal vez, de generaciones venideras que lo destruirán o que se aprovecharan de ello para encumbrarse como caciques de la calle principal de sus pueblos, sin haber movido un párpado en aras de merecerlo. Porque todo llega con retraso y cuando a otros interesa. Las recompensas no se ofrecen gratuitamente. Siempre hay alguien que quiere sacar tajada ignorando el talento, el esfuerzo que has puesto en conseguir que aquello que haces sea bueno y que casi nadie valorará hasta que sea demasiado tarde, cuando estés agotada o muerta.
Un nombre del que apoderarse, una nueva mascota institucional.

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