sábado, 3 de octubre de 2015

Hombres muertos que caminan (30)


_el amor
El amor es un perro del infierno.

La echo de menos.

También antes, pero nunca se lo dije. Ni tampoco que necesitaba un abrazo de despedida, a poder ser, cada fin de semana. Disfracé la realidad para no dejar al descubierto mis debilidades delante suya y lo único que conseguí fue perderla, que dejase de prestarme su atención para siempre.
Porque tenía esa capacidad, la de ponerse en tu lugar. Y eso era lo que te amarraba a ella como unos grilletes.
Lo que pasa es que estaba fuera de todo esto, de lo cotidiano, de la realidad. Y se cansó de insistir en el sueño, una barrera que le cerraba el paso, al menos conmigo, que no fui capaz ni de dejarme querer para no lastimarla, para no tener que demostrarle que el amor no es más que puro interés y que yo soy un haragán, un egoísta que jamás me preocuparía de su tristeza, que nunca daría más de lo que ella, ni lo mismo, aún consciente de lo difícil que resulta encontrar a alguien que sepa cómo quererte, que se distancie permaneciendo en el aire, por detrás de todas las cartas, de todas las llamadas, de todas las caricias contenidas por respeto a tu persona, a tus deseos, a tu manera de entender la vida. Porque sé que hasta muerta no me dejó, que nunca lo hará. Que continúa siendo una loca que me llevará siempre con ella, que me hablará y que me llorará, que me extrañará y que me esperará, por si algún día, sin saber cómo, ni con qué pretexto, al fin la necesitase.

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