el
silencio_
Si
salgo corriendo, tú me agarras por el cuello.
Y
si no te escucho ¡grita!
Si
te tiendo la mano, tú agarra todo el brazo.
Y
si quieres más, pues ¡grita!
A veces les doy la
espalda y no quiero que vuelvan. Quiero que dejen de insistir. De
llamarme. De fingir que me necesitan. No se dan cuenta de que me
hacen daño y que busco la manera de devolvérselo, aunque tal vez no
lo merezcan.
Hacen lo posible
por entenderme, por seguir a mi lado cuando me convierto en una
ostra, cuando dejo de comprenderlo todo y me sumerjo en lo más
profundo para encontrar la fuerza que me saque de nuevo a la
superficie, que me ayude a defenderme ante la realidad.
A veces los odio
porque no comprenden nada, porque no me arrancan de mi propio
destierro, porque no me regresan con ellos, porque no me enseñan a
vivir. Pero ese odio no nace más que del amor que les tengo, a su
respeto, a su silencio, a los forzados apartes a los que los obligo a
someterse, a su persistencia cada vez menor. Los quiero pero me hacen
daño, porque yo misma me lo hago al quererlos. Y los culpo, cuando
esa culpa se aloja en mí. Pero los quiero, siempre, siempre, siempre
los quiero, aunque ese sentimiento me derribe y conmigo a ellos, que
quizá nunca lleguen a comprender nada.
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