Cruzas
la calle y ya está. Paz de confesionario.
Lo
peor son ellos. Asesinos a sueldo. A ninguno le entusiasma el
trabajo. Pero hay que comer, se justifica el sicario. Pegan
gigantescos carteles de SE RUEGA SILENCIO POR FAVOR y se pasan el día
contando chistes verdes mientras se desternillan de risa.
Literatura, alimento para gatos.
Ya no me dirijo a ellos. Lo
imprescindible, en todo caso. Ni siquiera son buenos vendedores.
Bibliotecarios. Piezas mecanizadas en una fábrica de piensos. Meto
mi queja en el buzón de sugerencias y voy a Correos.
El
servicio también funciona mal. Sacas ticket carnicero y esperas una
hora. Llenarte de varices por un sello, esto es la administración,
tipografiada con una mayúscula que no pienso malgastar. A cambio,
cara de perro cuando te acercas al mostrador. El fin de cualquier
opositor: la ausencia de actividad. No llegarle ni a la ‘a’ de
agotamiento extremo. El café a media mañana. Y los recados. Pedir
cita en la peluquería. O peinarse, si hay poca gente. No podría
soportarlo. Volver al puesto y bajar aún más el ritmo. La fila sale
por la puerta y da un rodeo a la farola. Me muerdo las uñas. Modo
play acelerado. Si
no está usted conforme, ponga una reclamación.
Nunca pulsar el pause. Se
han terminado las hojas. Diríjase a otra oficina.
Hasta darse de bruces con el stop.
La
máquina de sellos lleva meses sin dar cambio. El mensaje parpadea,
como la luz de un semáforo intermitente. La última vez que me salté
uno, me pillaron. Qué suerte. Después de empotrarme contra un muro.
Nadie preguntó si lo hice adrede. Había comprado un par de cartones
de vino para entonar la voz y cantar algunas de Adriana Calcanhoto.
Parabarabarabarapapa parabarabarabá. De pronto, pam. Fogonazo a
mitad de canción. Me cosieron la frente así, a pelo. Y dolió. Pero
luego me tocó papá. Mucho peor. Tabaco y alcohol. Un doble vicio a
corregir. Maldita
sea.
El
lugar más indicado para beber es tu propia casa. Los vecinos
controlan cuando entras en un bar. Baja las persianas. También las
del baño, si vas a llorar. Y tápate la cara con una toalla, si
tienes compañía. La resonancia del alicatado puede ser muy
traicionera. Pero favorece, si ensayas ópera. Cuando compré la
radio me dieron un vale para bragas. Tres por una o algo así. Cien
por cien algodón. Supersanas. Las madres las usan para limpiar los
cristales. Yo soy más de mercadillo. Rasos y puntillas que te
destrozan las ingles. Gomas de tirachinas entre las piernas. Y aún
así se acerca. Le atraen los colores chillones, como al mosquito. No
hay freno a mi calvario.
Las
iglesias son lugares vacíos de sonido de nueve a once y de doce a
tres. Entro y me arrodillo en los reclinatorios de terciopelo. Pienso
en libros, política, viajes alrededor del mundo y personajes
malditos que arden en el mismísimo infierno. Comienza la misa.
Bancos repletos de mujeres alzando la vista a un crucificado muy
deseable. Todos quieren ser él. Lo veo en la cara del sacerdote. Y
todas quieren tocarlo. Cepillar su sedosa melena. Curar sus heridas
abiertas. Lavar su paño de pureza. Hacerlo hombre, de nuevo. Salgo
sin rastro de descaro y me tumbo en las escaleras, a la luz del sol.
Pienso en aislarme en un cuarto vacío, a escuchar a los vecinos
discutir sobre derramas, sobre otros vecinos. Opinando acerca de mí.
Qué
raro es todo.
Los
armarios llenos del vicio de acumular. Alguna mota de polvo que se
cuela. Sábanas descatalogadas. Bordados cursis en las toallas.
Alcanfor. Millones de perchas carentes de sentido. El tic tac de la
vida. Sobrado de vinilos que no se escuchan. De lanas inertes que
nadie pretende calcetar. La postvanguardia es una cartera llena de
tarjetas y vales de supermercado. Códigos de barras que se borran
con el roce. Si gastas sesenta, te regalan treinta huevos. O un
paquete de galletas. Te lo acerca todo a casa un chico muy mono. Pero
prohibido salir a la calle con el carro.
El tío que pide por el
barrio lleva el suyo lleno de basura. Un caniche duerme en lo alto de
su loma de mierda. A veces salta histérico desde su trono y me da un
mordisco, pero nunca me contagia. Me han puesto el recuerdo del
tétanos hace un par de años. Quién sabe si el dueño. La rabia es
lo mínimo que te puede pegar.
Voy
a por él.
No hay comentarios:
Publicar un comentario