viernes, 26 de junio de 2015

Cesââââreo

Cuando a la mañana siguiente se levantó y vio aquel soberano desastre, se quedó atascado como un ruedín de bicicleta entre dos piedras. 

Su experimento había fallado, así que barrió y tiró a la basura los cuarenta y ocho mil doscientos cristalillos que se encontró esparcidos por el suelo, después de la batalla de su querida perdiz con los espejos. 
 
¡El pollo está solo, pero NO ES IDIOTA! ¡Sabe que un espejo no es un pollo, ni un amigo! ¡Un espejo es un espejo!– le soltó burlona Martita.

Pero para Cesáreo tampoco su ave era un pollo, sino una perdiz, de manera que no llegó a ningún acuerdo con la cría. Por mucho que hubiese nacido en un corral.

¡Lo que le pasa a esta perdiz es que no tiene nombre! –concluyó después de mucho exprimirse el cerebro. –¡Eso es lo que le pasa! La llamaré Traviesa :)))), a ver qué le parece. ¡Traviesa! ¡Traviesilla! ¡Ven a zampar monina!– Pero lo de aquella perdiz no tenía cura. 
Ni caso le hizo, por lo que, desesperado, dio su brazo a torcer y fue a pedir consejo a la experta.
Enseguida la encontró, aporreando unas tarteras viejas y oxidadas (paparabám pam pam, paparabám pam pam, parabám parabám parabám, paparabám pam pam, paparabám pam pam, parabám parabám parabám).

Hombre, yo sólo soy una niña, pero cualquiera se da cuenta de que lo que quiere su perdiz no es un nombre, sino compañía.
Pero entonces, ¿yo que soy?– replicó Cesâreo.
Pues un protestón, por mucho que le canturree. Además usted es un hom-bre. ¿Comprende? Y un hombre no es un pájaro. Un hombre es un hombre. Y una perdiz es una perdiz. Así que deje de silbarle melodías raras y tráigale un grupo de amigas de su especie, que ya se entenderán entre ellas.

Aquella misma tarde lo hizo. Compró media docena de perdices. Y tuvo que reconocerlo. Fue toda una victoria. Uuun éxito. El gallinero se convirtió en una verbena, así que, casi todos contentos. Porque ahora era él quien se encontraba más desanimado y solo que nunca.

¡HAGA LO MISMO!– le aconsejó Martita desde su cabaña del árbol.

Cesâreo tomó nota de su inteligente consejo y:
1.- Se apoyó en dos patas (piernas en su caso) y se dijo ¡Ésto es pan comido!
2.- Encargó al sastre un traje de plumas, aunque enseguida –¡cof, cof, cof!, ¡aaaaaaa!!!!! ¡chís!, ¡cof, cof!– le dio alergia.
3.- Picoteó grano del suelo –pic,pic,pic– , pero se llenó los dientes de tierra.
4.- Durmió junto a ellas en el gallinero –mimimimimí– y cogió un gripazo –¡Uuuuaaaaaaaaaaaaa! Chuuuuussssss!!!!
Aquello no funcionaba. Tampoco lo de echarse a volar desde un tejado:
¡Jerónimooooooooooooooooo!!!!– ¡Pataplaf! –Ay ay ay...

Sólo le quedaba una cosa por probar. Y era relacionarse con los de su especie, como las perdices.

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