lunes, 26 de octubre de 2015

Hombres muertos que caminan (53)


el silencio_
Si salgo corriendo, tú me agarras por el cuello.
Y si no te escucho ¡grita!
Si te tiendo la mano, tú agarra todo el brazo.
Y si quieres más, pues ¡grita!

     A veces les doy la espalda y no quiero que vuelvan. Quiero que dejen de insistir. De llamarme. De fingir que me necesitan. No se dan cuenta de que me hacen daño y que busco la manera de devolvérselo, aunque tal vez no lo merezcan.
Hacen lo posible por entenderme, por seguir a mi lado cuando me convierto en una ostra, cuando dejo de comprenderlo todo y me sumerjo en lo más profundo para encontrar la fuerza que me saque de nuevo a la superficie, que me ayude a defenderme ante la realidad.
A veces los odio porque no comprenden nada, porque no me arrancan de mi propio destierro, porque no me regresan con ellos, porque no me enseñan a vivir. Pero ese odio no nace más que del amor que les tengo, a su respeto, a su silencio, a los forzados apartes a los que los obligo a someterse, a su persistencia cada vez menor. Los quiero pero me hacen daño, porque yo misma me lo hago al quererlos. Y los culpo, cuando esa culpa se aloja en mí. Pero los quiero, siempre, siempre, siempre los quiero, aunque ese sentimiento me derribe y conmigo a ellos, que quizá nunca lleguen a comprender nada.

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