Así
que después de comer, se fue al pueblo.
De camino se encontró a la
lechera y la saludó. Tan sorprendida se quedó Mariola, que le
regaló unos litros de leche.
Continuó Cesâreo y en mitad de la
plaza vio al alcalde, a quien también saludó. Asombrado Don
Teodosio, ordenó que le regalasen al bigotes un banco de madera con
sus iniciales grabadas.
Con una sonrisa :), se pasó después Cesâreo
por la tienda a comprar unas tazas para tomar caldo y al salir, algo
cansado de tanta charla (recordemos su falta de costumbre), se apoyó
en los peldaños de la fuente, donde se le acercaron docenas de
niños, a hablarle de sus juegos y sus vidas, haciéndolo reír a
carcajadas, hasta que llegó el anochecer.
Se
marchó entonces a casa, con el corazón contento.
Le
habían instalado ya el banco y en él, balanceando las piernas,
estaba esperándolo la pequeña Marta.
–No
se enfade señor Cesâreo ¡es que estaba cansadita!
–A
ver, toma, para que recuperes fuerzas– y le dio unas cerezas.
Marta
las devoró y su barriguita se convirtió en una barrigota.
–Ay,
ay–
se quejaba tumbada panza arriba, lanzado pedorretas para salir de la
indigestión.
–Ja,
ja, ja,
reía él. ¡Te
has dado demasiada prisa en comerlas!–
Y tapándose la nariz le fue contando su grandioso día. –Pero
dime qué piensas pequeña, ¿crees que lo haré bien? ¿Tan bien
como las perdices?
–Aaaay
pues
yo creo que sí–
decía ella con cara de retortijón. –Mejor,
porque
no está encerrado en un gallinero. Así que podrá hacer amigotes,
visitarlos en sus casas, o ellos podrán venir a la suya si los
invita, podrá jugar a las cartas, o al dominó, o reunirse en la
plaza y dar cerezas a los niños ja, ja, ja... Ayy...
–¿Tú
crees que me acostumbraré a tener tantos amigos?–
le preguntó él.
–Claro
que sí–
definitivamente Marta era sabia –hablar
con la gente es mucho mejor que no hacerlo. Más entretenido. ¿Además
ahora quiere, no?
–¡Ya
lo creo!–
respondió Cesâreo.
Y dejó que le rodease el cuello con sus
pequeños bracitos, para empezar a contarle, sobre aquel estrenado
banco, una de las novecientas ochenta y seis historietas de las que
sólo han llegado a tener conocimiento los hombres con bigote a dos
colores, que se dan con la cabeza en la rodilla cada vez que se
agachan para atarse los cordones de los zapatos.
El
maleficio estaba roto. Cesâreo lo había conseguido.
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