¿Cómo
se roba un corazón?
¿Cómo
se hace para que te quieran?
ANA
MANRIQUE
–
Si hablas con ella insistirá en eso de que fui yo quien la eligió y
no al revés. Que aquel día tuvo la suerte de encontrarse conmigo,
de que yo la besase. Y que las lágrimas de los años siguientes no
se debieron más que a la pena de pensar que si yo no estuviese como
estoy, hecho una mierda, si no fuese un dientes podridos, un saco de
virus, jamás la habría mirado a la cara... Y es que es una
loqueras. Por eso está sola. Más sola que si estuviese podrida,
como yo.
Pero
bueno, a lo que íbamos. Aquella noche nos encontramos y pim-pam, dos
besos y tal y yo le solté el rollo de que me dieran unas hostias y
esto y aquello. Entonces se le pusieron aquellos ojos de cachorrilla
triste que jamás olvidaré... Y le regalé la jarrita que acababa de
robar en un bar.
Allí
empezó todo. Y cada uno de los días que siguieron a aquel, los
dediqué a salir en busca de su sonrisa y de su caricia. Y de vez en
cuando, había suerte.
–
–
Claro que siempre le pedía pasta. Vivo de eso, niña. Pero después
ya nos acostumbramos a que me la diera sin tener que decirle nada,
cuando podía. Que tampoco era rica. Y si estaba así de jodido no
dejaba de ser por culpa mía, hasta cierto punto. Eso me decía
cuando se mosqueaba. Y lloraba. Cómo lloraba. En la vida vi a nadie
ponerse así por mí. Ni decirme que tengo cara de ángel. Como si el
espejo no reflejase la puta calavera que soy...
El
amor, que es así. Bueno, no el amor de amantes, a ver si me
entiendes, pero sí amor, más allá de todo eso de meterse el uno
dentro del otro.
–
– Por supuesto que la
quiero, joder. Pero nunca le pude decir cosas bonitas a la cara.
–
–
¿Cómo que por qué? Pues porque me moría de vergüenza, lista.
Porque nunca dejé de pensar que doy asco. No sólo por los dientes,
sino por el puto sarcoma, que me roe como un perro...
Era
humillante, tía. Y lo sigue siendo, pero ahora hay más confianza,
porque ya me vio vomitado, con una diarrea de caballo con la que de
mi cuerpo salía más sangre que cualquier otra cosa y por la que
casi me extingo... Y la otra allí, menudo panorama, sin tener que
contener una arcada y dándome ánimo. Va
Rafa, fuerza, que de ésta salimos. No te preocupes y no llores. Anda
hombre, que voy a por el médico, pero vamos, que te llevo primero a
la cama.
Y me cogía en peso, tía. Fíjate qué puta birria era yo.
Hostia,
y aún así me seguí comportando como un auténtico hijo de puta.
Siempre con la disculpa de esta mierda de vicio en los labios... Qué
cabrón.
– Un día, le robé la
cámara de fotos.
–
–
Pues claro que para venderla, no iba a ser para comprarle un flash...
–
– Que ¿cómo
fue? Pues nada, que una tarde apareció con ella en la mano para que
nos sacásemos unas fotos, para
tener un recuerdo el uno del otro,
dijo. Imagino también que para que la situación no me resultase
violenta, digo, lo de sacármela sólo a mí. Como si no supiésemos
los dos que me quedan un par de telediarios...
Bueno,
al tema. El caso fue que ella allí, dale que dale al botoncito hasta
terminar el carrete, pensó que yo estaba totalmente conmovido con la
escena, Así que se largó a comprar otro. Fue entonces cuando, como
la bestia malparida que soy, se me ocurrió poner tierra de por medio
con su bolso encima. Le jodí todo lo que llevaba, incluida la
cámara, claro. Mira tú que mierda de enamoramiento podía tener
ella conmigo.
–
– Que ¿qué le pareció?
Hostia tía, como se nota que no la conoces. Sólo le faltó
despellejarme vivo al verme. Y mira que traté de evitarla, pero
nada. Es como si anduviese en mi búsqueda como una perra
enloquecida. Y consiguió encontrarme allá, en una plaza en la
quinta virgen.
–
– Hombre, me puso como
una mierda. Me gritó, me insultó... yo qué coño sé la cantidad
de cosas que salieron de aquel cuerpo. ¿Y yo? Drogado perdido.
Sudando, pero por conseguir mi siguiente dosis. Un hijo de puta, ya
ves.
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