miércoles, 10 de junio de 2015

Casi feliz :))

­­­­¿Cómo se roba un corazón?
¿Cómo se hace para que te quieran?
ANA MANRIQUE

– Si hablas con ella insistirá en eso de que fui yo quien la eligió y no al revés. Que aquel día tuvo la suerte de encontrarse conmigo, de que yo la besase. Y que las lágrimas de los años siguientes no se debieron más que a la pena de pensar que si yo no estuviese como estoy, hecho una mierda, si no fuese un dientes podridos, un saco de virus, jamás la habría mirado a la cara... Y es que es una loqueras. Por eso está sola. Más sola que si estuviese podrida, como yo.
Pero bueno, a lo que íbamos. Aquella noche nos encontramos y pim-pam, dos besos y tal y yo le solté el rollo de que me dieran unas hostias y esto y aquello. Entonces se le pusieron aquellos ojos de cachorrilla triste que jamás olvidaré... Y le regalé la jarrita que acababa de robar en un bar.
Allí empezó todo. Y cada uno de los días que siguieron a aquel, los dediqué a salir en busca de su sonrisa y de su caricia. Y de vez en cuando, había suerte.

– Claro que siempre le pedía pasta. Vivo de eso, niña. Pero después ya nos acostumbramos a que me la diera sin tener que decirle nada, cuando podía. Que tampoco era rica. Y si estaba así de jodido no dejaba de ser por culpa mía, hasta cierto punto. Eso me decía cuando se mosqueaba. Y lloraba. Cómo lloraba. En la vida vi a nadie ponerse así por mí. Ni decirme que tengo cara de ángel. Como si el espejo no reflejase la puta calavera que soy...
El amor, que es así. Bueno, no el amor de amantes, a ver si me entiendes, pero sí amor, más allá de todo eso de meterse el uno dentro del otro.

Por supuesto que la quiero, joder. Pero nunca le pude decir cosas bonitas a la cara.
– ¿Cómo que por qué? Pues porque me moría de vergüenza, lista. Porque nunca dejé de pensar que doy asco. No sólo por los dientes, sino por el puto sarcoma, que me roe como un perro...
Era humillante, tía. Y lo sigue siendo, pero ahora hay más confianza, porque ya me vio vomitado, con una diarrea de caballo con la que de mi cuerpo salía más sangre que cualquier otra cosa y por la que casi me extingo... Y la otra allí, menudo panorama, sin tener que contener una arcada y dándome ánimo. Va Rafa, fuerza, que de ésta salimos. No te preocupes y no llores. Anda hombre, que voy a por el médico, pero vamos, que te llevo primero a la cama. Y me cogía en peso, tía. Fíjate qué puta birria era yo.
Hostia, y aún así me seguí comportando como un auténtico hijo de puta. Siempre con la disculpa de esta mierda de vicio en los labios... Qué cabrón.

Un día, le robé la cámara de fotos.
– Pues claro que para venderla, no iba a ser para comprarle un flash...
Que ¿cómo fue? Pues nada, que una tarde apareció con ella en la mano para que nos sacásemos unas fotos, para tener un recuerdo el uno del otro, dijo. Imagino también que para que la situación no me resultase violenta, digo, lo de sacármela sólo a mí. Como si no supiésemos los dos que me quedan un par de telediarios...
Bueno, al tema. El caso fue que ella allí, dale que dale al botoncito hasta terminar el carrete, pensó que yo estaba totalmente conmovido con la escena, Así que se largó a comprar otro. Fue entonces cuando, como la bestia malparida que soy, se me ocurrió poner tierra de por medio con su bolso encima. Le jodí todo lo que llevaba, incluida la cámara, claro. Mira tú que mierda de enamoramiento podía tener ella conmigo.
Que ¿qué le pareció? Hostia tía, como se nota que no la conoces. Sólo le faltó despellejarme vivo al verme. Y mira que traté de evitarla, pero nada. Es como si anduviese en mi búsqueda como una perra enloquecida. Y consiguió encontrarme allá, en una plaza en la quinta virgen.
Hombre, me puso como una mierda. Me gritó, me insultó... yo qué coño sé la cantidad de cosas que salieron de aquel cuerpo. ¿Y yo? Drogado perdido. Sudando, pero por conseguir mi siguiente dosis. Un hijo de puta, ya ves.


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