el
respeto_
La
ruina estaba dentro.
Se ha molestado en
conocerme y sabe que sucederá.
Trata de asumirlo,
no hace nada, llora a solas y me suplica con la mirada que lo
retrase, porque no es una idea loca, un aire, sino un nubarrón que
se instala dentro y te llena de bruma.
Cuando pasan
varias semanas, llama para saber si todo va bien. A veces me salva,
me entretiene, me hace olvidar las ganas de beberme la botella de
lejía. Y juro que se lo agradezco avanzando un par de pasos.
Tal vez lo que
toda ideación suicida necesita sea eso. Una, varias, cientos de
personas que se interesen, saber que se sirve para algo, que venimos
a este mundo para dejar una huella en el resto y la dejamos, que se
trata de una gran experiencia, que no todo es producir, generar,
mentir, luchar por sobrevivir para tener que abandonar portando sobre
la espalda todo ese trabajo, ese sacrificio, los sueños que nunca se
cumplen porque no hay tiempo ni posibilidades, el sufrimiento de
perder a los que faltan antes que nosotros dejando atrás lo
conseguido para nada, para orgullo, tal vez, de generaciones
venideras que lo destruirán o que se aprovecharan de ello para
encumbrarse como caciques de la calle principal de sus pueblos, sin
haber movido un párpado en aras de merecerlo. Porque todo llega con
retraso y cuando a otros interesa. Las recompensas no se ofrecen
gratuitamente. Siempre hay alguien que quiere sacar tajada ignorando
el talento, el esfuerzo que has puesto en conseguir que aquello que
haces sea bueno y que casi nadie valorará hasta que sea demasiado
tarde, cuando estés agotada o muerta.
Un nombre del que
apoderarse, una nueva mascota institucional.
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