Qué solos estamos
todos, qué pequeños.
ANA
MANRIQUE
–
Dime, para ti, ¿qué es lo mejor?
Verás,
te explico. En estos últimos años, me he acordado mucho de una
antigua compañera de colegio –cuando yo iba al colegio y tenía
amigos, o algo así–. Una de éstas que también tuvo una niñez de
mierda, cansada de conocer orfanatos y familias de acogida que le
reventaban la mollera con el cuento de que la querían como padres y
todas esas mariconadas que luego resultan no ser tan reales, ya
sabes.
Bueno,
pues ella siempre decía que no hay nada mejor que sentirse queridos.
Ya ves tú. Una mocosa sola para siempre en el mundo a la que no le
hacía caso más que un perro piojoso al que abandonaron a la puerta
de la escuela.
Pero
cuanta razón tenía la condenada, oye. Años después, llegué a la
conclusión de que da igual lo que cada uno de nosotros pueda querer
a los demás, o el interés o tiempo que les dediquemos, que como
nuestra endiablada persona no se sienta correspondida y acariciada
por alguien de este puto mundo, viviremos hundidos en lo más oscuro.
El resto da igual, tía. Hasta la puta salud, créeme. Que te
quieran, tía. Esa es la puta clave de la felicidad.
Tú
¿eres feliz?
–
– Ya. Imagino que uno
sólo sabe eso cuando está a las puertas de la muerte. Por aquello
del túnel, de la luz y del repaso que dicen que le das a todo lo que
ocurrió en tu vida antes de cerrar los ojos. Ahora que, a ver qué
jodido fantasma fue el que lo dijo, porque yo aún no he visto a
nadie volver del agujero para contarme sus experiencias.
Cuentos, tía. Putos
cuentos.
–
– Por supuesto que la
echo de menos, pero si quieres que te diga la verdad, prefiero que mi
duende esté lejos de aquí y no pueda verme. Arrastrándome como una
babosa, sin equilibrio y sin fuerza para agarrar estas jodidas
muletas...
–
–
Fueron un préstamo del Comité, pero van de culo si piensan que se
las voy a devolver. Con éstas hago mi feria cagando hostias... Tú
deja que me cruce con una de esas viejas cojas de ruta diaria, reinas
de la bondad y madrinas vitalicias del espíritu samaritano... que se
las empaqueto al momento.
–
– ¿Para qué coño crees
que las acepté? ¿No ves que es imposible caminar con esto? Tú no
sabes las hostias que me he arreado, cómo resbalan las hijas de puta
en el suelo mojado... Y después ¿a quién coño llamo para que me
ayude a levantarme? Si la mitad de la ciudad piensa que con un
estornudo ya le voy a contagiar el bicho...
Que
no, que no. Que les den por culo. Y que las maneje quien sepa... O
quien quiera. Más humillaciones gratis no, pero gracias.
–
Perdona por no venir ayer, tía, pero es que no tenía aliento ni
para salir de casa.
–
–
De la casa de acogida, joder, que también, hay que explicártelo
todo... En fin, el asunto es que estoy mal, cada vez peor, pero no es
nada nuevo. Y como no se puede dar marcha atrás, cuanto más rápido
avance, mejor.
–
– Yo qué sé. Ya no me
sienta la comida. No retengo nada en el cuerpo. Ni los putos yogures,
que es lo único que tolero desde hace años. Me dicen que pruebe con
los tarritos de comida para niños, pero me niego a pagar un dineral
por ese puré de berzas, qué quieres que te diga. Prefiero gastarlo
en tabaco, que sé que me va a matar antes, pero a placer.
Disculpa,
pero tengo que ir pitando al baño a echar el café. Pagas tú, ¿no?
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