_el
carácter
Toda
mi vida he estado a punto de convertirme
en
algo que se esperaba que fuera, y nunca fui.
Tenía frecuentes cambios de humor.
Desde siempre, pero fue a peor.
Ella misma lo decía. Había días en
los que no se soportaba.
Lo normal era que ni te dieras cuenta,
porque buscaba la manera de no verte, de pasar las neuras en casa,
sola, pero cuando estaba de buenas, era de lo mejor.
Te tronchabas de risa.
Tendía al buen humor, vale, lo
fomentaba en los demás. Era graciosa, pero tenía aquella otra parte
triste, terriblemente trágica, que podía manifestarse en cualquier
momento. Y no entendías muy bien por qué.
Un detalle concreto, una mala
contestación, un gesto... Le afectaban demasiado algunas cosas que a
veces no iban ni con ella. Pero la entristecían. Y eso chocaba, por
lo fuerte que parecía. Imperturbable. Indestructible.
Y sin embargo, no.
Emocionalmente era una persona
inestable. Una atormentada.
Para ejemplo, la bochornosa tarde de
verano en el que la conocí, con su minifalda vaquera blanca, sentada
a pelo sobre unas escaleras de cemento. Ajena por completo a
nosotros, cuatro lagartijos espatarrados al sol.
Cabreada.
Muy, muy, muy callada.
El más pequeño –y el único que se
atrevía– se acercó sudoroso para hablarle y acariciarle las
piernas, pero nada más tocarla, ojiplático, se detuvo en seco ante
aquellos pequeños tallos de pelo que sobresalían de su piel de
rodillas hacia abajo y, mirándola como un loco mira a otro loco, le
gritó enajenado: ¿pero por
qué me pinchas?
Y ella, que no había dado un pío en lo
que iba de tarde, se tiró un cuarto de hora llorando de risa.
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