Cuando
a la mañana siguiente se levantó y vio aquel soberano desastre, se
quedó atascado como un ruedín de bicicleta entre dos piedras.
Su
experimento había fallado, así que barrió y tiró a la basura los
cuarenta y ocho mil doscientos cristalillos que se encontró
esparcidos por el suelo, después de la batalla de su querida perdiz
con los espejos.
–¡El
pollo está solo, pero NO ES IDIOTA! ¡Sabe que un espejo no es un
pollo, ni un amigo! ¡Un espejo es un espejo!– le soltó burlona
Martita.
Pero
para Cesáreo tampoco su ave era un pollo, sino una perdiz, de manera
que no llegó a ningún acuerdo con la cría. Por mucho que hubiese
nacido en un corral.
–¡Lo
que le pasa a esta perdiz es que no tiene nombre! –concluyó
después de mucho exprimirse el cerebro. –¡Eso es lo que le pasa!
La llamaré Traviesa :)))), a ver qué le parece. ¡Traviesa! ¡Traviesilla!
¡Ven a zampar monina!– Pero lo de aquella perdiz no tenía cura.
Ni caso le hizo, por lo que, desesperado, dio su brazo a torcer y fue
a pedir consejo a la experta.
Enseguida
la encontró, aporreando unas tarteras viejas y oxidadas (paparabám
pam pam, paparabám pam pam, parabám parabám parabám, paparabám
pam pam, paparabám pam pam, parabám parabám parabám).
–Hombre,
yo sólo soy una niña, pero cualquiera se da cuenta de que lo que
quiere su perdiz no es un nombre, sino compañía.
–Pero
entonces, ¿yo que soy?– replicó Cesâreo.
–Pues
un protestón, por mucho que le canturree. Además usted es un
hom-bre. ¿Comprende? Y un hombre no es un pájaro. Un hombre es un
hombre. Y
una perdiz es una perdiz. Así que deje
de silbarle melodías raras y tráigale un grupo de amigas de su
especie, que ya se entenderán entre ellas.
Aquella
misma tarde lo hizo. Compró media docena de perdices. Y tuvo que
reconocerlo. Fue toda una victoria. Uuun éxito. El gallinero se
convirtió en una verbena, así que, casi todos contentos. Porque
ahora era él quien se encontraba más desanimado y solo que nunca.
–¡HAGA LO MISMO!– le aconsejó Martita desde su cabaña del árbol.
Cesâreo
tomó nota de su inteligente consejo y:
1.-
Se apoyó en dos patas (piernas en su caso) y se dijo ¡Ésto
es pan comido!
2.-
Encargó al sastre un traje de plumas, aunque enseguida –¡cof,
cof, cof!, ¡aaaaaaa!!!!! ¡chís!, ¡cof, cof!–
le dio alergia.
3.-
Picoteó grano del suelo –pic,pic,pic–
, pero se llenó los dientes de tierra.
4.-
Durmió junto a ellas en el gallinero –mimimimimí–
y cogió un gripazo –¡Uuuuaaaaaaaaaaaaa!
Chuuuuussssss!!!!
Aquello
no funcionaba. Tampoco lo de echarse a volar desde un tejado:
–¡Jerónimooooooooooooooooo!!!!–
¡Pataplaf! –Ay
ay ay...
Sólo
le quedaba una cosa por probar. Y era relacionarse con los de su
especie, como las perdices.
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